LA UTILIDAD DE LOS PARADIGMAS CIENTÍFICOS
En cursos,
conferencias, charlas y foros varios, se utiliza con profusión el término de “Paradigma”.
Cada uno lo explica y aplica a su manera, en función del contexto en el que se
ubica.
Fue el gran
filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn, el que lo utilizó en su obra “La
estructura de las revoluciones científicas”. Lo cierto es que como el término
no gustó a los críticos, que lo etiquetaron de excesivamente vago y esquivo,
posteriormente lo sustituyó por el de “matriz disciplinaria”.
Kuhn sostuvo
que la ciencia avanzaba a través de dos fases totalmente diferentes la una de
la otra. Hay un periodo, que él llama de “ciencia normal”, y un periodo que él
denomina de “ciencia revolucionaria”.
Así, por
ejemplo, si nos referimos a la astronomía, el periodo de ciencia normal que
desarrollo la astronomía ptolemaica o geocéntrica duró dos mil años, desde el
siglo V a.C. hasta mediados del siglo XV. Posteriormente el periodo de ciencia
revolucionaria, desterró la idea de que la tierra permanecía fija en el centro
del universo y que todos los astros, sol incluido, giraba en círculos alrededor
de ella.
Después de un periodo de ciencia revolucionaria, que costó a algunos
grandes sacrificios (recordemos a Galileo), hoy aceptamos, como verdad
científica, la astronomía heliocéntrica, es decir, fue desterrado el paradigma
anterior y reemplazado por el nuevo paradigma.
Kuhn decía que hay cuatro elementos que
componen un paradigma (generalizaciones simbólicas, modelos, valores
normativos, ejemplares).
El elemento denominado valores normativos
trata de criterios de valoración que los investigadores utilizan para evaluar
las teoría y los resultados empíricos que la ciencia consigue. Utiliza tanto
criterios internos a la propia ciencia, como externos a la misma y, entre estos,
utiliza parámetros que valoran la utilidad social y económica de la teoría propuesta y también, la compatibilidad de la teoría con determinadas concepciones ideológicas, metafísicas o incluso religiosas aceptadas por la comunidad.
La columna de Manuel Vicent publicada hoy, como todos los domingos
en El País, termina así:
“Quim Torra,
acompañado de otros viajeros anónimos, volvió por la tarde en el AVE a
Barcelona y aunque fuera había un sol radiante él solo veía sombras a través de
la ventanilla, pero el convoy iba hacia Cataluña como una lanzadera de telar
fabricando con los sueños y las pasiones de los pasajeros un recio tejido vital
que no se podrá rasgar sin tragedia”.
Yo, leyendo a Vicent, me preguntaba si sería útil a los políticos utilizar
los modelos de la ciencia para avanzar y aportar a la sociedad muchas
utilidades.
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