EL VALOR DE LA PALABRA
“¡La confianza es
buena; el control mejor!"
Nos hemos acostumbrado a que los políticos, en general, nos den gato por liebre. Hemos tolerado, e incluso justificado, que los políticos, en general, representen un
“papel” que luego, a la larga (algunos a la corta), no son capaces de mantener.
Cuando digo “los políticos, en general”, doy por supuesto que
no “todos son iguales” y que, como en todas las profesiones, hay una amplia gama de perfiles.
Los actores representan un papel, ya sea en el teatro o en
las películas, y todos somos conscientes
de que es algo que tan sólo interpretan,
que no es verdad. Puede llegar a fascinarnos la película o la obra de teatro
pero, una vez que termina, nos queda muy claro que tan sólo se trataba de algo que se representaba.
Parece elemental que deberíamos exigirles a nuestros políticos, primero, que crean en lo que dicen; segundo, que actúen en consecuencia.
¿Es tal vez
exigirles demasiado?
Claro que posiblemente, antes de exigirles a los
políticos que no utilicen la máscara, que no fabriquen un falso yo para actuar, tal vez
tendríamos que empezar por nosotros mismos y auto exigirnos, cada uno así mismo, que bajo ningún concepto nos dejaremos
engañar.
¿Es tal vez exigirnos demasiado?
Toda transformación empieza con un cambio de mentalidad
No podemos cambiar a los demás pero sí podemos cambiarnos a
nosotros mismo.
¿Qué pasaría si empezamos por tener en cuenta aquello de León
Tolstoi:
“Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”, y nos ponemos manos a la obra.
A mi juicio, uno de las cosas urgentes en las que deberíamos
poner el foco, sería en el papel que
esta sociedad nos hace representar como ciudadanos y cambiarlo radicalmente.
Vivimos en una sociedad etiquetada, en la que se fomenta una tipología de ¿ciudadanos? más parecidos a ovejas mudas y ciegas que a otra cosa, en la que abundan robots humanos programados por múltiples fuentes pero, todas coincidentes en el mismo objetivo: en que no pensemos por cuenta propia, sino lo que nos dicen que pensemos. En una sociedad en la que se impone lo convencional que nos lleva a establecer con los demás unas relaciones basadas en la hipocresía. Una sociedad en la que se impone lo igual, lo clónico y la consiguiente expulsión del diferente.
¿Somos conscientes de la etiqueta bajo la que
vivimos?
¿Cuántas veces al día nos hacemos el ciego, ignorando acontecimientos que deberían
impulsar nuestra acción?
¿Con qué frecuencia reímos la gracia o asentimos ante alguien que
manifiesta una opinión con la que discrepamos en el fondo y en la forma?
¿Qué causas nos impiden discrepar asertivamente?
¿Dónde se creó y programó el algoritmo que marca nuestras pautas de
actuación?
Darse cuenta
En la medida en que incrementemos nuestra conciencia, entendida como los conocimientos que un ser tiene de sí mismo, de los demás y de su
entorno, y que le permiten “darse
cuenta” de lo que ocurre en su interior, de lo que le ocurre a los demás y de
lo que sucede en el medio en el que se desenvuelve, estaremos incrementando
también nuestra autogestión y proactividad.
La proactividad, desde el punto de vista
práctico, nos permite dar respuestas
elegidas por nosotros mismos a los estímulos que nos presentan, y no respuestas reactivas promovidas por el estímulo
o por convencionalismos más inconscientes, que marcan lo políticamente correcto
fomentando unas relaciones superficiales y puramente instrumentales.
La proactividad nos permite fomentar el “arte de ser uno mismo”, y comportarnos en todo momento de acuerdo a decisiones propias tomadas previamente.
La autogestión consiste
en gestionar la propia vida, y pasa por el gobierno de uno mismo, por
practicar, con todas las consecuencias, un lema que llevo años y años repitiendo en
diversos y variados foros: “tu conduces tu vida, tú decides”. Para el gobierno
de uno mismo hemos propuesto, en varios artículos de este mismo blog, una gran coalición entre lo intelectual y lo
emocional, entre el pensar y el sentir, entre el pensamiento crítico y el optimismo funcional.
Poner el foco en lo que acabamos de reseñar, acelera el cambio de mentalidad de las personas,
el cual fue la causa determinante de cualquier transformación social a lo largo
de la historia.
Un cambio de
mentalidad que estamos viviendo actualmente y que referido a los políticos
podíamos sintetizarlo así:
Principios y
valores declarados, determinarán los comportamientos practicados. Cuando no sea
así, entrará en funcionamiento ese eslogan que fue tan mencionado: “El que la hace la paga”.
Entendiendo por “el que la hace”, ya no solamente el que roba
o se corrompe a través de las múltiples formas que existen, sino también, el
que promete una cosa y luego hace la contraria, el que nos “vende” un programa
y luego, una vez en el gobierno se olvida del mismo. El que pretende darnos
gato por liebre.
Este cambio de mentalidad
hará que sea imposible que los corruptos, cuando toman la decisión basada en el
coste-beneficio con miras a lograr su
enriquecimiento personal, esta no le salga a cuenta, como hasta ahora, de tal
forma que después de ir unos cuantos años a la cárcel le quedan por delante
largos años para vivir a cuerpo de rey.
El cambio de mentalidad tiene que llevar a crear un entorno
en el que si alguien cae en la corrupción, primero devuelva lo robado, segundo
cumpla los años de cárcel que le correspondan y, después que “haga la calle”.
En cuanto a los que prometen y luego no cumplen, hay que recordarles que la ontología del
lenguaje sostiene que el lenguaje humano no sólo describe la realidad de forma
pasiva: también genera realidad de forma activa. El lenguaje es acción y crea
realidades de forma continua.
Todo lo que hablamos da como resultado “productos
lingüísticos”, los cuales los podemos clasificar, según Rafael Echeverría, así:
Afirmaciones, declaraciones, PROMESAS, ofertas y peticiones.
Cuando hacemos una afirmación, nos comprometemos a la veracidad de lo que
afirmamos.
Cuando hacemos una declaración, nos comprometemos a la
validez y a lo adecuado de lo declarado
Referido a nosotros mismos, ese cambio de mentalidad, nos
llevará a dejar atrás la famosa resignación tan predicada. A entender que
resignarse es una aceptación sin acción previa, con lo cual aceptar y
resignarse ante un hecho que nos daña, lo único que genera es un mayor sufrimiento.
Un ejemplo paradigmático de este cambio
de mentalidad es el de los pensionistas
actuales, sus luchas y sus logros, los cuales les abalan para poder decir de sí
mismos: hemos cambiado el mundo, cambiemos ahora nosotros.
Termino este artículo
con el lema con el que lo empiezo. Se atribuye a Lenin, sacándolo tal vez un poco o incluso
un mucho de contexto, para aplicarlo
aquí, sin el sentido cínico en el que es
probable que se aplicara el original. Lo utilizo aquí para decir que no debemos caer, ni
siquiera los que militan en algún partido político, en una “confianza ciega” en los políticos.
Tenemos que lograr que vivan desde la verdad y no desde la mentira, de tal
forma que sus votantes sepan lo que pueden esperar de ellos, y no permitan que
los políticos, en general, caigan en
aquello de
“ Dar gato
por liebre”.