MORIR SIN QUE NADIE EMPUJE
Hermann Hesse, Premio Nobel de Literatura en 1946, escribió
una obra, que resulta ser de todas las que escribió, de las más conocidas,
titulada ‘Demian: Historia de la
juventud de Emil Sinclair’.
Yo lo conocí a través de otra titulada ‘Elogio
de la vejez’ en la que dice:
“Un anciano que odia
y teme la vejez, que odia los cabellos blancos y la cercanía de la muerte, no
es un digno representante del estadio de su vida, como tampoco lo es un hombre
joven y vigoroso que odia su vocación y su trabajo diario y busca escapar de
los mismos.
En breves palabras: para cumplir como anciano su destino y
estar a la altura de su tarea, hay que ponerse de acuerdo con la vejez y con
todo lo que comporta, hay que decirle sí. Sin este sí, sin la entrega a cuanto
la naturaleza nos reclama, perdemos el valor y el sentido de nuestros días –tanto
si somos viejos como jóvenes – y estafamos la vida.
Todo el mundo sabe que la senectud trae molestias y que al
final está la muerte.”
Entre este enfoque y el que tienen muchos de los políticos actuales que ven a
los viejos como una mera carga económica
y que no deberían aspirar a vivir tantos años y morirse pronto, hay todo
un abismo de distancia.
Decía Nietzsche: “Lo que quiere caer hay que empujarlo”.
Nos dice Herman Hesse: “Cuando uno envejece y ha realizado su obra, tiene en su mano alegrase por la paz de la muerte. No necesita de las personas; las conoce y las ha visto lo suficiente. Lo que necesita es tranquilidad”.
Lo más contrario a la tranquilidad es generar incertidumbre.
Esta incertidumbre ayuda a “empujar.
“Los cartujos no hablan. Su regla es el silencio. Solo
cuando se cruzan por el claustro encapuchados hasta las cejas, con las manos
metidas en la manga contraria del hábito se les está permitido saludarse con
estas palabras mirándose de soslayo. Uno dice: “Hermano, morir tenemos”. Otro
contesta: “Ya lo sabemos”. Manuel Vicent
Tal vez acabarán añadiendo: “Pero sin que nadie empuje”.
Los políticos los quieren rehenes. A los políticos no les
gustan las personas que planifican su vida. Le gustan aquellas que viven al día
y sin mirar más allá de sus propias narices. No les gustan las personas libres,
les gustan los rehenes. A los primeros no pueden manipularlos. Tienen siempre
en la manga varias opciones con las que responder ante una situación
determinada. Los segundos, no han creado ninguna opción y no les queda más
remedio, ante una determinada situación, que aceptar lo que le proponen,
es decir, no tienen capacidad de responder, de dar la respuesta que ellos elijan:
tan solo pueden limitarse a reaccionar.
Contar con unas leyes
claras para poder planificar la vida es de lo más básico. Los pensionistas que
ahora tienen una determinada pensión, la planificaron muchos años antes. Es
probable que pudieran haber optado por otras vías, pero, conscientemente, eligieron
aquella que le llevaría a la pensión que ahora les toca cobrar.
Si han tenido la
capacidad de lograrla, sin duda tendrán la capacidad de conservarla impidiendo
que “ladrones de guante blanco” se la roben, no abiertamente, pero sí
eficazmente recurriendo al enmascaramiento, a la ambigüedad, a la incertidumbre
y confusión, concretizado todo ello, eliminando formas de revalorización de las
pensiones que entiende todo el mundo como el IPC y recurriendo a subterfugios
como el RP.
Los políticos quieren tener
a los pensionistas entre la espada y la pared, sometiéndolos a un viejo
fenómeno denominado “indefensión aprendida”.
La libertad, entendida
como algo concreto, no en abstracto, no es más que el número de opciones que
alguien tiene para poder enfrentarse a una situación determinada.
QUIEREN PENSIONISTAS SIN
OPCIONES.
La esperanza de vida no es para todos igual. Los pobre mueren antes.
Leer a Manuel Vicent:
Luz de vela
Al pie de la pasta con anchoas le dije a Cristino: no estoy
muy seguro, pero yo diría que no hemos muerto todavía