El Síndrome del Formador
Escribí
este artículo hace años, concretamente en mayo del año 2006. Lo publico ahora
en mi blog actual, sin cambiar nada de lo escrito en su día. Creo que en muchos
aspectos sigue vigente. Decía lo que sigue a continuación.
Somos
muchos los que nos dedicamos a la formación dentro del mundo de la empresa. Más
específicamente, a la formación en management y al desarrollo de las
habilidades directivas.
Es
esta una profesión que, al igual que nuestra mujer o marido, nos proporciona
muchas satisfacciones y, también, al
mismo tiempo, muchas insatisfacciones. Investigaciones de la sociología sobre
las relaciones que mantenemos con nuestra pareja, con el jefe y con el vecino,
concluyeron que nuestra pareja nos proporciona muchas satisfacciones y muchas
insatisfacciones; nuestro jefe nos da muchas insatisfacciones y muy pocas
satisfacciones; finalmente, el vecino, ni grandes satisfacciones ni grandes
insatisfacciones. Así, pues, nuestra profesión de formadores se asemeja, en
esto de las satisfacciones e insatisfacciones, a nuestra pareja.
Las satisfacciones
Entre
las satisfacciones que nos da destaca, por su importancia, la realización
personal que sientes cuando te es
permitido manifestar todo tu saber hacer, fruto de una profesión desarrollada
en el día a día, durante mucho tiempo, y que al igual que un buen caldo gallego, se fue haciendo muy lentamente, poco a poco. Años de cursos, de lecturas, de
congresos y sobre todo de reflexiones, al final terminan por dotarte de un soporte conceptual de entendimiento global,
con el que eres capaz de satisfacer tu curiosidad innata y hacer una
interpretación de las cosas basada en un
conocimiento holístico, fruto de una preocupación constante
por mantenerte al día en tu profesión.
Cuando llegas aquí surge, en lo más profundo de ti, un agradecimiento a la vida por haberte permitido desenvolverte en un nicho ecológico que te ha permitido crecer interiormente. Sobre todo, cuando conoces otros nichos ecológicos que limitan, que impiden cualquier desarrollo, que te van poco a poco eliminando lo más genuino de la naturaleza humana: la capacidad de pensar. Ya lo decía Skinner: “El auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres”.
Podíamos
seguir mencionando satisfacciones, pero, creemos que el lector de este artículo
podrá, por si mismo, deducirlas a partir de esta primera e importante que hemos mencionado.
Las insatisfacciones
Vamos
con las insatisfacciones. También son muchas y, a mí juicio, relacionadas con
el título del artículo.
Me vais a permitir que acuñe un nuevo síndrome.
Ahora que están tan de “moda” y que se habla de toda clase de síndromes (el
último que leí se llama SMJ: Síndrome del Marido Jubilado, al parecer acuñado por
Noburo Kurokawa que según él, afecta al 60% de las mujeres con maridos
jubilados en Japón. El marido se convierte en sodaigimi, basura que estorba.)
Pues
bien, no sé si ya existía, pero en todo caso se me ocurrió lo del Síndrome del
Formador, para clarificar estas insatisfacciones propias de nuestra profesión y
que a veces nos obsesionan tanto como los síntomas de cualquier síndrome
médicamente definido.
Está
relacionado, fundamentalmente, con algo
que muchos decimos en nuestros cursos: que la realidad la construimos a través
del lenguaje. Esto nos lleva, en primer lugar, a que lo que no se nombra no
existe y, en segundo lugar, que aquello
que decimos todos los días, la “niebla comunicativa”, de la que nos hablan los lingüistas,
en la que te desenvuelves termina por crear en ti una
realidad, unos valores, que marcan el norte de tu actuación en la vida.
Lo
anterior nos lleva directamente al primer síntoma del síndrome que es no saber, a
veces, diferenciar entre nuestros deseos, entre la realidad que construimos con
lo que decimos en los cursos, y el día a día complejo, que se da en nuestras
empresas. Caemos de esta forma en lo de
la “Disonancia Cognitiva” y en consecuencia, en un desasosiego interno que
termina por afectarnos en nuestras actuaciones externas.
Estimados colegas, tal vez pueda valer como alivio recordar lo que nos dice Damasio, el neurólogo al que tantas veces apelamos en los cursos de inteligencia emocional. Olvidamos que, como señala Damasio, A. (2005). “el cerebro no se ha diseñado para buscar la verdad, sino para sobrevivir. La supervivencia está, en realidad, en la base de todo.”
El
segundo síntoma del síndrome esta relacionado con la felicidad, esa palabra que
despierta tantas connotaciones que para investigarla se apela a ella como BIS –
Bienestar Individual Subjetivo-.Se apunta, como una de las bases de la felicidad,
la búsqueda. Sostiene la ciencia actual que en nuestro hipotálamo tenemos un
“circuito de la búsqueda”, de tal forma que este se activa y nos proporciona
una gran satisfacción cuando buscamos realizar nuestras expectativas. Nuestros
antepasados, sentían este placer cuando iniciaban la búsqueda del alimento.
En
nuestro caso, los formadores, buscamos que aquello que decimos en los cursos se
aplique en el día a día de nuestras empresas y, cuando constatamos que esto no
sólo no es así, sino que en muchos casos se dice una cosa y se aplica la
contraria, esto va deteriorando nuestro circuito de búsqueda. Lo que se
practica en la empresa, partido por lo que nosotros sostenemos en los cursos,
marcan el índice de deterioro y este correlaciona positivamente con nuestro
grado de insatisfacción.
De
nuevo, estimados colegas, se me ocurre que no olvidemos que el placer que
sentían nuestros antepasados cuando se les activaba el circuito de la búsqueda
de alimento, este placer se extinguía durante el acto de comer. También, el placer del hombre actual, no está tanto
en la consecución de los objetivos o metas que se marca en su vida, como en el
camino que tiene que recorrer hasta llegar allí. La satisfacción no esta en el
objetivo, sino, en lo que tiene que hacer diariamente para conseguirlo.
El
tercer síntoma se relaciona con la capacidad de adaptación. Supervive el que se
adapta, deja de vivir el inadaptado. Esto es lo que sostiene Darwin. El
mecanismo de la evolución está en la capacidad del más apto
de engendrar más cantidad de individuos y, por lo tanto, dejar más
extendidos sus genes. No olvidemos que la función del gen es reproducirse.
En
nuestra profesión no trabajamos con genes sino con memes- ideas con gran
capacidad de contagio y de propagarse y extenderse muy rápidamente-. La función
del meme, al igual que la del gen, también es reproducirse, no vía espermatozoide- vagina sino vía
idea-cerebros. El meme es a la transmisión
y evolución cultural, lo que el gen es a
la evolución biológica.
Pero,
a veces ocurre que nuestras ideas dificultan
la adaptación del que las propaga en determinados ambientes, por no ser
valoradas ni entendidas. Esto puede llegar hasta tal punto que incluso nos vean
como “vendedores de humo”. Todos escuchamos, en alguna ocasión, aquello de “puro toque de violín”, como síntesis hecha
por alguna persona del seminario impartido.
No es alarmante cuando resulta referido a seminarios que realmente no
tienen contenido y que su asistencia a ellos supone una auténtica pérdida de
tiempo. Tampoco es alarmante, cuando la persona que hace la manifestación es un
escéptico del montón que no tiene la capacidad de ver un poco más allá de sus
propias narices. Pero, si es, como mínimo preocupante, cuando la persona que
hace la manifestación es una persona con capacidad y poder para decidir sobre
el futuro de la formación y, en consecuencia, el futuro de los que nos dedicamos
a ella, y hace la afirmación referida a un seminario trabajado, con contenido
profundo, con ideas aplicables en entornos saludables que tendrían el efecto de
revitalizar a las personas que trabajan en esa empresa y en consecuencia a la
empresas misma. Cuando esto ocurre, tu supervivencia puede estar incluso en
peligro. No me refiero aquí al mobing,
ni a la ambigüedad de rol, ni a los denominados factores de riesgo psicosocial,
contemplados en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. Me refiero a que
mantener en tales condiciones un estado de ánimo adecuado para ser convincente
y creíble en tus cursos, es muy difícil. Por eso me refiero a la supervivencia:
por que ataca frontalmente el valor añadido que tú puedes aportar. No olvidemos
que Luís Marcos Rojas sostiene, como ingredientes del estado de ánimo, los
cuatros siguientes: el equilibrio emocional, el sentido de futuro, el control
de nuestra vida, y finalmente, la capacidad de adaptación.
La medicina aquí es incierta. A mí se me ocurre pensar que el “Principio de Peter” todavía tiene vigencia en algunos casos. Otras veces, recurro a una dosis manejable de autoengaño y me digo aquello de que si tú puedes cambiar tu percepción de la situación, cambias la situación misma. Finalmente, me autosugestiono con la famosa oración que rezaban en las asociaciones de antialcohólicos: “... dame coraje para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro”.
Las preguntas
Hay
otros muchos síntomas del Síndrome del Formador. Si tengo ocasión los
desarrollaré en otro artículo posterior. Quiero terminar este con unas cuantas
preguntas que nos lleven a la autorreflexión, a poner en práctica la meta
cognición, esa capacidad que tenemos los humanos de salirnos de nosotros y reflexionar sobre nosotros mismos.
¿Están
nuestros cursos adaptados a la realidad de nuestras empresas de hoy?
¿Fomentamos
en ellos herramientas prácticas y aplicables en el entorno de trabajo, o nos
quedamos en una mera teoría, atrayente,
pero sólo teoría? (no me vale como justificación aquello de “nada más
práctico que una buena teoría”).
¿Somos conscientes de que la formación en las
empresas es una inversión y que como
toda inversión hay que recuperarla?
¿Cuál es el aprendizaje que cada persona
está aplicando en su puesto de trabajo? Si aplica poco o nada ¿a que se
debe? ¿Tal vez a cursos pocos realistas
o mal impartidos?
¿Será,
acaso, que el mundo de la gestión justifica y cuenta unas cosas con el objetivo de mantener el estatus-quo y
lo que sucede, en la realidad real
(valga la redundancia), no tiene ni parecido a lo que cuentan?
Se
buscan respuestas, desde la óptica evidente de que lo propio del ser humano es
buscar la verdad, no poseerla.