domingo, 22 de diciembre de 2024

Construyendo Líderes: Introducción 2

 


CASO: Juan

Juan Duque es el responsable de fabricación de una empresa que se dedica a la producción y venta de productos de plástico especiales que se utilizan en diversas actividades industriales.

Depende directamente del director, Javier Meda, de la planta ubicada en Vigo y dirige a 150 colaboradores organizados en la siguiente estructura: 3 jefes de Sección, 6 mandos directos y 141 profesionales y operarios. 

 

 Juan tiene 40 años, es Ingeniero Industrial y reconoce abiertamente que se le da mejor la resolución de problemas técnicos (CI) que los problemas de los colaboradores (CE). No obstante, es consciente de la importancia que tienen las personas en la organización y su aspiración es la de convertirse en un buen líder.

 

No está muy satisfecho de cómo están transcurriendo las cosas últimamente y ya no piensa demorar más un proyecto personal que tiene aparcado desde hace tiempo: dedicar recursos, entre ellos  tiempo,  a  formarse y formar a sus directos colaboradores en las técnicas y herramientas que les permitan abandonar el estilo actual de gestionar las personas, caracterizado por una cultura de empresa claramente  autoritaria ( a pesar de todo lo que se diga y de  que se presuma de los indicadores de participación que tienen en cuestión de sugerencias emitidas por los operarios y de los círculos de calidad que tienen implantados) y pasar a ejercer un liderazgo de influencia.

 

Actualmente tienen un alto absentismo, unos índices de calidad muy deficientes y constantes conflictos con los representantes de los trabajadores pertenecientes a los tres sindicatos que tienen representación en la fábrica. Le dejó preocupado lo que hace dos días le dijo el representante del sindicato de la CIGA, cuando en una reunión les informó de los indicadores de participación: “hay mucha obsesión por la medición y por los indicadores. Los mandos están convirtiendo el “midiendo” en “mintiendo”. No importa la realidad sino el salir en la foto, el indicador”.

  

Sus reflexiones sobre el mundo laboral, más que los años que llevaba trabajando, le hicieron llegar a la conclusión de que el liderazgo era un tema sobre el que se había teorizado mucho, pero avanzado poco en el terreno del día a día. Conocía a muchas personas que se decían líderes, pero,  en realidad no eran otra cosa que jefes autoritario, que iban sacando adelante sus objetivos con un gran deterioro del clima social y dejando en el camino cantidad de “cadáveres” y “quemados” (ni vinculados a la empresa ni motivados con su trabajo): personas, a veces de gran valía personal y profesional, que al final optan, ante la falta de un auténtico liderazgo ilusionante y motivador, por un papel de “ir tirando”, sin más, limitándose a cumplir con lo mínimo necesario para no ser puestos en evidencia.

 

De estas reflexiones concluyó, que si bien era cierto lo que escuchó en múltiples cursos a los que había asistido, de que el líder “no nace” sino que “se hace”, no todo el mundo valía para ser líder, que se requería una base personal muy sólida y desarrollada para poder sobre ella construir un liderazgo organizacional impactante y consistente.

 

 El liderazgo no era, como creían muchas personas que él conocía, algo que venía dado cuando a uno lo situaban en una organización en un puesto en el que teóricamente tenía que liderar a un número más o menos amplio de personas. Era algo que cada cual tenía que construir.

 

Decidió, pues, emprender un viejo proyecto personal, habló con Jaime Jate, persona a la que él respetaba como profesional que había tenido una vida laboral dilatada y que ahora se encontraba jubilado, para que le guiase en este proceso de construirse como un líder sólido y solvente.

 

También habló con su director, Javier Meda, acerca de su proyecto, el cuál le dijo que a él lo que le importaba eran los resultados y que estos, últimamente, se alejaban bastante de los estándares establecidos; que, si Juan creía que con una nueva orientación en el estilo de llevar a las personas los resultados mejorarían, adelante, pero que él como director quería resultados y que por ellos valoraría a sus colaboradores.

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Si te interesa el tema, y quieres saber más, 

te invito a leer el siguiente artículo que he titulado: 

 

¿JEFE GAVIOTA O LÍDER INFLUYENTE?

https://neuroforma.blogspot.com/2018/01/jefe-vs.html



Aclaración previa

Recuerdo aquello que memorizábamos en la escuela de “el signo lingüístico es arbitrario”. No hay ninguna razón objetiva para llamar a la silla 'silla'. Podemos decidir llamarle 'caballo' y si todos lo hacemos acabaremos por nombrarla y entenderla con esta última palabra. Los académicos de la Real Academia de la Lengua y los grupos de presión, crean nuevos vocablos que todos terminamos por utilizar. Como un ejemplo y  muestra palpable de esto que decimos podemos poner al diccionario Cheli de Francisco Umbral. 

 

Con lo anterior queremos llegar a lo siguiente:¿cuando escuchas o nombras la palabra “Líder” (significante), qué idea te viene a la mente (significado)?

 

Es probable que, si ahora mismo estamos en un grupo de diez personas y alguien pronuncia la palabra líder, cada persona entienda algo diferente. En la mayoría de situaciones se da este fenómeno puesto que cada uno lo interpreta en función de su propia y única experiencia, valores, situación, etc. Habrá, entonces, una mayor o menor coincidencia del significado, pero, nunca una coincidencia total. En donde esta coincidencia se aproxima hasta ser prácticamente total es en la terminología científica. Por eso todas las ciencias hacen un enorme esfuerzo en definir con precisión aquellos términos que le son propios.

 

Lo que pretendemos en este trabajo es clarificar y exponer nuestra idea (significado) de líder.  No a través de una definición, sino desarrollando unos valores, actitudes, conductas y herramientas que, a nuestro juicio, deberían estar presentes en todo líder. 
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Al parecer, en 2025 el Gobierno socialista se dispone a sacar a Franco de nuevo a pública subasta con motivo del 50 aniversario de su muerte. Eso significa volver a manosear su nombre cuando la mayoría de los españoles no conocieron al dictador y quienes saben cómo se las gastaba, salvo una minoría de nostálgicos, lo tienen olvidado o les importa un comino. “Ahora mismo yo cambiaría a Franco a pelo por un bidé”, —eso decía el pintor Díaz-Caneja en aquellos tiempos de plomo—. El Gobierno socialista debería saber que basta con que se le nombre, bien o mal, para que Franco exista. Eso es lo que busca la extrema derecha, que el dictador salga de la tumba, no importa en qué estado se encuentren sus restos, para que comience a cabalgar otra vez, ensalzado o zaherido, qué más da. Las redes, desde el anonimato, podrían unirse a esta gran charca de mierda en que se ha convertido la política española, ahora de nuevo con Franco dentro de la disputa tabernaria. Mientras tanto en el argumentario de la derecha se ha impuesto la expresión “vas pa’lante”, como anticipo de una sentencia condenatoria contra la izquierda. Puede que a algunos les parezca muy castiza, pero esta expresión se usaba en uno y otro bando de la Guerra Civil y la pronunciaba el esbirro de turno cuando sacaba de casa o de la cárcel a un ciudadano de derechas o de izquierdas para llevarlo al paredón. Esa expresión, “Eh, tú, tira pa’lante”, la oiría García Lorca aquella madrugada cuando lo empujaban hacia un barranco de Viznar, la oiría Ramiro de Maeztu cuando unos milicianos se lo llevaron hasta Aravaca donde lo fusilaron, la oiría Muñoz Seca camino de Paracuellos, la oirían miles de españoles cuyos restos permanecen todavía en las cunetas. Esa expresión es de muy baja calaña y equivalía a dar un paseo que te llevaba a la muerte. De modo que, visto lo visto, quien hoy diga alegremente vas pa’lante, llegado el momento, con Franco o sin Franco, podría convertirse en un sujeto de mucho peligro. Feliz Navidad.

 

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