domingo, 11 de febrero de 2024

Constrúyete a ti mismo

 


Constrúyete a ti mismo

El concepto de “mujer o hombre hecho/a  sí misma/o” se refiere a aquellas personas cuyo éxito (entendiento que hay tantas clases de éxito como personas, que lo que para uno puede significar un gran éxito para otras puede no significar nada) intervienen en el mismo muchas variables entre las cuales siempre se encuentra la autodeterminación y el esfuerzo (soy consciente de que a este último término se le da actualmente un carácter peyorativo o despectivo). A lo largo de la historia, ha habido ejemplos notables de personas que han superado dificultades y han alcanzado la autorrealización, el auténtico éxito, a pesar de que tuvieron que enfrentarse a múltiples desafíos y dificultades.  Nacidas en una pequeña aldea de nuestra Galicia rural, en  una familia que  tenía tan solo recursos que le permitían sobrevivir, estrictamente, sin más, pero el  espíritu de esas personas era inquebrantable. A medida que crecían, se fueron dando cuenta de que el verdadero éxito no era tan sólo éxito material: era encontrar su verdadera pasión y propósito en la vida. Sí, es cierto que actualmente, el concepto de la sociología de “movilidad social” (ascensor social), en los tiempos actuales está averiado y que en consecuencia lo de esfuerzo personal a muchas personas  el suene a puro engaño. Aún así me atrevo a escribir lo que sigue más abajo. Ayuda a comprender el contexto, ver antes el siguiente VÍDEO:

LA PRACTICA CONSCIENTE TE LLEVA A SER COMPETENTE

https://www.facebook.com/JulioIglesiasRo/videos/418444215550406

 Todos entendemos que no nacemos totalmente hechos, que nos vamos haciendo, poco a poco,  a lo largo de la vida.

Lo que no todos entendemos es el cómo nos vamos haciendo, ni tampoco, en que medida depende de nosotros y en que medida es fruto de la pura aleatoriedad. El título nos sugiere que  podemos construirnos a nosotros mismos siguiendo unas pautas previamente definidas y planificadas. ¿En cuanta medida? Como el sentido común nos señala, es imposible cuantificarla, pero, como el mismo sentido común nos sugiere, sin duda en  mucha medida.

El determinismo genético,  mal entendido,  lleva a muchos a afirmar que son los genes los que mandan. Desde aquí vamos a partir de la premisa de que la “tómbola genética" que nos otorgó aleatoriamente un ADN formado en igual medida por nuestro padre y nuestra madre, la mitad de cada uno, tiene menos influencia  que la que nos otorgan los hábitos que hemos o no hemos incorporado  a nuestra vida. Digo lo de “tómbola genética” por que no hemos tenido la ocasión de elegir ni a nuestro padre ni a nuestra madre. Los genes nos son dados, pero, los hábitos, nos los damos nosotros a nosotros mismos.Por lo que respecta a nuestra propia construcción podemos sintetizar, grosso modo, lo que sabemos de la ciencia de esta forma: 

un 80 % de las personas, tienen un 25% de influencia de  lo dado (genes, no modificables) y un 25 % de influencia de la educación temprana, no modificable (lo adquirido). Le quedaría, por lo tanto,  un 50% de espacio de libertad para tomar decisiones propias y construirse a su medida.

Al 20% restante de personas les sucede que debido a las condiciones de sus genes,   o a su anómala educación temprana, le disminuye  su grado de libertad, por lo que este ya no llega al 50%.

 Otros sostienen que la educación recibida en la primera infancia marca el resto del camino que nos queda por recorrer toda nuestra vida. Seguimos así en la misma, no tenemos nada que decir ni nada que hacer. Como en mi adolescencia nos decía el “ilustrado” de la época – en la Galicia rural era el cura o el maestro – “yo soy yo y mis circunstancias”. Nos lo decía para que no lucháramos contra las circunstancias y nos conformáramos con lo que éramos y teníamos. No sé si era ignorancia o mala fe, más bien creo que lo primero. ¿Conocerían la frase completa de Ortega y Gasset? 

  “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. 




En el supuesto de que la conocieran completa, ¿alcanzaría a ver su significado?

En el supuesto de que la conocieran completa y comprendieran su significado, ¿les parecería un mensaje revolucionario y pervertidor del orden establecido?

 

Hoy ya no hay “ilustrados” que manden tales mensajes subliminares, sin embargo, está a la orden del día el victimismo. Encontraremos a un montón de gente culpando de sus males a las más diversas fuentes sin darse cuenta que como adultos responsables de lo que hacen,  hacen acciones que tienen consecuencias. 

Si no te gustan las consecuencias cambiar las acciones es más práctico que buscar culpables.

A todos nos suena aquello de “Conócete a ti mismo”, como una frase, o mejor, un precepto, que se leía en el frontispicio del Templo de Apolo. Hablamos de la antigua Grecia, allá por el año V antes de Cristo, de la ciudad de Delfos que estaba situada al pie del monte Parmaso y en la cual se encontraba el templo, que era uno de los principales centros religiosos de la Grecia de entonces.

 En aquellos tiempos se consideraba a la persona como un “ser inmutable”: nos decía Parménides que lo existente es inamovible,  las cosas son inmóviles, es decir, el ser es único y permanente, inmutable. Hoy en día, la ciencia nos dice todo lo contrario. Sostiene que cada uno de nosotros se está haciendo permanentemente cada día, desde que nace hasta que se muere. Si Sócrates viviese hoy, no cogería el precepto del Templo de Apolo como guía moral y lema de vida, como camino a seguir para alcanzar la propia madurez. A mi juicio, lo cambiaría por otro de podría decir: “Constrúyete a ti mismo”.  En aquellos tiempos no conocían lo que hoy sabemos, gracias a la ciencia, del cerebro humano: que cambia constantemente, que su bioquímica, su anatomía y fisiología, cambia día a día en función de sus interacciones con el entorno, con el medio ambiente en el que se desenvuelve.

Yo creo que ya lo intuían los antiguos griegos cuando nos decían aquello de “no te bañarás dos  veces en el mismo río” con la que Heráclito de Éfeso  quería poner de relieve lo que hoy repetimos en los cursos sobre el cambio que damos en las empresas, para sembrar la idea de que es  necesario,  que se da constantemente en todos las empresas que superviven en el mercado: "la vida es cambio, el cambio es vida.  A esto hoy la ciencia le llama “Plasticidad del Sistema Nervioso Central” y que supone que todo conocimiento, información, percepción sensorial que entra en el cerebro, opera en alguna medida, cambiándolo. No somos los mismos el primer día de curso que el último. De aquí que los cursos ¡siempre valen para algo!, y no tan solo para el desarrollo profesional. La formación no puede pensarse exclusivamente al servicio de las necesidades y requerimientos del sistema productivo. También debe satisfacer necesidades de carácter cultural, social, ético y sobre todo de desarrollo personal, que no responden de manera única a las necesidades de los sistemas productivos, que también, sino  a necesidades humanas más amplias.

Tu yo de hoy es diferente de tu yo de hace 20 años. Las percepciones que recibes ahora mismo, filtradas por tus percepciones anteriores, te van actualizando cada minuto, cada día. Los conocimientos sociales, éticos, profesionales, emocionales, a los que nos exponemos nos cambian, en mayor o menor medida, pero siempre en alguna medida. Cambiamos a lo largo de nuestra vida de forma de pensar y de sentir, cambiamos de personalidad, de motivaciones, de preferencias. Cambiamos, incluso de identidad. 



 ¿Cómo podemos  nosotros  dirigir este cambio no dejándolo totalmente al azar y a las circunstancias? 

Lo primero,  recordando constantemente  aquello del pasar del “yo soy yo y mis circunstancias” al “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.   

Lo segundo,  seleccionando la información que procesas, exponiéndote a un ambiente moral, social, intelectual que te enriquezca, mejorando tu  nicho ecológico. Cuento muchas veces aquello del pez (carpa japonesa) llamado Koi. Cuando se cría en peceras, alcanza apenas unos centímetros de longitud; cuando se crían en lagos, llegan casi al metro; finalmente, aquellos criadas en el mar superan el metro de crecimiento. El nicho ecológico condiciona mucho.

 Somos y nos hacemos con nuestras elecciones.

Te propondremos una metodología y herramientas, que te lleven a esta construcción de ti mismo, en función de tus propias elecciones. Entre ellas como desarrollar los hábitos. En los hábitos está nuestro poder de ejercer el control sobre nuestro crecimiento y cambio.

Entendemos por hábito la habilidad adquirida para obrar con facilidad. Nos hacemos a nosotros mismos a través de los hábitos.

Otra de las múltiples herramientas que te descubriremos,  será la Cadena PSA como fuente de nuestros recursos: Pensamos - Sentimos - Actuamos.  



Con ella podrás apreciar que si puedes cambiar tu percepción de las cosas, puedes cambiar tu forma de sentir, tus comportamientos y los resultados que obtienes.

 

Como resumen; si te has fijado, de todo lo anterior tenemos, entre otras, dos herramientas muy prácticas. Una, el cambio de interpretación de lo que te sucede. Dos, el hábito, la repetición del nuevo comportamiento o alternativa que queramos incorporar a nuestra vida. 



Para adquirir un HÁBITO

la REPETICIÓN es la madre del APRENDIZAJE



 ----------------------------------------------------------------------------------------------------------


COLUMNA

i

Todo por soñar

Mi generación lleva en el subconsciente asimilada la seducción de las grandes estrellas de la pantalla

MANUEL VICENT

11 FEB 2024 - 05:00CET

“También a mí me gustaría parecerme a Cary Grant”, solía decir el propio Cary Grant fuera de la pantalla. Parecerse a las grandes estrellas del cine suele ser un sueño muy húmedo. Confieso que también a mí me hubiera gustado fumar como lo hacía Robert Mitchum, con el humo subiendo hacia su ojo entornado con el que parecía mirar con desprecio a todo el mundo. También lo hubiera dado todo por tener un puesto de sandías y melones en una calle de Roma y que fuera derribado por la Vespa pilotada por Audrey Hepburn y Gregory Peck. Son legión los espectadores que han soñado con llamarse Rick y ser dueños de un bar en Casablanca y al entrar un día Ingrid Bergman en el local mandar a Sam que tocará otra vez la canción: A medida que el tiempo pasa. Ciertamente hubo un tiempo en que había que odiar a John Ford porque representaba el capitalismo norteamericano; en cambio había que adorar a Jean-Luc Goddard que llevó la pedantería cinematográfica hasta el extremo del tedio, si bien en secreto muchos hubieran deseado matar también a Liberty Valance con el mismo rifle Winchester que uso John Wayne. Mi generación lleva en el subconsciente asimilada la seducción de las grandes estrellas de la pantalla con el olor a pachuli y desinfectante zotal del patio de butacas. En la adolescencia fue Marilyn Monroe, aquella carne dorada que se movía como una trémula compota de fresa; en la edad adulta fue la pistola que llenaba por completo la mano de James Cagney o de Edward G. Robinson; en la madurez hubiéramos querido morder la misma manzana de Diana Keaton paseando por Central Park y entrar luego en una galería de arte del Soho; lo dábamos todo por una ironía cruel de Billy Wilder, por la cítara que toca Anton Karas en El tercer hombre, por la avioneta de Robert Redford en Memorias de África y por el sombrero hasta las cejas y medio puro en la boca de Clint Eastwood. Y así hasta el infinito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario