TRIFULCAS PARLAMENTARIAS
La cantidad de ciudadanos que cada día pedimos un urgente cambio a nuestros políticos,
crece sin cesar. Somos muchos los que estamos hartos, hasta el gorro, del denigrante
espectáculo en el que se convierte el parlamento en los debates
televisivos. Dado que soy un convencido de que no se puede entender nada si se
desconoce el contexto en el que tiene lugar, invito a leer el siguiente
artículo:
TAUROMAQUIA
https://neuroforma.blogspot.com/2024/03/tauromaquia.html
Para que un cambio se materialice en algo real, deben cumplirse determinadas condiciones. La
primera es definir, lo más claramente posible, el cambio que deseamos. En este caso de lo que estamos hartos es del ‘denigrante espectáculo en
el que se convierte el parlamento’. Damos por supuesto que vivimos en una
democracia lo cual implica que cada grupo tiene su ideología, su filosofía de
vida, su forma de ver el mundo... No estamos pidiendo que cambien esto. Estamos
pidiendo que cambien la forma en la que interaccionan unos con otros en los
debates parlamentarios para cumplir con las funciones que le son propias como
diputados que son.
¿Cómo se pueden destruir unas relaciones tóxicas (presentes actualmente) y construir unas relaciones cívicas y respetuosas sin recurrir a la empatía, la comprensión y la comunicación?
Aunque nos estamos refiriendo a los políticos en general no se puede, a nuestro juicio, entender que todos son iguales. En absoluto: las actuaciones (que son lo que importa) de unos y otros son muy diferentes.
La segunda de las condiciones es la de tener una
intensa disconformidad con el presente. Esta es la primera razón a la que nos
sumamos, sin duda, muchos ciudadanos. Suponemos que también la mayoría de los
diputados no estarán satisfechos con la situación actual. Se hace necesario que
abandonen sus falacias, sus mentiras, sus invenciones; que empiecen a
distinguir entre sentimientos, opiniones y hechos y se centren en estos
últimos.
La tercera de las condiciones es la de tener una clara visión del futuro. En
el caso del que hoy nos estamos ocupando, queremos observar que se dejan a un lado la estrategia del “y tú
más” y se razona y exponen argumentos de peso.
La Fundación para el pensamiento crítico dice que “cuando pensamos,
tenemos un propósito con un punto de vista, basado en suposiciones que llevan a
implicaciones y consecuencias. Usamos conceptos, ideas y teorías para
interpretar datos, hechos y experiencias, para contestar preguntas, resolver
problemas y asuntos”.
Los defectos en el pensar, nos
llevan, a veces, a no saber distinguir la verdad de su contrario, la falsedad,
lo cual da como resultado que emitamos juicios falsos creyéndolos
verdaderos. Se nos pasa por alto que solamente la verdad de las premisas
lleva a la verdad de la conclusión (“validez deductiva”) y a la emisión de
juicios verdaderos. Si hablamos de razonamiento inductivo, que las
conclusiones presenten un grado de
probabilidad determinado (“fuerza inductiva”). Otras veces
confundimos los hechos con las opiniones. Esto da como resultado que nos
lancemos a hacer afirmaciones basadas en opiniones que pretenden
convertirse en hechos. De nuevo se nos pasa por alto, que los hechos
deben dar lugar a las opiniones; las opiniones no dan lugar a los hechos. Otras
veces, desde un estado de ignorancia (ausencia de conocimientos con
respecto a algo) emitimos juicios bajo la etiqueta de certeza (afirmar
algo sin temor a equivocarse) lo cual da como resultado el error, tomando
lo verdadero como falso y lo falso como verdadero. La cuarta y última condición es la competencia de gestión de proyectos.
¿Cómo se pueden gestionar proyectos, del tipo que sean con eficacia si no hay cooperación parlamentaria?
Si existe una clara disconformidad con el
presente (donde estamos) pero no hay una visión clara del futuro (a donde
vamos) o no se es capaz de gestionar los proyectos oportunos (vitales u
organizativos) de forma eficiente, el
cambio no se producirá.
Flota en Parlamento actual una atmósfera de emociones lo cual sería un buen síntoma si fuesen del grupo de emociones positivas que nos potencian nuestros recursos y nos hacen más efectivos. Lo grave de la cuestión es que estas están ausentes y su lugar lo ocupan emociones negativas las cuales merman nuestros recursos personales y nos hacen ser ineficientes en todo aquello que acometemos bajo su influjo.
Hay que recordarle a los parlamentarios que les
pagamos generosamente los ciudadanos para que ellos no se permitan el lujo de
gastar energía en balde, pólvora en salvas. La impaciencia, la irritación, y la
cólera se encuentran entre las que más desgastan y más fatiga producen.
Otro de los efectos es que con sus formas de
decir y proceder nos hacen sentir a los ciudadanos de a pie vergüenza ajena y
al mismo tiempo desafección que a muchos les lleva a pasar de la política, de
los políticos y de las urnas y dedicar
su atención a tareas más productivas y enriquecedoras, convencidos de que las
broncas, las trifulcas y las algaradas, escenificadas todos los días no nos aportan nada positivo.
Las condiciones que mencionamos antes para que
se consolide el cambio valen también para un cambio individual con el propósito de propiciar el propio cambio interno construyendo un proyecto estratégico vital
gestionando disciplinadamente este proyecto.
Deben entender los parlamentarios que por muy alto que hayan volado igual que Ícaro (hace años que presencié en Coruña una magnífica sesión del Circo del Sol sobre este personaje mitológico) en la compleja sociedad actual, nadie completa para todo su futuro, su educación.
El aprendizaje a lo largo de la vida entera es una exigencia, no una opción.
Este aprendizaje debe incluir el desarrollo de
la voluntad de acción que como toda fuerza física se desarrolla practicándola a
través del ejercicio, entrenándose en sacar proyectos adelante.
En el caso que hoy nos ocupa es imprescindible
que todos y cada uno de los
parlamentarios desarrolle, también, la voluntad de parada, o dicho de otra forma más en sintonía
con el tema de hoy, “el dominio de sí
mismo”. Para dominar una situación hay que empezar por dominarse a sí mismo.
Esto también requiere que se lleven a cabo las
siguientes etapas:
Nos dice en
su columna de hoy Manuel Vicent (se puede leer más abajo) que “Ya se había ido el sol y al mirar por
última vez el mar vi con sorpresa que el oleaje en lugar de romper contra las
rocas había dejado paralizada en el aire una gran ola de aquella tempestad como
cuando se congela una imagen en una pantalla.”
¿Cuanto ganarían, los parlamentarios en eficacia, gestión de proyectos, despilfarro de energía e imagen pública, si desarrollaran la competencia de congelar las emociones que le hacen perder el control de sí mismos en su vida parlamentaria?.
Congelar una emoción en la vida diaria es una habilidad valiosa para cultivar el control emocional y la autogestión.
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La ola detenida
Para despedirme del verano pedí una ginebra con hielo,
la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los labios y me fui quedando
absorto con la mirada perdida en el oleaje
Una tarde del pasado mes de septiembre
me encontraba sentado en la terraza de un bar en una cala contra la que rompía
un mar de temporal. Era mi último día de vacaciones. Para despedirme del verano
pedí una ginebra con hielo, la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los
labios y poco a poco me fui quedando absorto con la mirada perdida en el
oleaje. Pese a la crueldad con que me acababa de tratar la vida, el verano me
había deparado unos placeres que estaban todavía a mi alcance. Los amaneceres
radiantes, algunas mañanas de pesca, la tertulia con los amigos, alguna
tormenta de agosto a la hora de la siesta que había dejado la luz de la tarde
preparada para un paseo muy agradable, las noches con los grillos y el croar de
ranas. Era el momento de dejar atrás todo aquello. Ya se había ido el sol y al
mirar por última vez el mar vi con sorpresa que el oleaje en lugar de romper
contra las rocas había dejado paralizada en el aire una gran ola de aquella
tempestad como cuando se congela una imagen en una pantalla. Pensé que a su
alrededor el tiempo también se había detenido. Esa misma sensación tampoco me
abandonó en la ciudad. Llegó el otoño y se fueron alargando las sombras; llegó
el invierno con los pájaros ateridos y la leña en el cobertizo. A veces
recordaba aquella ola que dejé en septiembre detenida en el aire. Han pasado
seis meses. Ha llegado la primavera, he vuelto al mar y esto es lo que ha
sucedido. Después de dejar mi equipaje en casa he ido a la cala y a medida que
me acercaba me sorprendía que el mar no sonara. Allí estaba la ola todavía
detenida en el aire. Me senté en la terraza, pedí una ginebra, me mojé los
labios y en ese momento todo el oleaje volvió a animarse y la gran ola se
estrelló contra las rocas y mandó unas esquirlas de espuma hasta mis pies. Pensé
que todo volvería a ser como antes. Amaneceres radiantes, mañanas de pesca,
tertulias con los amigos y el mar de siempre.
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