https://elpais.com/diario/1982/10/30/espana/404780428_850215.html
PURA IMPOSTURA
"LLAMAR LA ATENCIÓN A TODA COSTA: Todo se juzga por la apariencia; lo que no se ve no tiene valor. Por lo tanto, no es bueno perderse entre la muchedumbre ni quedar en el olvido. Hay que destacar. Llamar la atención a toda costa. Hay que convertirse en un imán que atrae la atención porque parece más grande, más colorido, más misterioso que las masas tímidas y blandas.
'Las 48 leyes del poder'
(bestseller internacional), Robert Greene anuncia la ley
6 “Llamar la atención a toda costa”.
Se ha podido ver, esta semana que termina, la
fotografía en muchos medios de
comunicación de Felipe González y
Alfonso Guerra presentando el libro de Guerra en el Ateneo de Madrid. Ya es difícil
ver a estos dos personajes juntos pero,
lo relevante, no es lo que se ha podido
ver sino lo que se ha escuchado salido de sus respectivas bocas.
No podemos ubicar sus palabras en ninguno de los odios
de los que nos habla Manuel Vicent: ni en el teológico, ni en el de eruditos y científicos, ni mucho
menos en el que tiene lugar entre poetas; posiblemente ninguno de los dos hayan
sentido, en toda su larga vida, la “emoción estética”. La cualidad del sentir de
ambos, no da para tanto: los juicios que hacemos sobre lo estético
correlacionan con nuestros juicios intelectuales. Nunca se le ha reconocido al
Sr. González altura intelectual. Sí pretendía tenerla el Sr. Guerra, pero a estas
alturas ya sabemos que era una pura impostura.
Ambos disimularon en sus inicios políticos que no les interesaba el dinero. Ambos
adoraron siempre al becerro de oro y ahora ya no lo disimulan exhibiendo su
vida de lujo.
“Este país viene de una larga pobreza y de un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el resentimiento y en el cabreo político. Se trata de ese secreto placer que a unos viejos políticos, que fueron insignes en otro tiempo, hoy descatalogados, les produce el que un joven líder de su mismo partido acabe siendo derrotado.” Manuel Vicent
El coctel del resentimiento, con todos y cada uno de sus ingredientes, es una mezcla que nos “emborracha”, nubla nuestro raciocinio no facilitándonos una vida saludable. Tiene un alto coste emocional y físico para quien lo lleva encima impidiéndole sentirse libre, con la sensación de que controla su vida, con proactividad y sentido de logro. Va por la vida sintiéndose víctima con todos los sentimientos negativos que ello conlleva.
En cuanto a la envidia, que era definida por Santo Tomás de Aquino, en su Suma de Teología como “tristeza de los bienes ajenos” y que el mismo Santo Tomás nos dice que solamente se da envidia “de aquellos con los que el hombre quiere igualarse o aventajarles en gloria”, según nos señala el psiquiatra Castilla del Pino, no se da en todo resentimiento.
Si te interesa el tema
puedes leer:
https://neuroforma.blogspot.com/2017/06/cambio-depreguntas-4-cambiar-de.html
En otros muchos resentimientos sí está presente la envidia, si bien son procesos diferentes. El envidioso busca disminuir la gloria ajena y tiene la esperanza de que en un futuro lo logrará y conseguirá el desprestigio público del envidiado. El resentido no tiene esperanza de lograr nada, se ve impotente ante lo que le sucede.
Sobre la lealtad de estos dos personajes no vamos a extendernos, simplemente decir que se visualiza la auténtica lealtad cuando las cosas van mal, en las adversidades. Estamos ahora mismo en un contexto muy propicio para poner a prueba el nivel e intensidad de Lealtad que tenemos. Si nos damos cuenta que la cosa pinta fatal, de que la lealtad no está ni se la espera, lo importante es no caer en el optimismo de pandereta y sus recetas, que no harán otra cosa que mirar para otro lado y tratar de enmascarar la realidad.
Si te interesa el tema puedes leer:
LOS seis PILARES de la MORAL - 7: LEALTAD-2
https://neuroforma.blogspot.com/2020/05/los-seis-pilares-de-la-moral-7-lealtad-2.html
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Un sucio calzón
Este país viene de una larga pobreza y de un secular
rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el
resentimiento y en el cabreo político
El alma humana exuda tres clases de
odios extremadamente puros. El más acendrado, el que más sangre ha provocado a
lo largo de la historia es el odio teológico. La religión ha ido unida
innumerables veces a la daga, a la horca, a la hoguera, a la guerra a degüello,
todo en nombre de Dios. En segundo lugar, está el odio entre eruditos y
científicos, que lleva a despreciar públicamente el trabajo de investigación de
otros colegas, pese a que en esa labor hayan quemado su vida. Esa rivalidad
intelectual no produce tantos estragos como causa la fe con sus sectas y
herejías, pero inunda de pasiones envenenadas las cátedras y los laboratorios.
Finalmente está el odio entre poetas, que nace de una distinta emoción estética
y no va más allá del encono y maledicencia en alguna tertulia. Estos tres odios
son muy desinteresados, solo buscan el reconocimiento, en ellos el dinero no
cuenta para nada. En un estrato más superficial del alma, el odio se transforma
en envidia e involucra a escritores, artistas, profesionales y políticos cuyo
éxito en su profesión repercute directamente en la cuenta corriente o en la
fama y la popularidad. La envidia es el dolor o enojo que produce el bien
ajeno, un vicio, según parece, genuinamente español. Aunque, bien mirado, lo
nuestro no es la envidia, que algunas veces puede provocar una sana emulación,
sino el resentimiento, una de sus facetas más tenebrosa, que consiste en
alegrarse del mal ajeno. Este país viene de una larga pobreza y de un secular
rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el
resentimiento y en el cabreo político. Se trata de ese secreto placer que a
unos viejos políticos, que fueron insignes en otro tiempo, hoy descatalogados,
les produce el que un joven líder de su mismo partido acabe siendo derrotado.
Así es el alma española puesta a secar como un sucio calzón en un tendedero.
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