EL OTOÑO DE LA VIDA
Nos llega un otoño poniendo fin al verano más caliente que hemos tenido
en muchos años. Según nos dice la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) tuvimos
el verano más caliente desde que tenemos datos
validados para toda Españas de la serie histórica que comienza en el
años 1961: “Este 2022 ha dejado el segundo verano
más caluroso en todo el hemisferio, pero el número uno de Europa. Acaba de saberse que el continente se calienta el doble que la media planetaria”, según nos anuncia hoy elDiario.es : “Los países vuelven a discutir sobre
el clima mientras el calor extremo atenaza el planeta". La COP27 comienza en Egipto después de que Europa haya atravesado el verano más cálido registrado cuajado de olas de calor, se derrumbarà un glaciar derretido en los Alpes y la temporada de incendios marcara una devastación récord”
Nos decía Hermann Hesse en su ‘Elogio de la vejez’:Borrachera del crecimiento y fiebre de la especulación del suelo, que el mundo nos protege poco más, a menudo parece constar únicamente de gritos y de miedo; pero la hierba y los árboles continúan creciendo. Y si alguna vez la tierra quedase enteramente cubierta de cajas de cemento, los juegos de nubes seguirán estando siempre ahí, y aquí y allá habrá personas que con la ayuda del arte tendrán siempre abierta una puerta a lo divino.”
A estas alturas, con el permiso de la ciencia y de Manuel Vicent, podemos afirmar que el clima también tiene creyentes y ateos (que no agnósticos)
Como todo
en la vida, el otoño tiene sus ventajas e inconvenientes. La paz y tranquilidad
que se logra ante una chimenea en la que
arden troncos de roble (carballo en nuestra maravillosa Galicia) con mi gato ronroneando en
mi regazo, es algo indescriptible. Saborear, un año más, las setas, las
castañas asadas, acompañadas de los exquisitos vinos de la Ribeira Sacra, es
todo un lujo para las papilas gustativas. Contemplar la sierra nevada desde tu
ventana, con una temperatura óptima en el interior genera un gran bienestar. Escuchar la
berrea de los ciervos en la sierra que no se parece en nada a la berrea de los
políticos: la de los ciervos, es un canto a los oídos, la de los políticos es
puro ruido, que según lo define la ergonomía, es un “sonido molesto”
Para que en
el otoño de la vida el balance entre las
ventajas y los inconvenientes sea positivo, el consejo correcto nos lo da, a mi
juicio, Yves Montand:
“Las hojas
muertas son recogidas por la pala
Recuerdos
y arrepentimientos también
Y el
viento del norte los lleva lejos
En la fría
noche del olvido
Mira, no
lo he olvidado
La canción
que me estabas cantando”
“…lo que la juventud encontró fuera; en el otoño de la vida, tanto el hombre como la mujer lo encontrarán dentro.” Gustav Jung
Como siempre, a continuación, copio y pego la columna de Manuel Vicent para que la puedan leer los no abonados a El País, por no abrirle el enlace.
En mi opinión (respeto al que piense justamente lo contrario) lo que escribe Manuel Vicent es auténtica sabiduría, que debería llegar a todo el mundo. Yo con ello pretendo cumplir lo que digo en mi blog. “Actualmente, mi motivación básica es la trascendente (" Me gusta lo que hago porque beneficia a muchas personas"): Hacer de forma altruista mi pequeña aportación al desarrollo personal y profesional de las personas y a crear una sociedad más justa.”
Sigo siempre el mismo proceso: Como todos los lectores suscritos a El País, leo la columna de Vicent el domingo a la mañana cuando me despierto. La reflexiono, e inspirado en ella, escribo mi comentario y, dos horas después, lo publico en mi blog y en otros foros. Posteriormente, si tengo tiempo, le doy otra vuelta y añado cosas que se me ocurren hasta dejarlo ya definitivamente terminado en mi blog.
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En la niebla
Noviembre ha acabado por doblarle el codo al calor y
el otoño ha impuesto a la naturaleza el imperio de sus colores
Ha sido un verano largo, hosco, feroz, muy duro. Unos decían que tanto calor se debía al cambio climático; otros que lo producían las tormentas solares que se agitan de forma periódica dentro de esa bomba de hidrógeno. El clima también tiene creyentes y agnósticos. El calor empezó a mitad de mayo y desde entonces no había cesado de caer un fuego de castigo sobre este país como si fuera una maldita tierra de Caín, pero finalmente parece que noviembre ha acabado por doblarle el codo y el otoño ha impuesto a la naturaleza el imperio de sus colores, rojos, amarillos y morados, el humus fermentado en los bosques y el olor a chimenea encendida con troncos de encina en los pueblos de montaña. La berrea de los ciervos ha pasado. En estos días los más fuertes ya habrán cumplido la misión de aparearse, cosa que no sucede con los políticos que siguen en una interminable brama con las cuernas enredadas, pero no todo van a ser desgracias, puesto que el otoño también traerá trufas y setas, el vino nuevo y tal vez el sonido de la lluvia de noche en el tejado. Para celebrar el acontecimiento escucho a Yves Montand que canta Las hojas muertas, cuya melodiosa voz hace recordar los días felices en que dejamos las huellas de los pies en la arena de la playa. Como en la canción, también en las calles de la ciudad las hojas muertas son recogidas con una pala y con ella se van los recuerdos. Todos los veranos son siempre el último verano para los viejos que sueñan con que todo será como antes y también para los jóvenes enamorados que habrán visto caer la ceniza de algún incendio sobre sus propios cuerpos incendiados. Antes de que se conviertan en basura, estas hojas muertas fueron de oro, como lo fueron también los recuerdos que se llevará el primer viento húmedo de otoño dejando el cristal empañado para que cada uno pueda formular un deseo escrito con el dedo en la niebla.
(El resaltado en negrita es mío.)