Jorge
A
Juan se le incorporó un nuevo colaborador directo como Jefe de Sección para
sustituir a Antonio Ferro al que apenas le quedaba un mes escaso para
jubilarse.
El
nuevo colaborador, Jorge Monte, tenía 25 años de edad, era Ingeniero Técnico y
su experiencia laboral se limitaba a haber trabajado 2 años en una empresa
auxiliar del automóvil como técnico en el departamento de Métodos.
-
Juan, estás en el
camino de convertirte en un líder, asumiendo, con la ilusión que lo haces, una
de tus principales responsabilidades: el desarrollo individual de los
colaboradores.
-
Asumo esta función
con sumo gusto y creo que, entre otras cosas, dicho desarrollo pasa por
plantearles a los colaboradores,
objetivos ambiciosos y mensurables, a la vez que creamos entornos de
gran confianza y expectativas claras- respondió Juan.
Jaime
Jate sacó lo que él llamó “primera hoja
de ruta del liderazgo” y se la entregó a Juan, a la vez que le comentaba:
-
Me alegra que
tengas claro lo de los objetivos ambiciosos y mensurables. Fíjate que esta primera hoja de ruta, empieza con lo de
las métricas personales. “Lo que se mide, se gestiona”.
-
Me parece muy
interesante este programa, pero, ¿cómo desarrollarlo?- contestó Juan.
- Por lo que hace referencia a crear entornos de gran
confianza y expectativas claras a los que haces referencia – dijo Jaime – los
veremos cuando hablemos del desarrollo del liderazgo organizacional. No debes
olvidar que las expectativas es una de las herramientas de influencia que tiene
el líder. La confianza está basada en que la gente se cree lo que dices porque
es eso lo que haces.
27-07-2025
COLUMNA: MANUEL VICENT
El humo del verano
Un
libro, una hamaca, una buena sombra, una brisa agradable, los amigos y el mar
amanecer
LUIS
ALMODÓVAR
Manuel
Vicent
Después
de un curso político tan bronco hay que dejar que agosto discurra suavemente
sobre el sombrero de paja. Un libro, una hamaca, una buena sombra, una brisa
agradable, los amigos y el mar. Podría añadir una limonada natural con hielo y
hierbabuena con solo alargar la mano. ¿Para qué más? La vida es bella y atroz.
En el charco que ha dejado un reciente aguacero beben en vuelo rasante unas
golondrinas y luego suben hasta el nido y dan de comer a los polluelos. Eran
cinco esta primavera. Quedan tres. Los otros dos murieron después de haber sido
desahuciados y esto ha sucedido mientras a su alrededor florecían las tupidas
madreselvas de las rimas de Bécquer. Me ha llamado un amigo para decirme si me
apetecía salir mañana temprano a pescar. Pero desde casa he visto que el oleaje
rompía muy duro contra la escollera y le he dicho que ya no salgo a la mar,
salvo que las olas me deparen placeres lo más alejados posible de los de un
navegante intrépido. Me gusta tumbarme en la bañera de popa con el sedal del
curricán entre los dedos. Lo de pescar es un decir, puesto que muchas veces lo
único que pescamos siempre es el amanecer con el sol naciente. Cuando apuntan
en el horizonte los primeros rayos del sol me cubro la cara con el sombrero y
observo cómo la luz se filtra entre la trama de sus fibras y a medias ofuscado
y deslumbrado imagino que navego todos los mares del sur mientras el velero va
ganando altura y al sonido del viento en las velas se une alguna melodía de
George Moustaki que me recuerda veranos muy felices. Tal vez los poetas podrían
dividirse en dos: los que aman el amanecer y los que prefieren la puesta de
sol. Realmente ambos crepúsculos tienen la misma luz. En el amanecer hay
golondrinas y vencejos; en la puesta de sol se quiebran en el aire los
murciélagos. Unos y otros salen a la caza de mosquitos, pero dejan que los
poetas, en lugar de mosquitos y otros insectos, se alimenten con toda clase de
sueños, lo que viene a ser lo mismo.
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