CUESTIONAR SIN ARGUMENTAR
"Ante mi incapacidad para crear personajes imaginarios creíbles, a la hora de hacer literatura me he servido a veces de figuras de la vida real que parecían de ficción".
Manuel Vicent
Cada día aumenta el número de personas, en general, que no hay forma de que entren en razón por más que lo intentes exponiéndole sólidos y contundentes argumentos: sencillamente no atienden a razones. No sé por porqué, pero lo cierto es que esas personas, en general, contagiaron a los políticos de determinadas tendencias que basan todas sus intervenciones cuestionando cualquier asunto expuesto por el gobierno de turno recurriendo a todo un repertorio compuesto por un cúmulo de falsas herramientas retóricas sin exponer ni un solo argumento constructivo, los cuales fueron sustituidos por un visceral ataque emocional (amígdala) sin tomarse la molestia de responder a las razones que sus interlocutores les exponen, a veces con asertividad y otras con agresividad contenida: me imagino que tendrán hasta el mismo gorro a los políticos que nos gobiernan y a su vez a las personas, en general, que los escuchan y leen en los medios de comunicación. Cuando las personas no tienen la capacidad de exponer sus ideas por falta de cultura práctica, claridad mental por falta de profundización en los contenidos que le son propios, no les queda otro recurso que apelar a los problemas y debilidades personales de sus interlocutores, recurriendo al insulto, a la difamación, al bulo, etc.
Hemos normalizado el cuestionar sin argumentar.
¿Pretenderán los políticos llegar así, con semejantes formas, a gobernar algún día?
La pregunta no es descabellada, ya que muchos sí lo piensan hasta tal punto que es la
única estrategia que conocen y utilizan esperando el día que lleguen a ostentar
el poder ejecutivo del Estado. Lo que se persigue empieza por causar daño o
perjuicio moral a alguien, y puede terminar con la pretensión de llegar a gobernar España a través de la manipulación de los votantes
creándoles una realidad ficticia que nunca llegará a ser real.
Se comprende a la perfección que la RAE tenga
una larga lista de sinónimos para BULO:
(mentira, engaño, embuste, patraña, habladuría, camelo, infundio, bola, trola,
cuento1, paparrucha, chisme, rumor, voz, hablilla, filfa) y un solo antónimo:
VERDAD.
En los medios escritos y audiovisuales, estamos acostumbrados a observar unas prácticas profesionales faltas de la más elemental ética profesional, manifestada en adulterar opiniones y declaraciones de personajes públicos, especialmente del mundo político, invención de hechos que no han tenido lugar, tergiversar informaciones, inventar noticias, y un largo etcétera que no desgloso para no cansar al lector.
¿De que viven los medios de comunicación, de sus lectores o de sus 'protectores', otorgándoles ingentes cantidades de dinero que salen, como siempre, del bolsillo de los ciudadanos?
Me atrevo a exponer mi opinión, dando por hecho que puede haber quién no coincida para nada con ella, perfecto. Siempre es bueno y productivo tener opiniones distintas, siempre, claro está, que estén respaldadas por los argumentos (no confundir con insultos) oportunos que demuestran, refutan o justifican algo. Mis opiniones (no confundir con hechos) pueden ser más o menos atinadas, pero, lo que sí es seguro, es que tienen el valor de basarse en respuestas propias que expresan lo que realmente pienso y siento. Estoy convencido que hoy en día, esto de expresar lo que uno piensa realmente, cuando la mayoría de la población tiene miedo a manifestar su opinión sobre determinados temas, aporta por sí mismo un valor añadido importante: la AUTENTICIDAD, que contrasta con la hipocresía reinante, nos aportaría, a mi juicio, una mayor credibilidad a todos y mejoraría considerablemente la convivencia de los unos con los otros al margen de que sea o no sea militante de cualquier partido político.
Una buena receta pasaría por fomentar el hábito de la buena costumbre de auto someternos con frecuencia a una exploración personal con el objetivo de extender los propios límites enfrentándonos a los miedos. Según nos dice la ontología del lenguaje, éste, no solamente nos vale para describir la realidad, sino, también, para crearla.
Las democracias arrastran un gran déficit de debates de ideas, los cuales
son totalmente necesarios para que nos respetemos por muchas diferencias
ideológicas que tengamos.
Si quieres saber más, te invito a leer:
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Bajo el terror solar
El sol se ha convertido en un juez terrible dispuesto
a impartir una justicia inapelable a través de sucesivas olas de calor
Hubo un tiempo en que era muy elegante
volver a la ciudad después del verano luciendo un bronceado torrefacto. El más valorado era el bronceado
marbellí. También era muy apreciada la piel que se había dorado
en el Sardinero, en la Costa Brava o en San Sebastián, no así si te habías
quemado en ciertas playas del Mediterráneo tomadas al asalto por la clase media
española que te obligaba a veranear detrás de los calzoncillos, bragas y
toallas, que tapaban el mar, colgadas en las terrazas. Era aquel tiempo en que
las playas habían comenzado a convertirse en barbacoas de cuerpos humanos. La
felicidad consistía en celebrar el asado, vuelta y vuelta, de la propia carne
expuesta en la arena como una ofrenda que se rendía al sol, que entonces era
todavía un dios benefactor. Los amigos reencontrados después de las vacaciones
se citaban en una terraza bajo la luz de
septiembre para recordar los pasados días felices, aquellas
fiestas de Marbella, las noches de Ibiza que te permitían jugar a la libertad
desnuda bajo la luna llena de agosto. La vanidad del bronceado duraba hasta que
este cogía un color verdoso y era esa la señal de que el verano definitivamente
había quedado atrás. Hoy el sol se ha convertido en un juez terrible dispuesto
a impartir una justicia inapelable a través de sucesivas olas de calor asfixiante, putrefacto,
que nos manda como castigo por algo que estamos haciendo mal. Muchos creen que
el cambio climático es una tragedia cósmica inevitable que se debe a una
determinada posición que adoptan periódicamente las tormentas solares. Otros lo atribuyen al CO₂ que la humanidad vierte en la atmósfera. Lo
cierto es que hoy aquella dicha solar, llena de inconsciencia preternatural,
propia de cualquier paraíso, está siendo sustituida por un creciente
sentimiento de culpa. Ensuciar el planeta es pecado, dicen los ecologistas. La
culpa y el castigo. Nada ha cambiado. Antes, si pecábamos nos castigaba Dios;
ahora nos castiga el sol enviándonos un infierno cada verano.
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