DECÁLOGO DE AUTOGESTIÓN:
MIEDO (2)
"Vive según tus sueños, no según tus miedos"
MIEDO A HABLAR
Siempre he tenido la afición de leer y coleccionar entrevistas que los
medios de comunicación hacían a personas de mucha edad, muy viejos. Buscaba, ya
no sólo la sabiduría inherente a una persona vieja que se mantuvo activa
intelectualmente durante muchos años sino, además y sobre todo, la sinceridad con la que expresan
lo que piensan, aunque ello no sea del agrado de muchos o de las estructuras del poder. Ya no tienen nada que perder o ganar y la sabiduría que
desarrollaron, los lleva a la conclusión de que tiene mucho más valor, expresar
con auténtica libertad personal lo que piensan y creen, que los premios o
castigos que les puedan proporcionar.
Cuando el convencionalismo y lo políticamente correcto se utiliza ya no
para el necesario regulamiento de una sociedad civilizada, sino para amordazar
y silenciar a los miembros de un grupo o sociedad, estamos ante el miedo
dañino, perjudicial y patológico. Así, por ejemplo, cuando se habla de
flexibilidad, no se refiere en muchos casos, a la necesaria adaptabilidad a las
circunstancias cambiantes. Se utiliza, en muchos casos, como pruebas de
sometimiento.
La palabra, es la herramienta que utilizamos para la manifestación de uno mismo. Si tienes miedo a hablar, tienes miedo a la expresión de ti mismo. El silencio lleva a la ausencia total de compromiso, del que tanto se habla en la actualidad y se demanda en las empresas a los trabajadores:
“Hablar con él no es diálogo, es desgaste; guarda tus palabras para quien valore la conversación y no para quien compite con el eco de su propia voz".
Con este tipo de personas si procede tener cierto miedo, debido a su arraigado "Sesgo de mi lado". Invito a echar un vistazo a la amplia bibliografía que hay sobre el mismo. El Diccionario Cambridge define el sesgo como "opinión no objetiva que influye en la capacidad de formar juicio". El sesgo de a mi lado pone de manifiesto nuestra escasa racionalidad priorizando todo aquello que reafirma nuestras creencias, valores... sin que nos importen los hechos por mucho que estos sean contrarios a nuestra ideología.
Diserté durante años sobre el DMIG: Discurso Mínimo Interpersonal Garantizado (puedes leerlo en este mismo Blog). Exponíamos un estudio experimental y concluíamos que cada jefe tenía que
garantizar diariamente este discurso mínimo a cada uno de sus colaboradores. En estos tiempos actuales me comentan casos en los que un colaborador está esperando para hablar con
el suyo dos meses. ¡Increíble!
Se hace necesario desterrar urgentemente la “vieja gestión” que
interpretaba como un gran riesgo el decir lo que se piensa y lo que se siente,
y prefería el silencio como signo de “conformidad”. De esta “vieja gestión”
cuyo problema era el individuo, que se dedicaba a vigilar, disciplinar, unificar
e igualar. Que perseguía con ahínco el espíritu cuartelero, las filas cerradas
y el conformismo, hay que pasar a la “nueva gestión”. Para ésta, la solución es
el individuo, desarrollar la individualidad, dejar espacio para desarrollar su
peculiaridad, que construye la organización en torno a la persona.
¿Podría ser la solución a la tan demandada productividad de las empresas?
Si en la “vieja gestión” había gestores que robaban luz ajena para tener
luz propia, y lo que todavía es peor, gestores que anulaban y apagaban la luz
ajena para impedir que se viese su falta de luz propia; la “nueva gestión”,
debe inclinarse a crear las condiciones para que cada uno pueda dar la mayor
cantidad de luz propia posible, en definitiva, la mejor versión de sí mismo.
Así podríamos competir sin precarizar las condiciones de trabajo.
Las leyes, normas y reglas de funcionamiento que una sociedad se da a sí
son legítimas si tienen como objetivo velar por el bien común, por el bien de
todos. Por ello está justificado que se creen estructuras de poder que tienen
la facultad de aplicar, a quién no las cumpla, refuerzos negativos (castigos).
Se da así, que hay personas que las cumplen desde la razón, por estricto
sentido cívico, y, también, otras personas que las cumplen, desde la emoción,
por miedo al castigo.
Lo malo es cuando este miedo se generaliza y se utiliza no ya para
preservar el bien común sino el beneficio de alguien y al margen de las leyes,
normas y reglas que velan por el bien de todos. Manipulando y extorsionando a
las personas se aprovechan de ellas para conseguir beneficios propios y antagónicos
al bien de todos.
Si te
interesa el tema y quieres profundizar te invito a ver el siguiente video :
Decálogo de
Autogestión. Cardar para saber mirar
https://tv.uvigo.es/video/5b5b62fe8f420804526d0554
Lo malo es cuando en una organización, un determinado puesto al que se le ha dotado de un poder para conseguir que sea llevado a cabo con eficacia que consiga una eficiencia final, lo ocupa una persona que cree que el poder no es inherente al puesto, sino a su persona y lo utiliza generando miedo en los demás para beneficio personal de él mismo, ya sea un beneficio tangible o intangible (ego, presunción, importancia, egolatría, etc. etc.). Cualquier ciudadano, medianamente informado, podría enumerar un número significativo de ejemplos que se están dando en variados ambientes y contextos suficientes para confirmar que no se trata de bulos sino de realidades.
Hace años cuando mi nieta tenía 7 años la llevé al cine. Vimos la película
titulada Zootrópolis.
Al principio de la película se decía que el mundo, hace muchos años estaba
dividido en depredadores feroces y presas sumisas. Ciertos puestos solamente
los podían ocupar los depredadores, nunca las presas. Una coneja, Judy Hopps,
no se lo creyó, no se dejó amedrentar, creyó en si misma (auto creencia) y cambió, ya no
esquemas sino paradigmas. Recuerdo, a pesar del largo tiempo que ya ha pasado,que cuando salimos del cine, mi nieta de 7 años sólo
decía: "abuelo, ¡y lo consiguió!, ¡y lo consiguió!
“La coneja Judy se guio por sus sueños, no por sus miedos", y no solo eso, también se ocupó de desarrollar las competencias necesarias para conseguir sus metas, enfrentándose a las mismas sin miedo.
Si te interesa el tema,
y quieres saber más, te invito a ver el siguiente Vídeo sobre el desarrollo de las
competencias en las empresas que he titulado:
LA PRACTICA CONSCIENTE TE LLEVA A SER COMPETENTE
https://www.facebook.com/JulioIglesiasRo/videos/418444215550406
La película trataba de una comedia de aventuras ambientada en la moderna ciudad de Zootrópolis, en la que cohabitan mamíferos de todos los entornos; un lugar en el que cualquiera, desde el elefante hasta la musaraña más diminuta, puede ser lo que quiera. Pero la recién llegada agente Judy Hopps descubre que ser la primera conejita de un cuerpo de policías formado por animales grandes y rudos no era nada fácil. Decidida a demostrar su valía, acepta la oportunidad de resolver un misterioso caso, aunque para ello tenga que colaborar con el locuaz Nick Wild, un zorro experto en el arte del timo.
El sometimiento exagerado a la convención social sin permitirse la más
mínima transgresión a causa del patológico miedo nos anula.
COMO MANEJAR NUESTRO MIEDO.
No podemos aspirar a una sociedad ideal y utópica en la cual no exista el
miedo y en la que no sea necesario recurrir al mismo como forma de garantizar
ciertos comportamientos. Lo que sí es importante, es desarrollar la capacidad
de determinar a qué miedos temer y a cuales otros no debemos dedicarle la más
mínima atención.
Hace tiempo empecé una conferencia en Santiago, ante un público cualificado en el conocimiento de los humanos (eran todos psicólogos de diversas comunidades de España), de esta forma: “Sé más de los humanos por mi afición a la etología que por mis estudios de psicología y sociología… “
No sólo pretendía con ella hacer una apertura impactante (es la primera norma que les aconsejo a los asistentes a un master de la universidad de Vigo a los que les impartía Presentaciones y Reuniones eficaces).
Pues bien, la etología como conclusión de sus estudios experimentales nos dice que ante el miedo, los animales tienen un repertorio de conductas para hacerles frente: huida, inmovilidad o inhibición (lo que llamamos ‘hacerse el muerto’), sumisión y, finalmente, lucha. Dado nuestra naturaleza animal, también las damos nosotros los humanos, pero, dado que además somos racionales, (aunque también es cierto que de una racionalidad limitada) nos dotamos de ciertas peculiaridades y, lo que es más importante, creamos una nueva conducta de hacerle frente, creando un antónimo del miedo:
LA VALENTÍA.
Si queremos manejar el miedo, lo primero es aceptarlo, ser conscientes de que todos lo sentimos. Lo segundo, es identificar nuestros miedos.
¿Qué te dicen las siguientes palabras?: Muerte, envejecer, enfermedad,
decidir, rechazo, enfrentamiento, fracaso, impotencia, desaprobación,
vulnerabilidad, engaño, pérdida de imagen, pérdida de poder, cambio, futuro,
reducción de plantilla... Detrás de ellas están nuestros miedos.
Un tercer y definitivo paso consiste en saber cómo satisfaces tus necesidades SIDIDA (Seguridad, Individualidad, Diversidad, Integración, Desarrollo Personal - Profesional y, Aportaciones que hacemos al entorno). Ver: El cómo satisfagas tus necesidades SIDIDA marca el camino que te llevará a la cima.
Ver video para observar el contraste entre la Seguridad y el Miedo:
https://www.facebook.com/JulioIglesiasRo/videos/452197862257656
Para afrontar la vida hace falta valentía. El miedo limita tus posibilidades personales y hace que te sientas muy vulnerable. Limita nuestras posibilidades de actuar como humanos en muchas situaciones vitales. De aquí la necesidad de planificar la vida para que la podamos vivir sin tantos miedos. Una planificación basada en una escala de valores, en objetivos, en la ética y en una distinción clara de que clase de miedos no debería sentir nunca, o cuando menos, no permitirles que nos condicionen la vida.
Aquello por lo que dejamos de luchar por culpa del miedo nunca será motivo de éxito personal.
¿Qué te gustaría hacer y no haces por miedo?
LA MÁXIMA A SEGUIR NO ES “NO TENGO MIEDO” SINO “ACTÚO A PESAR DEL MIEDO”.
ESTO ES LA VALENTÍA, ESTRATEGIA HUMANA DE AFRONTAR EL MIEDO INVENTADA POR LOS
HUMANOS.
"El que pierde abundancia pierde mucho; el que pierde a sus amigos pierde
más; pero el que pierde su valor pierde a todos". Miguel Cervantes.
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Columna
i
Primera entrada
de un dietario
¿Quién era yo? En ese instante me sentía una sustancia
perpleja mientras caminaba por las callejuelas del barrio antiguo Yuyuan,
llenas de tiendas abarrotadas de pelucas y máscaras
17 ENE 2025
- 11:57ACTUALIZADO:18 ene 2025 - 05:00 CET
Hace 10 años, el día 1 de enero de 2015,
empecé a escribir este dietario, sin saber adónde me iba a llevar ese río de
palabras. He aquí la primera entrada. Abro el periódico y leo que en la
celebración del año nuevo en Shanghái se ha producido una avalancha en
la que ha habido 36 muertos y 47 heridos. Ha ocurrido durante los últimos
minutos de esta Nochevieja en la zona del Bund. La avalancha ha sido debida a
que una empresa publicitaria comenzó a lanzar desde la ventana del hotel Cathay, una gran
cantidad de billetes de 100 dólares falsos y la gente se dispuso a matarse bajo
esa lluvia de dinero, materia de todos los sueños del capitalismo que en China
ya ha tomado carta de naturaleza. “De repente, no nos podíamos mover y empecé a
escuchar gritos de socorro”, dijo un testigo. El poder económico de China se
presentó ante el mundo como un desafío en los Juegos Olímpicos de 2008. Por
fortuna los chinos no tienen Dios. Solo nos faltaba otro Dios monoteísta
adorado por 1.400 millones de fanáticos en Oriente, en lucha abierta contra los
tres dioses coléricos de Occidente, los de los cristianos, musulmanes y judíos.
Recuerdo que en el año 1986 estuve en
Shanghái hospedado en ese viejo hotel Cathay, que entonces se llamaba De la
Paz, el nuevo nombre impuesto por el maoísmo para borrar su pasado
imperialista. El Cathay era el hotel de las novelas de aventuras de Vicki Baum, por
donde pasaron los personajes de Somerset Maughan, los
héroes de Conrad y
trascurren escenas de La condición humana, de André Malraux. Mi habitación conservaba
un destartalado vestigio de los tiempos de esplendor; contenía armarios en los
que se podía entrar caminando y la taza dorada del retrete se hallaba en lo
alto de cinco peldaños alfombrados como un trono; en aquella cama con baldaquino
de seda raída de noche el soplido de las sirenas de los barcos que bajaban por
el río Whangpoo hacia los mares del Sur me hacían creer que había todavía
fumaderos de opio y burdeles en la calle Szechuan, gánsteres con esmoquin
blanco vigilando las fichas y los dados en las timbas donde acudían los reyes
de la prostitución en coches con los cristales antibalas tintados y en la sala
de fiestas del hotel cantaba, rodeada de elegantes rufianes, una misteriosa
dama con el pelo laqueado y la falda abierta hasta la cintura. El maoísmo había
barrido todo aquello. En la habitación había arraigado tal vez desde principios
de siglo ese dulce olor a melaza que desprenden las maderas nobles y tratando
de dormir arrullado por las mandíbulas de la carcoma que estaba devorando una
de las patas de la cama me preguntaba cuántos aventureros, mercaderes, amantes,
asesinos, escritores, artistas habrían cabalgado sus sueños en este lecho con
baldaquino de palosanto.
Había llegado a Shanghái por la noche
cuando el hormiguero estaba apagado. Al día siguiente por la mañana me eché a
la calle y en la calzada Nanking me vi de pronto aplastado por la humanidad.
Miles, cientos de miles de cuerpos humanos todos con el mismo rostro formaban
torbellinos como sifones en cada esquina y por uno de ellos fui engullido para
ser transportado en volandas entre piernas y brazos sin ninguna dirección salvo
la que marcaba a ciegas la propia corriente humana hasta una plazoleta donde
rompían confusas oleadas de carne. Con una sensación de naufragio finalmente
quedé arrumbado contra el pretil del río jadeando con las costillas maceradas y
hubo un momento en que se me acercó un chino joven, bien trajeado, plantó su
cara a unos tres de palmos de la mía y con un interés desmedido me preguntó en
un inglés balbuciente: ¿quién eres? Eso quería yo saber —pensé— en medio de
aquella humanidad pegajosa que me rodeaba. Aquel joven me dio su tarjeta y me
dijo que si había ido a China por negocios contara con él. Me propuso montar a
medias una peluquería de señoras o un bar con chicas guapas. El tipo, tal vez,
me había confundido con un occidental que trabajaba de alguna empresa mixta.
Sin que acertara a contestarle, dio media vuelta y se perdió.
¿Quién era yo? En ese instante me sentía
una sustancia perpleja mientras caminaba por las callejuelas del barrio antiguo Yuyuan, llenas
de tiendas abarrotadas de pelucas y máscaras. El oleaje humano me dejó en la
puerta de una pagoda que se hallaba a merced de las golondrinas. En su interior
se veneraba a un Buda de jade y en el jardín me encontré con un monje ciego
sentado en un banco al pie de un sicomoro. No había edad en aquellos ojos
blancos como huevos de paloma. Juraría que tenía mil años. Por medio de una
intérprete le pedí un consejo para ser feliz. “No pienses nunca”, me dijo, “en
las cosas que no has podido conseguir. El yo produce muchos gases. Pásmate ante
el milagro de estar vivo. Sé consciente de tu respiración y olvida todo lo
demás”. A continuación, me preguntó quién era yo. No supe qué contestar.
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