TOXICIDAD
POLÍTICA
“Al llegar a cierta edad se adquiere conciencia de que el mundo es una
farsa en ocasiones divertida y con frecuencia trágica”.
Hoy, Manuel Vicent, a su estilo, compone su columna con términos que forman parte de las tragedia que nos asolan en estos tiempos que llamamos ‘civilizados’: “Crimen contra la humanidad” y “genocidio” presentes en tiempos remotos, que dábamos por extinguidos, en los que se celebraron los juicios de Núremberg que juzgó los crímenes del nazismo.
Nos presenta Vicent, a su
manera, una curiosa y magistral relación entre el estómago y el cerebro entre
los cuales existe una permanente
relación bidireccional a través de la autopista del Nervio Vago:
"Si las
noticias que recibimos cada día fueran comestibles y en lugar de ir directas al
cerebro se dirigieran al estómago, bastaría con un solo telediario para morir
envenenados".
Un buen ejemplo que confirma la veracidad de lo que dice, circunscrito a nuestro contexto, es el exabrupto del ”Me gusta la fruta”. Uno acaba por vomitar y puede seguir vivo pero, sin duda, si le lleva a reaccionar a través de una sonrisa de aceptación o de carcajada abierta, su cerebro está en alto riesgo de mostrar socialmente hambre ideológica. Su estómago envía al cerebro la señal de que aún no está harto y necesita más caña a los contrincantes y, a su vez, el cerebro envía a su estómago ingentes cantidades de ácido gástrico permitiéndole hacer digestible algo que para otros supondría una muerte por envenenamiento.
https://neuroforma.blogspot.com/2020/06/carrona-informativa.html
La chatarra ideológica tiene un peligro: provocar una disminución
de la sensibilidad de los receptores de dopamina similar al desarrollo de la
tolerancia observada en las adicciones a sustancias.
Ante semejante panorama la receta que nos propone Manuel Vicent, no es efectiva: “Te creerás a salvo si antes de dormir oyes un concierto de Händel, lees unos poemas de Rilke o ves una película de Billy Wilder, pero será en vano”.
Aun considerando que, a mi juicio,
tampoco la relativización que la RAE define como acción de “conceder a
algo un valor o importancia menor”, pero también se trata de decidir cuál es
nuestra actitud ante ciertas situaciones desafiantes del día a día. Es decir,
aprender a tomar perspectiva y ocuparse –no preocuparse– antes de tiempo, tampoco me parece efectiva la siguiente:
“Ahora bien, el peso de los años disminuye la gravedad
del descubrimiento porque también nos percatamos de que todo da
igual para el tiempo que nos queda. En consecuencia los viejos se encierran
deliberadamente en sí mismos y atrancan la puerta por dentro. ¡Adiós!".
Alejandro Nieto
Catedrático de Derecho Administrativo
Expresidente del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas
Lo cierto es que lo que comemos y el entorno en el que lo hacemos, afecta no solo nuestro cuerpo físico, sino también a nuestra mente y emociones.
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Envenenados
Cualquier crimen contra la humanidad participa en tu
dieta diaria y en tus ejercicios de respiración. ¿Acaso no queda un poco de
belleza en este mundo en la que refugiarse?
Si las noticias que recibimos cada día
fueran comestibles y en lugar de ir directas al cerebro se dirigieran al
estómago, bastaría con un solo telediario para morir envenenados. El estómago
es muy delicado y si algo le sienta mal lo vomita; en cambio, el cerebro admite
toda clase de basura, cuanto más sucia sea la casquería más le gusta. En el
noticiero de las nueve de la noche durante la cena en la pantalla del televisor
se ofrece la cosecha del día: una guerra de exterminio,
el albañal de la pederastia
eclesiástica, el estercolero de la corrupción, los insultos
que se profieren los políticos con juicios y condenas emitidas desde la tripa.
“La sopa está muy rica” —exclama alguien en la mesa—. Mientras la sopa te
produce un ligero placer en el paladar, apartas los ojos del televisor ante la
imagen de unos niños destrozados por las bombas, pero esa masacre espantosa de
Gaza ya se hallaba en tu cerebro y también formaba parte sustancial de la sopa
antes de enfrentarte al telediario. Las noticias son trasportadas a la
velocidad de la luz por una tupida red de ondas electromagnéticas que cubren
todo el espacio. Cuando respiras te estás metiendo previamente en los pulmones
y en el torrente sanguíneo todas esas desgracias, catástrofes, matanzas y
perversiones que luego oirás por la radio o aparecerán en una pantalla.
Cualquier crimen contra la humanidad participa en tu dieta diaria y en tus
ejercicios de respiración. ¿Acaso no queda un poco de belleza en este mundo en
la que refugiarse? Pese haberla compartido con un genocidio, la
sopa te ha sentado muy bien; en cambio, tu cerebro ha sido envenenado hasta el
fondo de la conciencia. Te creerás a salvo si antes de dormir oyes un concierto
de Händel, lees unos poemas de Rilke o ves una película de Billy Wilder, pero
será en vano. Las ondas electromagnéticas cargadas de desgracias invadirán tu
cama y aun dormido te pasarás toda la noche inhalándolas. Transportan toda la
miseria humana que los medios al despertar te ofrecerán mañana.