domingo, 31 de julio de 2022

VIEJOS RECUERDOS EN PERSONAS VIEJAS


 

Viejos recuerdos en personas viejas (sin eufemismos)

 “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla.”

Gabriel García Márquez


Nuestro admirado Manuel Vicent nos sumerge hoy en el mar y apela a nuestra imaginación para recrearnos en sibaritas y sofisticados placeres: baño y pesca en alta mar, audífonos y reproductor acuáticos para escuchar a Mozart bajo en agua...

Todo ello alumbrado  por  astro rey al que imagina, tal vez influido por la belleza inigualable  de los atardeceres y amaneceres,  con las mismas características del sol de su infancia olvidándose  que el de hoy también ha envejecido deteriorándose e  incrementado considerablemente el cáncer de piel y produciendo en los humanos  el llamado foto envejecimiento.

Lo que más me ha llamado mi atención ha sido su recuerdo de cómo aprendió a nadar. Me hizo recordar a mí un episodio muy similar en cuanto a la causa y a sus efectos. Me explico, y para hacerlo debo recurrí a hablar de mi mismo sin pretender caer en los lados más oscuros de la llamada  “literatura de autoficción”, o “literatura del yo”, construida a partir de  la intimidad del que escribe. Un lado oscuro que, según algunos,  hace el juego al neoliberalismo fomentando  la individualidad a ultranza. Me identifico, sin embargo, con aquellos que piensan que las historias dan respuesta a la necesidad  de “mirar hacia dentro”, lo cual supone el fomento de la introspección y de la reflexión, tan necesaria, a mi juicio hoy en día.  

También me identifico y estoy de acuerdo con lo que escribe Santiago Ramón y Cajal en el final de la  introducción de su libro titulado ‘El mundo visto a los ochenta años’:

“La índole de este libro me ha obligado a hablar hartas veces de mí mismo, poniéndome como ejemplo de las desventuras y tribulaciones de un anciano trabajador. El Yo –lo sé de sobra- se juzga orgulloso y antipático. He procurado, empero, despersonalizar en lo posible la mayoría de los relatos, ventilando el tufillo de hospital y evitando el pedantismo técnico de las historias clínicas. El lector benévolo y comprensivo, perdonará ciertas confidencias y expansiones inoportunas, en gracia de la intención docente y utilitaria en que se inspiran. Y será indulgente también con ciertas consideraciones fastidiosamente científicas inexcusables en los dos primeros capítulos”

Me identifico, plenamente,  con esto que nos dice el “solitario y descreído octogenario de los años treinta, que también podría pertenecer a nuestro tiempo y a nuestra circunstancia histórica más actual.”

Paso, después de la necesaria y extensa explicación anterior,  al recuerdo personal que me suscita la inspiradora lectura de la columna de Vicent de hoy.

Dice haber aprendido a nadar (efecto)  a los 6 años, a consecuencia (causa) de una traicción de un niño que lo empujó.” No he hecho otra cosa en esta vida.” La frase puede entenderse en sentido metafórico y también real: a Manuel Vicent le encanta nadar y la practica con deleite a pesar de que aprendió a hacerlo como fruto de una experiencia traumática.

Yo, a la edad de 6 años también sufrí una experiencia traumática fruto de la cual me proporcionó grandes deleites a lo largo de toda mi vida.

En el rural gallego, en el que nací, a esa edad me acerqué al patio del vecino (Eduardo)  en el que se encontraba su perro (Ney)  comiendo un hueso. Intenté acariciarlo, y el reaccionó dándome un mordisco en mi pierna izquierda (la única cicatriz que aún conservo). Me recuerdo sangrando abundantemente, viendo a mi madre con un gran estrés y la rapidez con la que me llevó a casa del maestro y practicante del pueblo (D. Pío) el cual me curó la herida y la cerró dándome  los primeros puntos de mi vida.

Aquella experiencia me llevó a ser un amante de los animales en general, y de los domésticos en particular, sobre todo perros y gatos a los que amé a todo lo largo de mi ciclo vital.

No he tenido perro (vivo en un ático en la ciudad) y no me parece adecuado para un perro, pero si he tenido gatas (Fuga, Melisa, Chipy, que  murieron con 19, 13 y 15 años y que tengo enterradas en una finca en la Serra de San Mamede y actualmente, desde mayo del 2013, tengo un Bosque de Noruega  al que llamo Piki Pyquillas, alias del Guliguillas.

En cuanto a los perros acabo acariciando a casi todos con los que me encuentro aunque al principio parezcan feroces y tengo uno en la montaña que no es mío pero que cuando voy allí hace su vida conmigo : alimentación, senderismo, etc.

Otra de las características que algunos le adjudican a la literatura del yo y con la que estoy de acuedo, “[...]y una vía para reconocerse en las experiencias de otros y aprender de ellas.” Ángeles Oliva

Todo aquello que contribuya a mejorar nuestra  comprensión del punto de vista de otras personas, nos hace crecer como personas y como sociedad civilizada. 



Como siempre, a continuación, copio y pego la columna de Manuel Vicent para que la puedan leer los no abonados a El País, por no abrirle el enlace.
En mi opinión (respeto al que piense justamente lo contrario) lo que escribe Manuel Vicent es auténtica sabiduría, que debería llegar a todo el mundo. Yo con ello pretendo cumplir lo que digo en mi blog. “Actualmente, mi motivación básica es la trascendente (" Me gusta lo que hago porque beneficia a muchas personas"): Hacer de forma altruista mi pequeña aportación al desarrollo personal y profesional de las personas y a crear una sociedad más justa.”


COLUMNA

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Un día de mar

Si uno toma la vida como una representación puede imaginar que esa luz del sol que recibe en la vejez es la misma que doró su infancia. Hay que aceptarla como un regalo

MANUEL VICENT

31 JUL 2022 - 05:00 CEST

El sol salió a las 6.55 y su descarga luminosa fue la misma para todo el mundo, para los que a esa hora iban al trabajo, para los que abandonaban exhaustos las discotecas y para los que íbamos a pescar y a tomar el baño en alta mar. Yo llevaba un audífono acuático para oír música debajo del agua, un placer que me ha regalado la vida. Clareaba el día cuando ganamos la bocana y largamos los sedales con las plumas y las rapalas. Mientras navegábamos a la espera de que picara alguna llampuga, salió el sol con toda la gloria y de pronto recordé cómo aprendí a nadar. Tendría seis años y con otros niños desnudos jugábamos entre naranjos alrededor de una alberca de agua verde sobrevolada de libélulas, llena de limo y con ranas extasiadas con las patas abiertas. Uno de aquellos niños me empujó a traición, caí dentro de la alberca y empecé a bracear para no ahogarme. No he hecho otra cosa en esta vida. En aquel momento se estaba poniendo el sol y recuerdo que la luz del crepúsculo era tan dulce como lo era mi inocencia. Ahora estaba amaneciendo y no obstante yo era un viejo. Después de pescar unas caballas, algunos bonitos y un pez limón, de regreso a puerto viendo que el mar estaba sumamente tendido me eché al agua con el audífono acuático pegado a los parietales. La sinfonía de Mozart comenzó a surgir desde lo más hondo del abismo, las corrientes expandían la música muy lejos y servían a la vez de cajas de resonancia, de modo que todo el mar se convirtió en una apabullante orquesta. Generalmente en el cine los amaneceres se suelen rodar durante las puestas de sol, ya que las cámaras no distinguen la luz que nace por la mañana de la que muere por la tarde. Si uno toma la vida como una representación puede imaginar que esa luz del sol que recibe en la vejez es la misma que doró su infancia. Hay que aceptarla como un regalo.

https://elpais.com/opinion/2022-07-31/un-dia-de-mar.html


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