domingo, 10 de marzo de 2024

CONTANDO LO VIVIDO

 


  CONTADO LO VIVIDO

 

En el artículo que Manuel Vicent escribió ayer sábado en El país ‘Desde el Puente’, nos dice que “A mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que ha pasado, gente que he conocido, sucesos que he presenciado...”.

En su columna de hoy (se puede leer, en este mismo artículo, más abajo) en el mismo periódico y que titula ‘Bohemios, suicidas y seductores’, nos aborda La vida convulsa y bohemia de un artista, adornada de perversiones, de amantes suicidas y borracheras, suele ser muy atractiva”. Nos ilustra esta afirmación con ejemplos concretos de diversos artistas.

Yo,  que siempre me he caracterizado por mi “bendita curiosidad” de la que hablaba Einstein, reconozco y me arrepiento de haber pasado por la vida eludiendo el arte, no entendiendo, por ejemplo,  como se encuentra significado ante un cuadro abstracto. Con el tiempo si me he dado cuenta de que  el arte es subjetiva. No hay respuestas correctas o incorrectas. Solo nos inspira  sentimientos, los cuales no son objetivos ya que  cada uno tiene los suyos.

Sí comprendo mejor a la persona que está detrás de sus obras. Entiendo lo que escribe Vicent sobre ellos, que la vida convulsa, cuya causa radica en su adicción a la creación, les genera la sensación de que pueden  llegar más allá de lo tangible, a la vez que navegan en  la bipolaridad entre la soledad y la euforia. Su ‘idílica’ vida transcurre entre  los excesos y la desesperación, entre la genialidad y la locura, entre la creación y la destrucción.

El título de este artículo ‘Contando lo vivido’, me lo inspiró Vicent con su “A mí me gusta contar lo que he visto...” por lo que voy a replicar un artículo que he publicado en diversos foros, hace mucho tiempo y que, a mi juicio, guarda una relación con la columna de Manuel Vicent: El Síndrome del Formador

 EL SÍNDROME DEL FORMADOR

 Escribí este artículo hace años, concretamente en mayo del año 2006. Lo publico ahora en mi blog actual, sin cambiar nada de lo escrito en su día. Creo que en muchos aspectos sigue vigente. Decía lo que sigue a continuación.

 Somos muchos los que nos dedicamos a la formación dentro del mundo de la empresa. Más específicamente, a la formación en management y al desarrollo de las habilidades directivas.

 Es esta una profesión que, al igual que nuestra mujer o marido, nos proporciona muchas satisfacciones y,  también, al mismo tiempo, muchas insatisfacciones. Investigaciones de la sociología sobre las relaciones que mantenemos con nuestra pareja, con el jefe y con el vecino, concluyeron que nuestra pareja nos proporciona muchas satisfacciones y muchas insatisfacciones; nuestro jefe nos da muchas insatisfacciones y muy pocas satisfacciones; finalmente, el vecino, ni grandes satisfacciones ni grandes insatisfacciones. Así, pues, nuestra profesión de formadores se asemeja, en esto de las satisfacciones e insatisfacciones,  a nuestra pareja.

 Las satisfacciones

 Entre las satisfacciones que más destaca, por su importancia, está la realización personal  que sientes cuando te es permitido manifestar todo tu saber hacer, fruto de una profesión desarrollada en el día a día, durante mucho tiempo, y que  al igual que un buen caldo gallego,  se fue haciendo muy lentamente,  poco a poco. Años de cursos, de lecturas, de congresos y sobre todo de reflexiones, al final terminan por dotarte de  un soporte conceptual de entendimiento global, con el que eres capaz de satisfacer tu curiosidad innata y hacer una interpretación de las cosas basada  en un  conocimiento  holístico, fruto de una preocupación constante por mantenerte al día en tu profesión.

 Cuando llegas aquí surge, en lo más profundo de ti, un agradecimiento a la vida por haberte permitido desenvolverte en un nicho ecológico que te ha permitido crecer interiormente. Sobre todo, cuando conoces otros nichos ecológicos que limitan, que impiden cualquier desarrollo, que te van poco a poco eliminando lo más genuino de la naturaleza humana: la capacidad de pensar. Ya lo decía Skinner: “El auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres”.

 Podíamos seguir mencionando satisfacciones, pero, creemos que el lector de este artículo podrá, por sí mismo, deducirlas a partir de esta primera  e importante que hemos mencionado y de la cual se pueden inferir otras muchas.

 Las insatisfacciones

 Vamos con las insatisfacciones. También son muchas y, a mí juicio, relacionadas con el título del artículo.

  Me vais a permitir que acuñe un nuevo síndrome. Ahora que están tan de “moda” y que se habla de toda clase de síndromes (el último que leí se llama SMJ: Síndrome del Marido Jubilado, al parecer acuñado por Noburo Kurokawa que según él, afecta al 60% de las mujeres con maridos jubilados en Japón. El marido se convierte en sodaigimi, basura que estorba.)

Pues bien, no sé si ya existía, pero en todo caso se me ocurrió lo del Síndrome del Formador, para clarificar estas insatisfacciones propias de nuestra profesión y que a veces nos obsesionan tanto como los síntomas de cualquier síndrome médicamente definido.

 Está relacionado, fundamentalmente,  con algo que muchos decimos en nuestros cursos y seminarios: que la realidad la construimos a través del lenguaje. Esto nos lleva, en primer lugar, a que lo que no se nombra no existe y, en segundo lugar, que  aquello que decimos todos los días, la “niebla comunicativa” de la que nos hablan los lingüistas, en la que te desenvuelves termina por crear en ti  una  realidad, unos valores, que marcan el norte de tu actuación en la vida.

 Lo anterior nos lleva directamente al  primer síntoma del síndrome que es no saber, a veces, diferenciar entre nuestros deseos, entre la realidad que construimos con lo que decimos en los cursos, y el día a día complejo, que se da en nuestras empresas. Caemos de esta forma  en lo de la “Disonancia Cognitiva” y en consecuencia, en un desasosiego interno que termina por afectarnos en nuestras actuaciones externas.

 Estimados colegas, tal vez pueda valer como alivio recordar lo que nos dice Damasio, el neurólogo al que tantas veces apelamos en los cursos de inteligencia emocional. Olvidamos  que, como señala Damasio, A. (2005).  “el cerebro no se ha diseñado para buscar la verdad, sino para sobrevivir. La supervivencia está, en realidad, en la base de todo.”

 El segundo síntoma del síndrome está relacionado con la felicidad, esa palabra que despierta tantas connotaciones que para investigarla se apela a ella como BIS – Bienestar Individual Subjetivo-.Se apunta, como una de las bases de la felicidad, la búsqueda. Sostiene la ciencia actual que en nuestro hipotálamo tenemos un “circuito de la búsqueda”, de tal forma que este se activa y nos proporciona una gran satisfacción cuando buscamos realizar nuestras expectativas. Nuestros antepasados, sentían este placer cuando iniciaban la búsqueda del alimento.

En nuestro caso, los formadores, buscamos que aquello que decimos en los cursos se aplique en el día a día de nuestras empresas y, cuando constatamos que esto no sólo no es así, sino que en muchos casos se dice una cosa y se aplica la contraria, esto va deteriorando nuestro circuito de búsqueda. Lo que se practica en la empresa, partido por lo que nosotros sostenemos en los cursos, marcan el índice de deterioro y este correlaciona, positivamente, con nuestro grado de insatisfacción.

 De nuevo, estimados colegas, se me ocurre que no olvidemos que el placer que sentían nuestros antepasados cuando se les activaba el circuito de la búsqueda de alimento, este placer se extinguía durante el acto de comer. También,   el placer del hombre actual, no está tanto en la consecución de los objetivos o metas que se marca en su vida, como en el camino que tiene que recorrer hasta llegar allí. La satisfacción no está en el objetivo, sino, en lo que tiene que hacer diariamente  para conseguirlo.

 El tercer síntoma se relaciona con la capacidad de adaptación. Supervive el que se adapta, deja de vivir el inadaptado. Esto es lo que sostiene Darwin. El mecanismo de la evolución está en la capacidad del  más apto para engendrar más cantidad de individuos y, por lo tanto, dejar más extendidos los propios genes. No olvidemos que la función del gen es reproducirse.

En nuestra profesión no trabajamos con genes sino con memes- ideas con gran capacidad de contagio y de propagarse y extenderse muy rápidamente-. La función del meme, al igual que la del gen, también es reproducirse, no vía  espermatozoide- vagina sino vía idea-cerebros. El meme es a la  transmisión y evolución  cultural, lo que el gen es a la evolución biológica.

Pero, a  veces ocurre que nuestras ideas dificultan la adaptación del que las propaga en determinados ambientes, por no ser valoradas ni entendidas. Esto puede llegar hasta tal punto que incluso nos vean como “vendedores de humo”. Todos escuchamos, en alguna ocasión, aquello de  “puro toque de violín”, como síntesis hecha por alguna persona del seminario impartido.  No es alarmante cuando resulta referido a seminarios que realmente no tienen contenido y que su asistencia a ellos supone una auténtica pérdida de tiempo. Tampoco es alarmante, cuando la persona que hace la manifestación es un escéptico del montón que no tiene la capacidad de ver un poco más allá de sus propias narices. Pero, si es, como mínimo preocupante, cuando la persona que hace la manifestación es una persona con capacidad y poder para decidir sobre el futuro de la formación y, en consecuencia, el futuro de los que nos dedicamos a ella, y hace la afirmación referida a un seminario trabajado, con contenido profundo, con ideas aplicables en entornos saludables que tendrían el efecto de revitalizar a las personas que trabajan en esa empresa y en consecuencia a la empresas misma. Cuando esto ocurre, tu supervivencia puede estar incluso en peligro. No me refiero  aquí al mobing, ni a la ambigüedad de rol, ni a los denominados factores de riesgo psicosocial, contemplados en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. Me refiero a que mantener en tales condiciones un estado de ánimo adecuado para ser convincente y creíble en tus cursos, es muy difícil. Por eso me refiero a la supervivencia: por que ataca frontalmente el valor añadido que tú puedes aportar. No olvidemos que Luís Marcos Rojas sostiene, como ingredientes del estado de ánimo, los cuatros siguientes: el equilibrio emocional, el sentido de futuro, el control de nuestra vida, y finalmente, la capacidad de adaptación.

 La medicina aquí es incierta. A mí se me ocurre pensar que el “Principio de Peter” todavía tiene vigencia en algunos casos. Otras veces, recurro a una dosis manejable de autoengaño y me digo aquello de que si tú puedes cambiar tu percepción de la situación, cambias la situación misma.  Finalmente, me autosugestiono con la famosa oración que rezaban en las asociaciones de antialcohólicos: “... dame coraje para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro”.

 Las preguntas

 Hay otros muchos síntomas del Síndrome del Formador. Si tengo ocasión los desarrollaré en otro artículo posterior. Quiero terminar este con unas cuantas preguntas que nos lleven a la autorreflexión, a poner en práctica la meta cognición, esa capacidad que tenemos los humanos de salirnos de nosotros  y reflexionar sobre nosotros mismos.

 ¿Están nuestros cursos adaptados a la realidad de nuestras empresas de hoy?

 

 ¿Fomentamos en ellos herramientas prácticas y aplicables en el entorno de trabajo, o nos quedamos en una mera teoría, atrayente,  pero sólo teoría? (no me vale como justificación aquello de “nada más práctico que una buena teoría”).

  ¿Somos conscientes de que la formación en las empresas es una inversión y  que como toda inversión hay que recuperarla?

 ¿Cuál es el aprendizaje que cada persona está aplicando en su puesto de trabajo? Si aplica poco o nada ¿a qué se debe?  ¿Tal vez a cursos pocos realistas o mal impartidos?

 ¿Será, acaso, que el mundo de la gestión justifica y cuenta unas cosas  con el objetivo de mantener el estatus-quo y lo que sucede, en la realidad  real (valga la redundancia), no tiene ni parecido a lo que cuentan?

 Se buscan respuestas, desde la óptica evidente de que lo propio del ser humano es buscar la verdad, no poseerla.

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 COLUMNA

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Bohemios, suicidas y seductores

La vida convulsa y bohemia de un artista, adornada de perversiones, suele ser muy atractiva

MANUEL VICENT

10 MAR 2024 - 05:00CET

La vida convulsa y bohemia de un artista, adornada de perversiones, de amantes suicidas y borracheras, suele ser muy atractiva. No hay historiador del arte que a la hora de escribir sobre Caravaggio no recuerde que fue un asesino y que pintaba las vírgenes y los ángeles tomando como modelos los adolescentes degenerados que vagaban por el puerto de Nápoles. Picasso decía de Modigliani que siempre se las apañaba para coger las cogorzas más clamorosas en el cruce de Montparnasse con el bulevar Raspail, entre La Coupole, La Rotonde y el Dôme para exhibir su desdicha ante el mundo. En uno de estos cafés dibujaba con un anuncio en los pies: “Me llamo Modigliani, soy judío, cobro cinco francos”. A veces pintaba un retrato a cambio de una botella de absenta. A medida que caminaba hacia la destrucción su genio se hacía más patente y sus pinturas comenzaron a cotizarse. Cuatro años antes, por uno de sus cuadros pedían 300 francos. El marchante Ambroise Vollard un día pasó por una galería y preguntó por el precio de un desnudo que había en el escaparate. “Vale 350.000 francos”, le dijo el galerista. Por supuesto, Modigliani ya había muerto. Picasso en lo más alto de su gloria llegó a pintar sentado en un baúl lleno hasta los topes de billetes de 100 francos. Paradójicamente, su pintura más valorada era la de sus tiempos de miseria cuando encendía la chimenea con dibujos de la época azul en el Bateau Lavoir de Montmartre. Durante muchos años Picasso estuvo atormentado por el dolor de muelas. Tal vez este detalle marcó el destino del pintor Óscar Domínguez, quien en el fondo de su destrucción etílica consiguió por fin que Picasso lo recibiera. Quería pedirle ayuda para remediar su extrema pobreza. Habían sido muy amigos. Óscar lo veneraba. En ese momento, Picasso solo estaba pendiente de la muela del juicio y lo echó de casa. Óscar Domínguez acabó cortándose las venas en la bañera. Artistas limpios y ordenados o bohemios y suicidas. ¿Qué precio alcanzaría hoy en una subasta la oreja de Van Gogh?

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