CONTADO LO VIVIDO
En el artículo que Manuel Vicent escribió ayer sábado
en El país ‘Desde el Puente’, nos dice que “A
mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que ha pasado, gente que he
conocido, sucesos que he presenciado...”.
En su columna de hoy (se puede leer, en este mismo
artículo, más abajo) en el mismo periódico y que titula ‘Bohemios, suicidas y
seductores’, nos aborda “La vida convulsa y
bohemia de un artista, adornada de perversiones, de amantes suicidas y
borracheras, suele ser muy atractiva”. Nos
ilustra esta afirmación con ejemplos concretos de diversos artistas.
Yo, que siempre me he caracterizado por mi
“bendita curiosidad” de la que hablaba Einstein, reconozco y me arrepiento de
haber pasado por la vida eludiendo el arte, no entendiendo, por ejemplo, como se encuentra significado ante un cuadro
abstracto. Con el tiempo si me he dado cuenta de que el arte es subjetiva. No hay respuestas
correctas o incorrectas. Solo nos inspira
sentimientos, los cuales no son objetivos ya que cada uno tiene los suyos.
Sí comprendo mejor a la persona que está
detrás de sus obras. Entiendo lo que escribe Vicent sobre ellos, que la vida
convulsa, cuya causa radica en su adicción a la creación, les genera la
sensación de que pueden llegar más allá
de lo tangible, a la vez que navegan en
la bipolaridad entre la soledad y la euforia. Su ‘idílica’ vida
transcurre entre los excesos y la
desesperación, entre la genialidad y la locura, entre la creación y la
destrucción.
El título de este artículo ‘Contando lo
vivido’, me lo inspiró Vicent con su “A mí
me gusta contar lo que he visto...” por lo que voy a replicar un artículo
que he publicado en diversos foros, hace mucho tiempo y que, a mi juicio,
guarda una relación con la columna de Manuel Vicent: El Síndrome del Formador
EL SÍNDROME DEL FORMADOR
Escribí este artículo hace años,
concretamente en mayo del año 2006. Lo publico ahora en mi blog actual, sin
cambiar nada de lo escrito en su día. Creo que en muchos aspectos sigue
vigente. Decía lo que sigue a continuación.
Somos muchos los que nos dedicamos a la
formación dentro del mundo de la empresa. Más específicamente, a la formación
en management y al desarrollo de las habilidades directivas.
Es esta una profesión que, al igual que
nuestra mujer o marido, nos proporciona muchas satisfacciones y, también, al mismo tiempo, muchas
insatisfacciones. Investigaciones de la sociología sobre las relaciones que mantenemos
con nuestra pareja, con el jefe y con el vecino, concluyeron que nuestra pareja
nos proporciona muchas satisfacciones y muchas insatisfacciones; nuestro jefe
nos da muchas insatisfacciones y muy pocas satisfacciones; finalmente, el
vecino, ni grandes satisfacciones ni grandes insatisfacciones. Así, pues,
nuestra profesión de formadores se asemeja, en esto de las satisfacciones e
insatisfacciones, a nuestra pareja.
Las satisfacciones
Entre las satisfacciones que más destaca, por su importancia, está la realización
personal que sientes cuando te es
permitido manifestar todo tu saber hacer, fruto de una profesión desarrollada
en el día a día, durante mucho tiempo, y que
al igual que un buen caldo gallego,
se fue haciendo muy lentamente,
poco a poco. Años de cursos, de lecturas, de congresos y sobre todo de
reflexiones, al final terminan por dotarte de
un soporte conceptual de entendimiento global, con el que eres capaz de
satisfacer tu curiosidad innata y hacer una interpretación de las cosas basada en un
conocimiento holístico, fruto de
una preocupación constante por mantenerte al día en tu profesión.
Cuando llegas aquí surge, en lo más profundo de ti, un
agradecimiento a la vida por haberte permitido desenvolverte en un nicho
ecológico que te ha permitido crecer interiormente. Sobre todo, cuando conoces otros nichos ecológicos
que limitan, que impiden cualquier desarrollo, que te van poco a poco
eliminando lo más genuino de la naturaleza humana: la capacidad de pensar. Ya
lo decía Skinner: “El auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si
lo hacen los hombres”.
Podíamos seguir mencionando
satisfacciones, pero, creemos que el lector de este artículo podrá, por sí
mismo, deducirlas a partir de esta primera
e importante que hemos mencionado y de la cual se pueden inferir otras muchas.
Las insatisfacciones
Vamos con las insatisfacciones. También
son muchas y, a mí juicio, relacionadas con el título del artículo.
Me vais a permitir que acuñe un nuevo
síndrome. Ahora que están tan de “moda” y que se habla de toda clase de
síndromes (el último que leí se llama SMJ: Síndrome del Marido Jubilado, al
parecer acuñado por Noburo Kurokawa que según él, afecta al 60% de las mujeres
con maridos jubilados en Japón. El marido se convierte en sodaigimi, basura que estorba.)
Pues bien, no sé si ya existía, pero en
todo caso se me ocurrió lo del Síndrome del Formador, para clarificar estas
insatisfacciones propias de nuestra profesión y que a veces nos obsesionan
tanto como los síntomas de cualquier síndrome médicamente definido.
Está relacionado, fundamentalmente, con algo que muchos decimos en nuestros
cursos y seminarios: que la realidad la construimos a través del lenguaje. Esto
nos lleva, en primer lugar, a que lo que no se nombra no existe y, en segundo
lugar, que aquello que decimos todos los
días, la “niebla comunicativa” de la que
nos hablan los lingüistas, en la que te desenvuelves termina por crear en
ti una
realidad, unos valores, que marcan el norte de tu actuación en la vida.
Lo anterior nos lleva directamente
al primer síntoma del síndrome que es no
saber, a veces, diferenciar entre nuestros deseos, entre la realidad que
construimos con lo que decimos en los cursos, y el día a día complejo, que se
da en nuestras empresas. Caemos de esta forma
en lo de la “Disonancia Cognitiva” y en consecuencia, en un desasosiego
interno que termina por afectarnos en nuestras actuaciones externas.
Estimados colegas, tal vez pueda valer
como alivio recordar lo que nos dice Damasio, el neurólogo al que tantas veces
apelamos en los cursos de inteligencia emocional. Olvidamos que, como señala Damasio, A. (2005).
“el cerebro no se ha diseñado para buscar la verdad, sino para
sobrevivir. La supervivencia está, en realidad, en la base de todo.”
El segundo síntoma del síndrome está
relacionado con la felicidad, esa palabra que despierta tantas connotaciones
que para investigarla se apela a ella como BIS – Bienestar Individual
Subjetivo-.Se apunta, como una de las bases de la felicidad, la búsqueda.
Sostiene la ciencia actual que en nuestro hipotálamo tenemos un “circuito de la búsqueda”, de tal forma
que este se activa y nos proporciona una gran satisfacción cuando buscamos
realizar nuestras expectativas. Nuestros antepasados, sentían este placer
cuando iniciaban la búsqueda del alimento.
En nuestro caso, los formadores,
buscamos que aquello que decimos en los cursos se aplique en el día a día de
nuestras empresas y, cuando constatamos que esto no sólo no es así, sino que en
muchos casos se dice una cosa y se aplica la contraria, esto va deteriorando
nuestro circuito de búsqueda. Lo que se practica
en la empresa, partido por lo que nosotros sostenemos en los cursos, marcan el
índice de deterioro y este correlaciona, positivamente, con nuestro grado de
insatisfacción.
De nuevo, estimados colegas, se me
ocurre que no olvidemos que el placer que sentían nuestros antepasados cuando
se les activaba el circuito de la búsqueda de alimento, este placer se
extinguía durante el acto de comer. También,
el placer del hombre actual, no está tanto en la consecución de los
objetivos o metas que se marca en su vida, como en el camino que tiene que
recorrer hasta llegar allí. La
satisfacción no está en el objetivo, sino, en lo que tiene que hacer
diariamente para conseguirlo.
El tercer síntoma se relaciona con la
capacidad de adaptación. Supervive el que se adapta, deja de vivir el
inadaptado. Esto es lo que sostiene Darwin. El mecanismo de la evolución está
en la capacidad del más apto para engendrar más cantidad de individuos y, por
lo tanto, dejar más extendidos los propios genes. No olvidemos que la función
del gen es reproducirse.
En nuestra profesión no trabajamos con
genes sino con memes- ideas con gran capacidad de contagio y de propagarse y
extenderse muy rápidamente-. La función del meme, al igual que la del gen,
también es reproducirse, no vía espermatozoide-
vagina sino vía idea-cerebros. El meme es a la
transmisión y evolución cultural,
lo que el gen es a la evolución biológica.
Pero, a
veces ocurre que nuestras ideas dificultan la adaptación del que las
propaga en determinados ambientes, por no ser valoradas ni entendidas. Esto
puede llegar hasta tal punto que incluso nos vean como “vendedores de humo”.
Todos escuchamos, en alguna ocasión, aquello de
“puro toque de violín”, como síntesis hecha por alguna persona del
seminario impartido. No es alarmante
cuando resulta referido a seminarios que realmente no tienen contenido y que su
asistencia a ellos supone una auténtica pérdida de tiempo. Tampoco es
alarmante, cuando la persona que hace la manifestación es un escéptico del
montón que no tiene la capacidad de ver un poco más allá de sus propias
narices. Pero, si es, como mínimo preocupante, cuando la persona que hace la
manifestación es una persona con capacidad y poder para decidir sobre el futuro
de la formación y, en consecuencia, el futuro de los que nos dedicamos a ella,
y hace la afirmación referida a un seminario trabajado, con contenido profundo,
con ideas aplicables en entornos saludables que tendrían el efecto de
revitalizar a las personas que trabajan en esa empresa y en consecuencia a la
empresas misma. Cuando esto ocurre, tu supervivencia puede estar incluso en
peligro. No me refiero aquí al mobing,
ni a la ambigüedad de rol, ni a los denominados factores de riesgo psicosocial,
contemplados en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. Me refiero a que
mantener en tales condiciones un estado de ánimo adecuado para ser convincente
y creíble en tus cursos, es muy difícil. Por eso me refiero a la supervivencia:
por que ataca frontalmente el valor añadido que tú puedes aportar. No olvidemos que Luís Marcos Rojas
sostiene, como ingredientes del estado de ánimo, los cuatros siguientes: el
equilibrio emocional, el sentido de futuro, el control de nuestra vida, y
finalmente, la capacidad de adaptación.
La medicina aquí es incierta. A mí se me
ocurre pensar que el “Principio de Peter” todavía tiene vigencia en algunos
casos. Otras veces, recurro a una dosis manejable de autoengaño y me digo
aquello de que si tú puedes cambiar tu percepción de la situación, cambias la
situación misma. Finalmente, me
autosugestiono con la famosa oración que rezaban en las asociaciones de
antialcohólicos: “... dame coraje para cambiar lo que se puede cambiar,
serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir
lo uno de lo otro”.
Las preguntas
Hay otros muchos síntomas del Síndrome
del Formador. Si tengo ocasión los desarrollaré en otro artículo posterior.
Quiero terminar este con unas cuantas preguntas que nos lleven a la
autorreflexión, a poner en práctica la meta cognición, esa capacidad que
tenemos los humanos de salirnos de nosotros
y reflexionar sobre nosotros mismos.
¿Están nuestros cursos adaptados a la realidad de nuestras empresas de hoy?
¿Fomentamos en ellos herramientas
prácticas y aplicables en el entorno de trabajo, o nos quedamos en una mera
teoría, atrayente, pero sólo teoría? (no me vale como justificación aquello
de “nada más práctico que una buena teoría”).
¿Somos conscientes de que
la formación en las empresas es una inversión y
que como toda inversión hay que recuperarla?
¿Cuál es el aprendizaje que cada persona está aplicando en su puesto de
trabajo? Si aplica poco o nada ¿a qué se debe?
¿Tal vez a cursos pocos realistas o mal impartidos?
¿Será, acaso, que el mundo de la gestión justifica y cuenta unas cosas con el objetivo de mantener el estatus-quo y
lo que sucede, en la realidad real
(valga la redundancia), no tiene ni parecido a lo que cuentan?
Se buscan respuestas, desde la óptica evidente de que
lo propio del ser humano es buscar la verdad, no poseerla.
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COLUMNA
i
Bohemios, suicidas y seductores
La vida convulsa y bohemia de un artista, adornada de
perversiones, suele ser muy atractiva
MANUEL VICENT
10 MAR
2024 - 05:00CET
La vida convulsa y bohemia de un
artista, adornada de perversiones, de amantes suicidas y borracheras, suele ser
muy atractiva. No hay historiador del arte que a la hora de escribir sobre Caravaggio no
recuerde que fue un asesino y que pintaba las vírgenes y los ángeles tomando
como modelos los adolescentes degenerados que vagaban por el puerto de
Nápoles. Picasso decía de Modigliani que
siempre se las apañaba para coger las cogorzas más clamorosas en el cruce de
Montparnasse con el bulevar Raspail, entre La Coupole, La Rotonde y el Dôme
para exhibir su desdicha ante el mundo. En uno de estos cafés dibujaba con un
anuncio en los pies: “Me llamo Modigliani, soy judío, cobro cinco francos”. A
veces pintaba un retrato a cambio de una botella de absenta. A medida que
caminaba hacia la destrucción su genio se hacía más patente y sus pinturas
comenzaron a cotizarse. Cuatro años antes, por uno de sus cuadros pedían 300
francos. El marchante Ambroise Vollard un
día pasó por una galería y preguntó por el precio de un desnudo que había en el
escaparate. “Vale 350.000 francos”, le dijo el galerista. Por supuesto,
Modigliani ya había muerto. Picasso en lo más alto de su gloria llegó a pintar
sentado en un baúl lleno hasta los topes de billetes de 100 francos.
Paradójicamente, su pintura más valorada era la de sus tiempos de miseria
cuando encendía la chimenea con dibujos de la época azul en
el Bateau Lavoir de Montmartre. Durante muchos años Picasso estuvo atormentado
por el dolor de muelas. Tal vez este detalle marcó el destino del pintor Óscar Domínguez, quien en el fondo de su
destrucción etílica consiguió por fin que Picasso lo recibiera. Quería pedirle
ayuda para remediar su extrema pobreza. Habían sido muy amigos. Óscar lo
veneraba. En ese momento, Picasso solo estaba pendiente de la muela del juicio
y lo echó de casa. Óscar Domínguez acabó cortándose las venas en la bañera.
Artistas limpios y ordenados o bohemios y suicidas. ¿Qué precio alcanzaría hoy
en una subasta la oreja de Van Gogh?