Actualizado el 02-02-2025
EL
MITO DE LA “CABEZA FRÍA”
“Quienes son híper-racionales e intentan razonar sus
decisiones sin ningún componente emocional son, de hecho, incapaces de alcanzar
decisiones correctas”
Antonio Damásio
Con
respecto a la toma de decisiones nos encontramos, como es lógico dada la
diversidad reinante entre los humanos, con perfiles muy diferentes que no
procede en este espacio abordarlos ahora. A lo largo de mi dilatada y variada experiencia
laboral me he encontrado, en este mundo actual en el que prima la rapidez menospreciando
la reflexión, con un perfil que destaca sobre los demás y que se caracteriza
por tener una destacada aptitud para tomar decisiones con extrema rapidez. Dado
que las personas sensatas, asumen previamente, que toda decisión lleva implícito
asumir las consecuencias que se derivan de las consecuencias las mismas también tienen, los de
este perfil, una gran actitud hacia el riesgo: buscan los mejores resultados priorizándolos por encima de los riesgos que corren (arriesgados). Otros, por lo contrario, priorizan la seguridad por encima de los resultados a obtener (conservadores). Los segundos elegirían la opción de ganar 500 € y rechazarían la opción de ganar 1.500 € en una apuesta a cara o cruz.
Todas
las personas tenemos nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles: los
que pertenecen a este perfil que estamos analizando cabe destacar entre sus puntos fuertes los siguientes: no solo toman decisiones rápidas asumiendo los riesgos
que puedan correr, sino que además lo hacen con entusiasmo. Podríamos decir que
confían en su intuición (que está reservada para personas con mucha experiencia y conocimientos en un tema o campo específico) más que en el análisis de los pros y los contras. Es decir,
actúan de forma contraria a estos últimos los cuales son muy prudentes y
rigurosos y no les gustan las conclusiones precipitadas:
analizan detenidamente
la situación antes de tomar la decisión.
Como
puntos débiles de los primeros destacan los siguientes: se muestran muy
impacientes e impulsivos y tienden a conceder más importancia a la rapidez que
a la precisión.
Como
puntos débiles de los segundos cabe mencionar que titubean demasiado temiendo
comprometerse lo cual se manifiesta con una gran lentitud para tomar una
decisión.
El neurólogo e investigador Antonio R.
Damasio sostiene, en su libro titulado “El error de Descartes”, una serie de
argumentos, para demostrar que dicho
error, de Descartes, consistió en
establecer una separación radical entre cuerpo y mente, entre razón y emoción.
Damasio deshace la dicotomía establecida
entre razón y emoción y sostiene que la racionalidad proviene de las emociones
y estas últimas de las sensaciones corporales (“la huella semántica”)
Un ex colaborador, Antoine Bechara, nos dice que “cualquier decisión que carezca
del elemento emocional, podría implicar consecuencias negativas”. [1]
Imagen1: Elaboración propia
Las emociones
Nos dice Damasio [2] lo
siguiente:
“Lo
que descubrimos, primero con la observación de pacientes y luego con una
variedad de estudios, es que las emociones no son necesariamente las enemigas
de la razón. Solíamos oír que si alguien utilizaba sus emociones para tomar
decisiones y no tenía la cabeza fría y una actitud puramente racional, no
estaba realizando su trabajo de forma adecuada. Lo que hoy sabemos es que
quienes son híper-racionales e intentan razonar sus decisiones sin ningún
componente emocional son, de hecho, incapaces de alcanzar decisiones correctas”.
“Las emociones son elementos que afectan
e influyen en el proceso de aprendizaje; consecuentemente, influyen en el
proceso de toma de decisiones. De hecho, somos esencialmente “creadores de
soluciones” para nuestra vida. Algunas veces somos creadores no-conscientes y
otras veces sí pensamos (de una forma semi-automática o plenamente
conscientes). En cualquier caso, a la hora de aportar las soluciones,
necesitamos de ese elemento que es parte de todo el proceso y que tiene que ver
con la emoción y el sentimiento”.
La racionalidad limitada de los humanos
Imagen2: Elaboración propia
Un alto porcentaje del comportamiento
adulto no es racional[2]. Al igual que cualquier otro mamífero, también nosotros
pasamos el filtro de la selección natural en el cual las emociones fueron
básicas. Sin la emoción miedo, ira, etc. no hubiéramos llegado hasta aquí.
Han pasado tres mil millones de años
desde que hay vida, pero los instintos de la sabana y las emociones de los mamíferos están en
nosotros, en el Homo sapiens actual.
El
psicólogo y Premio Nobel Daniel Kahneman, en su libro "Pensar
rápido, pensar despacio", nos explica
los dos sistemas de funcionamiento de los humanos, el lento, analítico y
racional, y el rápido, o instintivo e irracional.
En nuestro cotidiano día a día
funcionamos en el sistema rápido, con comportamientos irracionales, instintivos
y automáticos. Desde este sistema tomamos la mayoría de nuestras decisiones y,
una vez tomadas, las racionalizamos, es decir, le damos una presentación y
adorno de lógica. [3]
Nuestra racionalidad limitada se fundamenta, entre otras, en lo siguiente:
1.Percepción selectiva: nuestra percepción es filtrada por nuestros valores e intereses.
2.Habilidad de computación limitada: cualquier ordenador, ya no digamos los de la próxima generación que traerán incorporada la computación cuántica.
3.Memoria limitada: nuestra memoria de trabajo se desenvuelve bien con un máximo de 7 números (por eso decimos el número de nuestro teléfono de 3 en 3 (con nueve números, dichos de uno en uno, nuestra memoria de trabajo se bloquea).
Imagen1: Elaboración propia
Estamos, en la actualidad, observando la relación entre la toma de decisiones y el poder: puede ser una gran oportunidad para que todos aprendamos a través de las consecuencias generadas.
Bibliografía y fuentes:
[1] EL REGRESO DE PEDRO SÁNCHEZ: EL VALOR DE LA PREDICCIÓN
[2] Antonio Damasio: el origen de los
sentimientos
[3]Decálogo de AUTOGESTIÓN
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columna
i
Energía de un
canto rodado
La vida es un oleaje que arrastra éxitos y fracasos,
amores perdidos o saciados y otros materiales de derribo
Manuel Vicent
09 FEB 2025
- 05:00 CET
Paseando una mañana por la playa, sin saber qué hacer
ni qué pensar, vi que entre la arena había muchos cantos rodados.
Los había de granito que eran blancos, con alguna veta azul; otros eran de
basalto, muy oscuros. Solo por entretenerme escogí uno al azar y comencé a
sobarlo de forma que su textura tan suave me extrajo de las yemas de los dedos
un extraño placer al que no sabía dar nombre. Hace un millón de años ese canto
rodado sería una pequeña roca informe, llena de aristas, vomitada desde el
fondo de la tierra por algún volcán y ha sido el mar con el oleaje y la resaca,
pasando sobre ella infinitas veces, el que la ha bruñido y cargado de una rara
energía, que ahora desde la mano me subía por el brazo hasta un punto
indeterminado del cerebro. Tal vez ese canto rodado había estado esperando a
que yo lo eligiera desde que en el planeta había dinosaurios alados y los
primates no habían bajado todavía de los árboles. Por encima de este canto
rodado habían pasado todos los vientos de la historia. Pensé si sería posible
convertir el tacto de este canto rodado en una conquista del espíritu. Sin duda
la vida es un oleaje que arrastra éxitos y fracasos, sueños incumplidos, amores
perdidos o saciados y otros materiales de derribo. En una terraza de la playa,
un autobús había desembarcado una excursión de viejos
jubilados. Estaban tomando el sol con los ojos cerrados.
Imaginé que sobre ellos había pasado la vida hasta convertirlos en cantos
rodados como el que yo llevaba en la mano, que después de acariciarlo por
última vez como a un ser vivo que contenía toda la historia de la humanidad,
hice con él lo que me gustaba hacer de chaval. “A ver si hay suerte y se
produce un milagro”, me dije. Lo lancé al mar de forma que dio dos o tres saltos
a flor de agua antes de desaparecer en el fondo y en ese momento en la terraza
de la playa comenzó a sonar el bolero Reloj no marques las horas y
todos los cantos rodados bien agarrados para no hundirse comenzaron a bailar.