domingo, 24 de diciembre de 2023

 


PERSISTIR EN EL ERROR, ES UN ERROR

(continuación)

 

“Como muy bien saben los buenos líderes (personas que logran resultados a través de otros) en cuestiones humanas lo efectivo suele ser  lo afectivo”.

En el artículo que escribimos el pasado domingo y que titulamos    PERSISTIR EN EL ERROR, ES UN ERROR, decíamos que no deberíamos permitir que los políticos nos instrumentalizaran, que combinando la  razón y la emoción podemos sostener que  la libertad no está  solo en  “poder tomarse unas cañas”. Está, sobre todo,  en  poder decidir lo que hago frente a lo que ocurre y lo que sentimos. El razonamiento  proporciona el conocimiento de lo que ocurre y el conocimiento  de lo que sentimos,  nos permitirá saber lo que queremos.

Algunos lectores me indicaron que el último párrafo no lo entendían bien, por eso incorporo hoy la siguiente herramienta para facilitar el entendimiento y al mismo tiempo facilitar que el que esté interesado en la cuestión la apliquen en su día a día: le proporcionará, a mi juicio,  ser más consciente de la vida que lleva y se blindará sobre la manipulación, sin la cual existiría “un mundo otro” en el sentido que le otorga la teología de la liberación.






También decía en ese mismo artículo que nos lo advertía Alain Finkielkraut en su libro: La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX,. Anagrama, Barcelona, 1998: “Una sociedad que sólo valora lo material, convierte al ser humano en instrumento, lo rebaja de nivel y lo hace mercancía”.

Si estás interesado en el tema puedes leer el artículo entero en el siguiente enlace:

PERSISTIR EN EL ERROR, ES UN ERROR

https://neuroforma.blogspot.com/2023/12/persistir-en-el-error-es-un-error.html

Nos movemos en un entorno psicoafectivo que creamos entre todos,  a través de nuestros estilos de sentir, (me gusta repetir que los sitios son lo que sentimos en ellos) de nuestra identidad emocional y de su manifestación en las interacciones que establecemos con los demás.  

Un entorno en el que interaccionamos unos con otros y en el que nos mandamos  constantemente mensajes emocionales,  positivos o negativos,  siendo el ratio entre ambos los que dan como producto final un balance emocional que determina que nos sintamos a gusto o no, con energía o desvalidos, alegres o tristes, en calma o agitados.

En las relaciones mandan las emociones y viceversa, de tal forma que podemos sostener que las relaciones multiplican lo bueno y lo malo que nos sucede. Cuando estas relaciones son positivas, sinérgicas, se multiplica el número y la intensidad de las cosas buenas que nos suceden. Cuando estas relaciones son negativas, destructivas, se multiplican en número y en intensidad las cosas malas que nos suceden.

Después de ver la importancia que tienen en nuestra vida las relaciones, respondiendo a las siguientes preguntas podemos ser más conscientes de nuestra capacidad para construir relaciones  o no, y también de valorar la importancia que tienen las emociones en la construcción de las relaciones y viceversa, la importancia que las relaciones tienen en cómo te sientas.  

 

¿Encuentras muchas dificultades al relacionarte con los demás?

¿Cómo reaccionas ante un conflicto interpersonal?
¿Hasta qué punto conoces lo que los demás piensan de ti?
¿Cómo respondes ante alguien enfadado u hostil?
¿Tienes la sensación de que te es difícil entender a los demás?
¿Estás seguro de que los demás te entiendan?
¿Eres sensible a los sentimientos de los demás?
¿Puedes anticipar que respuesta te dará tu compañero de trabajo si le pides que te eche una mano en una tarea urgente?

 

 


Las emociones son nuestro medio de actuación. Antonio Damasio demostró que no hay conexión directa entre la razón y la acción.  El área límbica (en ella se encuentra la Amígdala) , alojamiento de nuestro mundo emocional, tiene potentes líneas directas con la corteza cerebral, donde se asienta la lógica, la razón; más concretamente, con los lóbulos frontales que son los centros directivos y decisionales.

 Si la línea directa se interrumpe por efecto de un accidente o de una intervención quirúrgica necesaria ante un tumor, la persona sigue razonando perfectamente, pero, es incapaz de tomar decisiones, incluso las más simples. Steven Pinker, psicólogo experimental americano, cuenta el caso de un joven que se pasaba horas y más horas en la ducha dilucidando si se había aclarado lo suficiente o no.

En las relaciones mandan  las emociones. Es por ello que en cuestiones humanas, como muy bien saben los políticos, lo “efectivo suele ser lo afectivo”: no movilizan a nadie a través de la pura razón. Lo que convence no son las ideas por sí solas, sino las ideas que despiertan emociones.

Desde el punto de vista somático lo normal es que tengamos una temperatura de 36,5 grados. Desde el punto de vista emocional, lo normal es que las personas se encuentren a gusto, tranquilas, optimistas e ilusionadas. Si las emociones que sientes son otras,  distintas y negativas, es señal de que tienes un problema que resolver. Un problema que puede estar localizado dentro  o fuera de uno mismo, o incluso en los dos sitios a la vez. La fiebre cumple a nivel somático la misma función que las emociones negativas y desagradables a nivel emocional: no solo nos indican que tenemos un problema, sino que nos invitan a tomar medidas para volver a la temperatura normal: estar sereno y satisfecho.

 

Pensar mejor para sentirte bien. Esta es la gran receta para la gestión emocional relacional. Si pienso mal de todos y de todo iré  desprendiendo alrededor partículas tóxicas y contaminantes: mal humor, rencor, resentimiento, envidias, victimismo, quejas permanentes y un largo etcétera de basura emocional. Te convertirás en un títere de tus circunstancias.

Si piensas en positivo (optimismo funcional opuesto al que yo acabé llamando  'optimismo de pandereta') irás transmitiendo entusiasmo, confianza, seguridad, etc. Entonces crearás tus circunstancias. Habrás cambiado la frase, que seguro escuchaste muchas veces, de “yo soy yo y mis circunstancias” (pasividad) por la que originalmente nos dijo Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (pro actividad).


 

Terminamos el artículo del domingo pasado así:

Cosechamos lo que sembramos

(Funcionan aquí dos leyes: la de causa-efecto y la de la Reciprocidad)

La causa de errores repetidos y no enmendados, genera el efecto de no gobernar a nadie ni siquiera a uno mismo. 

 

 

 Un padre y su hijo pasean por un sendero de montaña. El niño tropieza, resbala y cae, se hiere en una rodilla y grita: “¡Aaaaayyyyyy!”

Con sorpresa escucha una voz que viene de algún lugar de la montaña:“¡Aaaaayyyyyy!”.

Curioso, grita de nuevo: “¿Quién eres?”. Y recibe como respuesta: “¿Quién eres?”.

El niño grita de nuevo: “¡Lo he preguntado yo primero¡”. La voz responde: “¡Lo he preguntado yo primero¡”.

Enfadado por la respuesta, el niño grita más fuerte: “¡Estúpido!”. Y recibe la respuesta: “¡Estúpido!”.

El niño mira a su padre y le pregunta: “Papá, ¿qué es lo que está pasando?”.

El padre sonríe y le dice: “Presta atención, hijo mío!”. Y el hombre comienza a gritar: “!Eres un campeón¡”. Y la voz responde: “!Eres un campeón¡”.

El niño vuelve a sorprenderse pero sigue sin comprender, el padre le explica: “La gente lo llama eco, pero en realidad esto es la vida, te devuelve cualquier cosa que dices o haces. Nuestra vida es un reflejo de nuestras acciones.

 Vamos a terminar hoy así:

Recibimos lo que emitimos

(Siguen funcionando aquí las dos leyes anteriores: la de causa-efecto y la de la Reciprocidad)

 

La vida es como un eco, si no te gusta lo que recibes presta atención a lo que emites.

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COLUMNA

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Dios, de nuevo

Durante el banquete todos juntos cantaban y reían, se hacían promesas de amor y de paz. Terminada la fiesta la gente continuó matándose como si se tratara de un oficio ordinario

 

MANUEL VICENT

24 DIC 2023 - 05:00 CET

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Nació en una gruta muy oscura una Nochebuena como esta. Las semillas, los insectos y algunos reptiles, antes que los pastores, supieron que había nacido dios y a su manera celebraron un prodigio semejante. Gracias a la energía que brotaba de esa gruta las semillas germinaron bajo tierra, los insectos iniciaron su bullicio entre las gemas de las flores, los lagartos hibernados movieron la cola. Toda la naturaleza se desperezó como un gato después del sueño. Los humanos tardaron en darse cuenta de que era el dios de cada día el que había nacido en esa cueva y al final terminaron por convertir ese milagro en una fiesta. Para conmemorar su nacimiento por todo el Imperio Romano la gente se hacía regalos, los amos sentaban a sus esclavos esa noche a la mesa y con sus propias manos les servían exquisitos manjares y licores. Durante el banquete todos juntos cantaban y reían, se hacían promesas de amor y de paz, aunque al abrazarse notaban que las dagas seguían bajo las faltriqueras. Terminada la fiesta los amos y los esclavos volvieron cada cual a su lugar, unos abajo y otros arriba, y la gente continuó matándose como si se tratara de un oficio ordinario. El niño nacido en la gruta creció un poco más cada día hasta que la savia de los árboles llegó a la última punta de todas las ramas y los trigales comenzaron a ondularse con la brisa de primavera. Pero ese dios estaba destinado a morir, un rito que sucedería cuando al terminar la siega el calor del verano hiciera estallar las sandías que había en la mesa. Su muerte sería muy lenta hasta convertirse en otra hoja amarilla que en otoño pisas con los zapatos. Morir para resucitar, esa es la promesa que nos ofrece la luz del solsticio de invierno, el nuevo dios que vuelve a nacer esta Nochebuena. Morir moriremos todos, pero resucitar es cosa de cada uno según a cada uno le parezca. Salud.

 

 

 


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