TAUROMAQUIA
«Los límites de mi
lenguaje significan los límites de mi mundo»
Ludwig Wittgenstein
Sin
duda se dan muchas similitudes entre la
tauromaquia y algunos (en los últimos tiempos la mayoría) de los debates
parlamentarios que tienen lugar en la sede de la soberanía nacional: “Dícese
del arte de lidiar toros; así como del concepto de reglas que establecen dicho
arte. RAE.”
Elijo hoy el título de este artículo por
varias razones, la primera de las cuales es por qué me despierta un cúmulo de emociones
negativas ya que soy, apasionadamente antitaurino, y ante semejante espectáculo
paso de su carácter cultural, histórico, tradicional y demás ¿argumentos? que nos
presentan sus forofos: no es otra cosa, a mi juicio, que un patético espectáculo de maltrato animal.
También algunos (en
los últimos tiempos la mayoría) de los debates parlamentarios parece buscan
matar a la democracia al igual que el fin de la corrida de toros acaba con la
muerte del animal.
Según nos dice
Manuel Vicent en su columna de hoy, “Su odio viene de lejos y no parece de
ficción, el lobo es real, y de hecho ya está a punto de bajar a la calle. El
enfrentamiento civil comienza con una labor muy bien programada de desprestigio
de las instituciones democráticas”.
En el ágora griega
ateniense, cuna de la democracia, está el origen de todas las democracias del
universo conocido. En la plaza de toros (de la que el animal tiene que salir
muerto) en que se está convirtiendo nuestro actual parlamento, muchos
ciudadanos honrados que ponen sin rechistar todos los día el mundo a funcionar,
pueden tener la impresión de que se
están poniendo los suficientes palos en las ruedas para que se tambalee la
democracia que nos hemos dado a nosotros mismos y que, hoy por hoy, es el mejor sistema conocido.
El duelo que los
toreros someten al toro, podemos compararlo con la violencia dialéctica que
manifiestan algunos (en los últimos tiempos muchos más) con la que expulsan su
odio al contrincante fabricado ya no de argumentos sólidos razonados sino de
falacias, soflainas hiperbólicas y, sobre todo, de mentiras, puras y duras mentiras, dando la razón a Maquiavelo
cuando decía que la mentira y la política
eran inseparables.
Para convencer, (vencer yo con los otros) es imprescindible la credibilidad y la persuasión.
La credibilidad es
un requisito previo que también debe construirse desde dentro – coherencia –
hacia fuera –demostración-.
La coherencia es un
factor decisivo. La incertidumbre del mundo impone una acuciante necesidad de
predecir algunas cosas, de tener seguridad. Convertirse en un punto firme en el
que alguien siempre puede apoyarse es un gran factor de atracción, pero
requiere demostrar sistemáticamente que se aplica un conjunto de principios,
sin desviarse nunca.
La credibilidad no
es posible si no se dan determinadas condiciones: si tenemos los conocimientos
necesarios de aquello que hablamos;
si por nuestros
actos anteriores y nuestro carácter parecemos ser sinceros; si tratamos de comprender el punto de vista de nuestro interlocutor
y de adaptarnos a él; si exponemos
argumentos lógicos que atraen su atención.
No considerar a los
demás tontos: hay que decir sólo lo que el otro puede creer.
No tratar de seducir
con engaños. La mente humana está dotada de unos mecanismos muy eficaces para
detectar la falsedad. El falso entusiasmo, faltar a la verdad, intentar ser
quien no se es, se detectan rápidamente a través de la postura, los movimientos
de los ojos o el tono de voz (lenguaje no verbal). Esta detección no será necesariamente consciente,
pero dejará un sentimiento de desconfianza en el interlocutor que es la muerte
súbita de la relación y, por lo tanto, de la persuasión.
Finalmente decir la verdad aún que duela)
i
Tirar de la cadena
El espectador echa de menos que al final de las
sesiones del Congreso no suene una cisterna para que se lleve hacia la
alcantarilla este detritus cargado de odio ibérico que les sale del alma a
algunos padres de la patria
Al final de cada sesión de control al
Gobierno en la que algunos diputados de uno y
otro bando sacan lo peor que llevan dentro, como sucede en las
letrinas, debería haber un ujier encargado de tirar de la cadena. El espectador
echa de menos que suene una cisterna que se lleve hacia la alcantarilla este
detritus cargado de odio ibérico que les sale del alma a algunos padres de la
patria. Se hace necesario un nuevo cargo, el de pocero mayor del Congreso,
equipado con botas pantaneras y con un mono de hule para manejarse con soltura
en semejante cloaca. Muchos piensan que se trata solo de un teatro, que el
Parlamento está para eso, pero esta gente a la que hemos votado parece ignorar
el juego peligroso que se lleva entre manos. Su odio viene de lejos y no parece
de ficción, el lobo es real, y de hecho ya está a punto de bajar a la calle. El
enfrentamiento civil comienza con una labor muy bien programada de desprestigio
de las instituciones democráticas. No es preciso asaltar el congreso a caballo
o con metralletas; lo puedes tomar convirtiéndolo primero en un circo y después
degradarlo con gritos, amenazas, risas y reyertas de taberna y no parar hasta
que el ciudadano decente llegue a la convicción de que esta institución ya no
representa la soberanía nacional, de modo que mejor sería cerrarla. Ya se sabe.
No todos los políticos son iguales. En el Congreso, los diputados trabajan en
sus despachos y participan en las comisiones, no todo son insultos. Vale.
Supongo que algunos padres de la patria al volver a casa después de la sesión
del Congreso se avergonzarán ante sus hijos por el espectáculo obsceno que
acaban de dar por televisión en horario infantil. La democracia es una
maquinaria ciega que trabaja día y noche sacando la basura humana a la
superficie. Visto cómo en España funcionan esas las bombas de achique manejadas
por los distintos medios habrá que aceptar que no todo está perdido. Ignoro si
encima habrá que alegrarse todavía por poderlo contar.
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