domingo, 17 de diciembre de 2023

PERSISTIR EN EL ERROR, ES UN ERROR

 

PERSISTIR EN EL ERROR, ES UN ERROR
 

“Si sigues haciendo lo que estás haciendo seguirás consiguiendo lo que estás consiguiendo”

 

Cometer errores es inherente a todos los humanos. Es, además, una fuente de aprendizaje si reflexionamos sobre el mismo y rectificamos los comportamientos oportunos para que no se vuelvan a repetir y, la próxima vez,   logremos con eses comportamientos rectificados mejores resultados que los que hemos obtenido hasta entonces. En toda conducta participa una emoción por lo que es una buena y eficaz estrategia:

Actuar sobre los sentimientos para cambiar los comportamientos. 

Repetir reiteradamente el mismo error, es una evidencia ( certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar) palpable de que estamos perdidos por lo que se hacen  urgentes  dos cosas: saber el camino correcto que nos conduzca a dónde queremos ir  y, a continuación, seguir ese camino:

Son muchas las personas que saben lo que tienen que hacer, 

pero, muchos de ellos no hacen lo que saben. 

 

En el  caso del que hoy nos ocupamos, de las personas, en general, y  de los políticos en particular, y dado que los políticos son humanos entre los cuales existe una gran diversidad,  de algunos políticos en particular: no es cierto el estribillo de que “todos los políticos son iguales”. Nos ocupamos hoy de algunos, para no caer en el sesgo de la generalización, y sobre todo de algunos políticos en particular  en los cuales  el problema no se encuentra tanto en las circunstancias que se le dan en el día a día como en la causa que los lleva al efecto de que generan muchos problemas los cuales persisten insistentemente.

 

En otro artículo anterior sostenía que no me gustaba la clásica clasificación de izquierda-derecha dadas las connotaciones que arrastraba; que prefería la de progresistas y conservadores (progresivas y regresivas, nos dice en la columna de hoy Manuel Vicent)

 La política en nuestro país anda mal. La derecha de España (ya ni siquiera hablamos  de la  ultraderecha, que la derecha tiene como socio necesario para poder gobernar algún lejano día, (dado que  los votos de los ciudadanos no le dan para hacerlo por separado) se encuentran en una clara desorientación vital cuyo resultado final se traduce en una crisis existencial ("momento en el que nuestra existencia sufre un período de no comprensión y de cambio profundo") 

Se relacionada con las personas consideradas individualmente, nuestro lugar en el mundo, la calidad de nuestra existencia, y los significados colectivos que explican quiénes somos y cuáles son nuestras creencias sobre el mundo y nuestra visión personal sobre la vida. La política, en general, y la vida de muchos  ciudadanos, en concreto, se percibe llena de dificultades.  

La política en España  se siente y se encuentra mal, ha caído, entre otros muchos síntomas,  en la perniciosa enfermedad de la polarización afectiva: grado o intensidad de la antipatía que un votante siente  hacia el resto de los partidos.  Ha caído en un peligroso "jet lag social", que nada tiene que ver con sus múltiples viajes a una zona horaria diferente. Ha perdido su norte  y parece ignorar que lo que se deja de controlar se descontrola y, a la vez,  descontrola a las personas que tenían la obligación de encauzar la situación: el rol del gobierno es gobernar logrando mejorar la vida de la mayor parte de ciudadanos, muy especialmente de los más necesitados. El papel de la oposición no se limita a generar la mayor bulla posible. Han olvidado, o quizás nunca lo han sabido,  que la calidad que los humanos aportamos a la sociedad consiste en añadir valor a cualquier cosa que hagamos. Hoy por hoy,  (esperemos que mañana sea diferente) los conservadores  españoles lo único que nos aportan a los ciudadanos es ruido, mucho ruido (al cual me gusta definir como “sonido molesto”), estridente, algarabía, griterío, vocerío, barullo...Ya nos decía Schopenhauer que 

 “La cantidad de ruido que alguien puede soportar es inversamente proporcional a su capacidad mental”.

Si quieres saber más, te invito a leer:

CUESTIONAR SIN ARGUMENTAR


 

Cada vez que cualquiera de sus dirigentes salen en los medios de comunicación actúan como un pirómanos echando leña al fuego, más concretamente, parecen tener grabado en su cerebro el camino que les llevará al éxito sin darse cuenta de que cada día les aleja más del mismo cometiendo error tras error sin ponerle remedio a los mismos. No nos vamos a parar en sus múltiples declaraciones en los medios de comunicación y las redes sociales. No vamos a mencionar todos los palos que ponen cotidianamente en las ruedas del gobierno para que este no funcione y se vaya al garete. No diremos nada sobre su actitud que no contribuye para nada en  compensar las carencias de aptitud de muchos de sus líderes conservadores.  Resumiendo, podemos sintetizar su estrategia gravada en sus cerebros así: 

 Nuestro rol consiste en  hacer el papel de encendedores de amígdalas.

 

Cuando le escuchan sus seguidores generan en ellos por la vía indirecta euforia. Cuando le escuchan sus contrarios que son, numéricamente más, le generan por vía directa (lo explicamos a continuación de la siguiente imagen) un pernicioso malestar que les aleja de sus proclamas hiperbólicas, por lo que dicen (ni un solo argumento y sí muchas mentiras, falacias y un largo etcétera de vocablos equivalentes) y por cómo lo dicen (con un exceso de agresividad que expresa y visibiliza muy fehacientemente su rostro.

 

Generamos emociones por dos vías:

Una vía directa: Tálamo – Amígdala.

    Una  vía indirecta: Tálamo – Corteza cerebral – Amígdala.

     La vía directa es rápida, primitiva, inconsciente pero muy útil para adaptarse a situaciones peligrosas inmediatas. La vía indirecta es lenta, elaborada, más precisa, consciente, y permite una adaptación más fina y menos errónea. Esta vía indirecta produce sentimientos que es la parte consciente de las emociones, y a través de la evaluación o interpretación  que damos a la situación genera sentimientos distintos.

      Las emociones funcionan en relación con los pensamientos y las distintas situaciones. Estas situaciones que provocan emociones pueden ser de dos tipos:Situaciones que provocan emociones súbitas como la sorpresa, inconscientes. Reacción             emocional y corporal súbita ante un estímulo no esperado. Situaciones que producen               emociones elaboradas en las que interviene nuestra interpretación    cognitiva. Reacción o inhibición provocada tras analizar un hecho u objeto.Tanto una como la otra pueden ser aprendidas a través de un proceso de condicionamiento. Cuando las emociones son aprendidas, fruto del aprendizaje, se trata de una reacción emocional positiva o negativa ante un estímulo en función de las experiencias previas que hemos tenido con dicho estímulo. Por lo tanto es preciso un nuevo reaprendizaje para cambiarlas. La “desensibilización sistemática” es una técnica directa utilizada por los psicólogos basada en el reaprendizaje para cambiar las reacciones a un estímulo concreto. La “reestructuración cognitiva” es otra vía más analítica basada en el razonamiento para llegar a una nueva interpretación de situación

   Da la impresión de que los conservadores consideran a  sus oyentes,  con escasa o nula capacidad mental. Tal vez son conocedores de que nuestra amígdala genera, entre otras muchas emociones,  miedo el cual, cuando adquiere determinada intensidad,  programa dos posibles respuestas: huir o luchar. 

Es por  lo que antes despiertan a   sus seguidores con un cóctel emocional apropiado  y señalan a un personaje hacia el que deben canalizar sus negativas emociones, muy especialmente  

al Legítimo Presidente del Gobierno, 

Pedro Sánchez, hasta llegar al tabernario insulto.


Richard S. Lazarus y Bernice N. Lazarus sostienen en su libro titulado ‘Pasión y Razón’, editado por Paidós, que las emociones existenciales son la Ansiedad-Miedo, la Culpa y la Vergüenza. La Ansiedad-Miedo se centra en nuestra seguridad personal, nuestra identidad como individuos, así como con temas de vida y muerte. La culpa y la vergüenza tienen en común que las dos se centran en la percepción de un fracaso personal. De forma más concreta, la culpa se refiere a las infracciones morales y la vergüenza se centra en nuestro fracaso en vivir según nuestros propios ideales y los de los demás.

  Los conservadores de España no solamente creen que los humanos normales (normalidad estadística) tenemos nula o escasa capacidad mental por eso utilizan la estrategia de generar en sus escuchantes no argumentos racionales  expresados razonablemente, sino, activando emociones y sentimientos, cuanto más negativos mejor. No nos considera personas pensantes y proactivas que nos auto gestionamos en función de nuestros valores e intereses, y que  no somos meros instrumentos a los que se puede utilizar para salirse, ‘ellos’, con la suya no vaya a ser que ‘nosotros’ nos salgamos con la nuestra.

No permitamos que los políticos, en general, nos instrumentalicen:

Combinando la  razón y la emoción podemos sostener que  la libertad no está  solo en  “poder tomarse unas cañas”. Está, sobre todo,  en  poder decidir lo que hago frente a lo que ocurre y lo que sentimos. 

El razonamiento  proporciona el conocimiento de lo que ocurre y el conocimiento  de lo que sentimos nos permitirá saber lo que queremos.  

Nos lo advertía Alain Finkielkraut en su libro: La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX,. Anagrama, Barcelona, 1998: 

“Una sociedad que sólo valora lo material, convierte al ser humano en instrumento, lo rebaja de nivel y lo hace mercancía”. 

 

Cosechamos lo que sembramos

(Funcionan aquí dos leyes: la de causa-efecto

 y la de la Reciprocidad: el que antes recibió se siente obligado a dar)

La causa de errores repetidos y no enmendados, genera el efecto de no gobernar a nadie ni siquiera a uno mismo. 

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COLUMNA

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La ideología en el espejo

Las mutaciones pueden ser progresivas y regresivas, pero al final las formas de pensar siempre se acomodan al cuerpo

 

MANUEL VICENT

29 SEPT 2024 - 05:00 CEST

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Un viejo amigo me citó en un bar para darme personalmente la noticia del gran cambio que se había producido en su vida. Cuando llegué estaba sentado en el taburete de la barra y al principio no noté nada especial. Por fuera parecía el de siempre y bebía como siempre. Se le veía feliz, pero no ebrio. Sin que en la noticia influyera para nada el alcohol me dijo que me había llamado para notificarme oficialmente que había cambiado de ideología: ya no era de izquierdas, se acababa de pasar a la derecha y quería que yo lo supiera. La ideología de izquierda le parecía periclitada, pura farfolla de la que se avergonzaba; se le veía poseído de esa rara euforia del converso que arremete contra su pasado y por otra parte cree que el mundo está lleno de idiotas. Al principio pensé que era uno más quien con la edad había seguido la deriva natural de hacerse conservador porque sus chips ya saturados rechazaban las formas con que las nuevas generaciones viven esta locura acelerada que ha tomado la historia. Ese tránsito se realiza sin que uno se dé cuenta a través de un creciente cabreo al verse viejo y postergado. Pero últimamente, estos vuelcos se producen de forma repentina, como una revelación que te vuelve el cerebro del revés solo por el hecho de respirar la descarga de polen de derechas que inunda la atmósfera de todo el planeta. Es lo más parecido a una mutación transgénica. Mutar consiste en cambiar el material genético de una célula. Es una operación que se produce en los laboratorios para alterar la naturaleza de los alimentos. También se da en las ideologías. Las mutaciones pueden ser progresivas y regresivas, pero al final las formas de pensar siempre se acomodan al cuerpo. No se piensa lo mismo en un bar con una copa en la mano que desnudo en el cuarto de baño. A mi amigo le sucedió que al mirarse desnudo en el espejo supo lo que había pasado. Su genoma había sido alterado. Ahora su pensamiento se correspondía con la ruina del cuerpo que le devolvía el espejo.

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MANUEL VICENT

17 DIC 2023 - 05:00 CET

Los ejércitos bombardean; los terroristas ponen bombas. Unos lanzan centenares de misiles con una precisión matemática; los otros pueden producir una carnicería si se inmolan con una faja de dinamita o colocan una carga de explosivos bajo un coche, o asaltan con una metralleta una discoteca o un mercado; también pueden degollar con una daga; luego se esconden como alimañas, mientras los ejércitos al final de su matanza desfilan y reciben medallas. Pero la alta tecnología ya permite a los terroristas el sueño de obtener también armas de destrucción masiva, algo que está a punto de suceder, como ha demostrado el abominable crimen de los terroristas de Hamás, no solo condenable por su execrable maldad sino también por su estupidez, puesto que era previsible la venganza que iba a desencadenar. Solo que parecía difícil imaginar que esa sed de venganza de los israelíes sobre el pueblo palestino de Gaza fuera tan insaciable, hasta el punto que está alcanzando un carácter bíblico como en los peores tiempos del Yahvé más sanguinario. Su ejército lanza los misiles con tal saña sobre gente inocente, entre los que se encuentran miles de niños, que da la idea de que los quisiera exterminar. Ignoro si a esta masacre sin freno se le llama genocidio, guerra de exterminio o crimen de guerra, pero es evidente que ese espectáculo atroz solo por el hecho de contemplarlo en los telediarios rodeado de anuncios navideños causa una profunda degradación en el alma del espectador. Queda por ver el precio emocional que nuestro inconsciente va a pagar a la hora de metabolizar las imágenes en directo de niños destrozados mientras suenan dulces canciones de navidad; hospitales con los enfermos saltando por los aires entre turrones, perfumes, calles iluminadas, familias felices que esperan al hijo que vuelve a casa chapoteando sobre el charco de sangre que invade el salón del dulce hogar.

 














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