RUIDO IDEOLÓGICO
Sin conciencia (capacidad de
darse cuenta) no hay comprensión.
Sin
comprensión (entender) no hay motivación.
Sin motivación
(energía) no hay acción.
Sin acción (actividad)
no hay evolución.
“Ser es hacer”
No tenemos más que prestar un poco de atención a las noticias que nos difunden los medios de comunicación, para ser más conscientes de lo difícil que es llegar a entendernos con nuestros semejantes y , a su vez, del tremendo costo que acabamos pagando todos, unos más y otros menos, pero todos, a consecuencia de esa falta de entendimiento. No creo necesario mencionar los múltiples conflictos que marcan nuestra vida diaria traducidos en guerras abiertas y los enormes costos de todo tipo, que se derivan de las mismas.
Nos habla hoy Manuel Vicent en su columna, (¿Que pasará?) del futuro:
"
He escuchado, durante los ataques israelíes sobre Gaza, a varios palestinos entrevistados por los medios de comunicación decir que la situación en la que se encontraban les llevaba a envidiar a los muertos que les rodeaban. Ejemplo patético y realista de la desesperación humana:
"Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles..."
Si le preguntamos a diversas personas por las causas de este deplorable y pernicioso fenómeno tan extendido, y que nos impide entendernos y resolver los conflictos desde la racionalidad, nos encontraríamos con una variada lista de causas y motivos que nos impiden comprendernos. En mi opinión, una posible explicación podría ser la que sigue:
Arrastramos un profundo déficit en el manejo
de argumentos racionales.
Hay que reivindicar una racionalidad que nos permita vivir en la racionalidad y un humanismo que lleve a utilizar la racionalidad para mejorar la vida de todos.
Si te interesa el tema te invito a leer:
https://neuroforma.blogspot.com/2023/05/ruido.html
Por otro lado, siempre estamos dispuestos a manifestarnos
con un derroche de emociones, a veces
utilizadas para influir en nuestros escuchantes y, otras veces, para generar sentimientos de rechazo y
distanciamiento de nuestros oyentes. En el mundo político tenemos incontables
ejemplos de personajes que cada vez que salen hablando en los medios de
comunicación, sobre todo en las televisiones (en las que adquiere toda su
importancia el lenguaje no verbal) acaban despertando, en los que escuchan, toda una gama
de emociones negativas hacia ellos y en consecuencia hacia los partidos que representan. Lo sintetiza, en mi opinión muy bien, un conocido mío que ante situaciones de este tipo concluye diciendo: "tú forma de ser me grita tanto al oído, que no me deja escuchar lo que dices".
Liderar
nuestras emociones es fundamental para dejar de ser víctimas de nosotros mismos.
En el primer caso el objetivo está claro e implícitamente adivinado: se trata de perseguir objetivos personales (a veces no confesables) de forma más visible o camuflada, esperando que llegue la oportunidad que se ambiciona. En el segundo caso el objetivo es, sobre todo, marcar bien las diferencias con los grupos diferentes no vaya ser que, “los nuestros,” lleguen a identificarnos con “los otros” y echemos por la borda nuestras camufladas pretensiones de que nos toque la lotería de la “movilidad social” y nos convirtamos en un personaje “importante”. En este perverso juego, no solo vale el ruido ideológico y todo lo que este representa, sino el embarrado en el fango en el que se ahogan muchos posibles votantes que se dejan llevar por las falacias acompañadas con todo un cúmulo que recursos lingüísticos retorcidos y engañosos que no tienen otro propósito que confundir a los oyentes, muchos de los cuales caen en la degradación moral, votando a personas que defienden intereses muy alejados de los suyos. Todo ello acompañado de un estilo bronco, rudo y altisonante más propicio para promover las emociones que movilicen e impulsen irreflexivamente a sus posibles votantes.
"Las cosas cambian para peor, si no son cambiadas ¡para mejor! a propósito".
Alguien tendría que empezar por explicarles, sobre todo a los políticos dogmáticos, que la realidad no existe, que cada persona vive en su realidad construida subjetivamente: cada persona tiene un mapa distinto para interpretar el mundo. A continuación, seguir explicándoles que cuando defendemos nuestro punto de vista y nuestras opiniones, es propio de personas inteligentes hacerlo respetando las de los demás, dejando abiertas opciones a otras posibilidades. Si no lo hacemos así, generamos en los demás bloqueos o “resistencias”. Hablar haciendo juicios definitivos, hacer afirmaciones absolutas, genera tensión e incomodidad en nuestros interlocutores.
Cambiaría,
sin duda, la política ¡a mejor! si cada uno de los políticos empezara diciendo
su punto de vista con frases como las siguientes:
“En mi
opinión...”; “A mi manera de ver...”; “Tal y como yo veo esta situación..." “Según
mi experiencia...”. Esta forma de expresarnos no ayuda a no confundir nuestro
punto de vista con la verdad.
Llegamos,
ya hace tiempo, a un punto en el que a nadie
importa lo común, lo colectivo, lo de todos, como punto de partida que nos permita dialogar
generando la posibilidad de convivir
como personas civilizadas en un marco no inamovible sino cambiable,
modificable, evolucionable, siempre que lleguemos a ello a través del consenso de los mecanismos constitucionales que nos hemos
dado como españoles.
Hay que tener comprender y entender que hablamos a través de expresiones lingüísticas y que estas nos permiten llegar a consensos a través del diálogo, si cumplen con lo siguiente, dejando de lado el fariseísmo y actitudes propias del camaleón:
que estén bien construidas de acuerdo con las leyes de la gramática; que contribuyan significativamente a nuestra vida social; que expresen nuestros pensamientos; que representen cosas o estados de hecho.
Llegaríamos
de esta forma a generar “Ideas Fuerza” que nos hagan reaccionar, es decir, no
sólo pensar lo que queremos hacer, sino hacerlo realmente. Hoy sabemos muchas
cosas y hay multitudes de personas que saben lo que tienen que hacer, pero
no hacen lo que saben. Las ideas sin acción constituyen en la mayoría de las
situaciones un mero onanismo mental. Ninguna idea tiene valor hasta que no es
puesta en marcha. Pasar a la acción es lo que proporciona la posibilidad de paulatinamente
irnos acercarnos al cambio deseado, sin
prisas, pero también sin pausas, para de esta forma ir construyendo nuestra propia identidad. Esto exige, necesariamente, tener respuesta a la pregunta:
¿Qué queremos ser?
Identidad según el diccionario de la Real
Académia Española: 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una
colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una
persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser
alguien o algo el mismo que se supone o se busca.
¿Quién soy yo?
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i
¿Qué pasará?
Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera,
vete a saber. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima
Antes el futuro tardaba mucho en llegar.
Hasta hace poco el futuro era ese tiempo o ese espacio que siempre estaba más
allá, como el horizonte inaprensible que se aleja a medida que tratas de
alcanzarlo. Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se
acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción
planetaria. ¿Qué pasará? Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror
y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja
abierta a todas las desgracias posibles, una nueva pandemia que podría
acabar con la humanidad en un par de días; una guerra nuclear a
la vuelta de la esquina; un aerolito gigantesco que de pronto aparece en
nuestras cercanías y que al principio los más optimistas confundirán con el
planeta Venus; una sequía atroz que no cesará hasta que afloren en los pantanos
todas las pistolas de asesinos ignorados y, como remate, la inteligencia
artificial que por fin se va a apoderar del alma humana. ¿Qué
pasará? Del mismo modo que en la ruleta el dedo del crupier impulsa la bola
sobre los números del diablo y nadie sabe en qué cubículo, rojo o negro, par o
impar, se va a posar, así en cada telediario se inicia la historia gobernada
por el azar que puede decidir que el fin del mundo se produzca cualquier lunes
a las ocho de la mañana. ¿Qué pasará? Ante esta pregunta solo hay una respuesta
certera, vete a saber, que lo mismo la puede pronunciar un profesor de Harvard
que un labriego analfabeto sentado en una solana con la garrota entre las
piernas. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima y unos creen
que el fin del mundo se produce cada fin de semana y otros se preguntan si
volverán las lluvias y habrá trufas y setas. ¿Qué pasará? Vete a saber. Toda la
filosofía moderna, la ciencia, el arte y la política se debaten hoy entre esa
pregunta y esta respuesta.
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