domingo, 24 de marzo de 2024

TRIFULCAS PARLAMENTARIAS

 


 

TRIFULCAS PARLAMENTARIAS

 

La cantidad de ciudadanos que cada día pedimos un urgente cambio a nuestros políticos, crece sin cesar. Somos muchos los que estamos hartos, hasta el gorro,  del denigrante espectáculo en el que se convierte el parlamento en los debates televisivos. Dado que soy un convencido de que no se puede entender nada si se desconoce el contexto en el que tiene lugar, invito a leer el siguiente artículo:


TAUROMAQUIA

https://neuroforma.blogspot.com/2024/03/tauromaquia.html

  



Para que un cambio se materialice en algo real,  deben cumplirse determinadas condiciones. La primera es definir, lo más claramente posible,  el cambio que deseamos. En este caso de lo que estamos hartos es del ‘denigrante espectáculo en el que se convierte el parlamento’. Damos por supuesto que vivimos en una democracia lo cual implica que cada grupo tiene su ideología, su filosofía de vida, su forma de ver el mundo... No estamos pidiendo que cambien esto. Estamos pidiendo que cambien la forma en la que interaccionan unos con otros en los debates parlamentarios para cumplir con las funciones que le son propias como diputados que son.

 

 ¿Cómo se pueden destruir unas relaciones tóxicas (presentes actualmente) y  construir unas relaciones cívicas y respetuosas  sin  recurrir a la empatía, la comprensión y la comunicación?

 

Aunque nos estamos refiriendo a los políticos en general no se puede, a nuestro juicio, entender que todos son iguales. En absoluto: las actuaciones (que son lo que importa) de unos y otros son muy diferentes. 

La segunda de las condiciones es la de tener una intensa disconformidad con el presente. Esta es la primera razón a la que nos sumamos, sin duda, muchos ciudadanos. Suponemos que también la mayoría de los diputados no estarán satisfechos con la situación actual. Se hace necesario que abandonen sus falacias, sus mentiras, sus invenciones; que empiecen a distinguir entre sentimientos, opiniones y hechos y se centren en estos últimos.

La tercera de las condiciones es  la de tener una clara visión del futuro. En el caso del  que hoy  nos estamos ocupando, queremos observar  que se dejan a un lado la estrategia del “y tú más” y se razona y exponen argumentos de peso.  La Fundación para el pensamiento crítico dice que “cuando pensamos, tenemos un propósito con un punto de vista, basado en suposiciones que llevan a implicaciones y consecuencias. Usamos conceptos, ideas y teorías para interpretar datos, hechos y experiencias, para contestar preguntas, resolver problemas y asuntos”.

 

Los  defectos en el pensar,  nos llevan, a veces, a no saber distinguir la verdad de su contrario, la falsedad, lo cual  da como resultado que  emitamos juicios falsos creyéndolos verdaderos. Se nos pasa por alto  que solamente la verdad de las premisas lleva a la verdad de la conclusión (“validez deductiva”) y a la emisión de juicios verdaderos. Si hablamos de razonamiento  inductivo, que las conclusiones presenten  un grado de probabilidad determinado (“fuerza inductiva”).   Otras veces confundimos los hechos con las opiniones. Esto da como resultado que nos lancemos a hacer afirmaciones basadas en opiniones que pretenden  convertirse en hechos. De nuevo se nos pasa por alto, que  los hechos deben dar lugar a las opiniones; las opiniones no dan lugar a los hechos. Otras veces, desde un estado de  ignorancia (ausencia de conocimientos con respecto a algo) emitimos juicios  bajo la etiqueta de certeza (afirmar algo sin temor a equivocarse) lo cual da como resultado el  error, tomando lo verdadero como falso y lo falso como verdadero. La cuarta y última condición es la competencia de gestión de proyectos.

 

¿Cómo se pueden gestionar proyectos, del tipo que sean con eficacia si no hay cooperación parlamentaria?

 

Si existe una clara disconformidad con el presente (donde estamos) pero no hay una visión clara del futuro (a donde vamos) o no se es capaz de gestionar los proyectos oportunos (vitales u organizativos) de forma eficiente, el  cambio no se producirá.

Flota en Parlamento actual una atmósfera de emociones lo cual sería un buen síntoma si fuesen del grupo de emociones positivas que nos potencian nuestros recursos y nos hacen más efectivos. Lo grave de la cuestión es que estas están ausentes y su lugar lo ocupan  emociones negativas las cuales merman nuestros recursos personales y nos hacen ser ineficientes en todo aquello que acometemos bajo su influjo.  

Hay que recordarle a los parlamentarios que les pagamos generosamente los ciudadanos para que ellos no se permitan el lujo de gastar energía en balde, pólvora en salvas. La impaciencia, la irritación, y la cólera se encuentran entre las que más desgastan y más fatiga producen.

Otro de los efectos es que con sus formas de decir y proceder nos hacen sentir a los ciudadanos de a pie vergüenza ajena y al mismo tiempo desafección que a muchos les lleva a pasar de la política, de los políticos y de las urnas  y dedicar su atención a tareas más productivas y enriquecedoras, convencidos de que las broncas, las trifulcas y las algaradas, escenificadas todos los días  no nos aportan nada positivo.

Las condiciones que mencionamos antes para que se consolide el cambio  valen también  para un cambio individual con el propósito de propiciar el propio cambio interno construyendo un proyecto estratégico vital gestionando disciplinadamente este proyecto.

Deben entender los parlamentarios que por muy alto que hayan volado igual que Ícaro  (hace años que presencié en  Coruña una magnífica sesión del Circo del Sol sobre este personaje mitológico) en la  compleja sociedad actual, nadie completa  para todo su futuro, su educación.

 El aprendizaje a lo largo de la vida entera es una exigencia, no una opción.

Este aprendizaje debe incluir el desarrollo de la voluntad de acción que como toda fuerza física se desarrolla practicándola a través del ejercicio, entrenándose en sacar proyectos adelante.

En el caso que hoy nos ocupa es imprescindible que todos  y cada uno de los parlamentarios desarrolle, también, la voluntad de parada, o dicho de otra forma más en sintonía con el tema de hoy, “el dominio de sí mismo”. Para dominar una situación hay que empezar por dominarse a sí mismo.

Esto también requiere que se lleven a cabo las siguientes etapas:La primera, silencio: ante una emoción silencio de palabras y silencio de gestos (lenguaje no verbal). Suprimiendo las manifestaciones externas de la emoción, esta baja de intensidad hasta un punto de hacerla manejable.La segunda reflexión: analizar las causas de la emoción y pensar en el objetivo de por qué están allí, en la sede de la soberanía nacional. 

Nos dice en su columna de hoy Manuel Vicent (se puede leer más abajo) que “Ya se había ido el sol y al mirar por última vez el mar vi con sorpresa que el oleaje en lugar de romper contra las rocas había dejado paralizada en el aire una gran ola de aquella tempestad como cuando se congela una imagen en una pantalla.”

¿Cuanto ganarían, los parlamentarios en eficacia, gestión de proyectos, despilfarro de energía e imagen pública, si desarrollaran la competencia de congelar las emociones que le hacen perder el control de sí mismos en su vida parlamentaria?.

 Congelar una emoción en la vida diaria es una habilidad valiosa para cultivar el control emocional y la autogestión. 

 


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COLUMNA

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La ola detenida

Para despedirme del verano pedí una ginebra con hielo, la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los labios y me fui quedando absorto con la mirada perdida en el oleaje

MANUEL VICENT

24 MAR 2024 - 05:00CET

Una tarde del pasado mes de septiembre me encontraba sentado en la terraza de un bar en una cala contra la que rompía un mar de temporal. Era mi último día de vacaciones. Para despedirme del verano pedí una ginebra con hielo, la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los labios y poco a poco me fui quedando absorto con la mirada perdida en el oleaje. Pese a la crueldad con que me acababa de tratar la vida, el verano me había deparado unos placeres que estaban todavía a mi alcance. Los amaneceres radiantes, algunas mañanas de pesca, la tertulia con los amigos, alguna tormenta de agosto a la hora de la siesta que había dejado la luz de la tarde preparada para un paseo muy agradable, las noches con los grillos y el croar de ranas. Era el momento de dejar atrás todo aquello. Ya se había ido el sol y al mirar por última vez el mar vi con sorpresa que el oleaje en lugar de romper contra las rocas había dejado paralizada en el aire una gran ola de aquella tempestad como cuando se congela una imagen en una pantalla. Pensé que a su alrededor el tiempo también se había detenido. Esa misma sensación tampoco me abandonó en la ciudad. Llegó el otoño y se fueron alargando las sombras; llegó el invierno con los pájaros ateridos y la leña en el cobertizo. A veces recordaba aquella ola que dejé en septiembre detenida en el aire. Han pasado seis meses. Ha llegado la primavera, he vuelto al mar y esto es lo que ha sucedido. Después de dejar mi equipaje en casa he ido a la cala y a medida que me acercaba me sorprendía que el mar no sonara. Allí estaba la ola todavía detenida en el aire. Me senté en la terraza, pedí una ginebra, me mojé los labios y en ese momento todo el oleaje volvió a animarse y la gran ola se estrelló contra las rocas y mandó unas esquirlas de espuma hasta mis pies. Pensé que todo volvería a ser como antes. Amaneceres radiantes, mañanas de pesca, tertulias con los amigos y el mar de siempre.


 




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