SABIDURÍA
Las
sabiduría da respuesta a dos preguntas: ¿Por qué? y ¿Para qué?
Nos dice, de todo lo que podemos hacer, si debemos o no hacerlo. Es la habilidad de
encontrar significados
Los dardos que lanza un buen escritor, en este
caso nuestro admirado Manuel Vicent, se
clavan en la mente de los lectores de su columna, consagrada ya hace tiempo
como obra de arte.
Su columna
tiene múltiples virtudes, entre las que, en mi opinión, destacaría la reflexión y la mejora del punto de vista actual. Todo aquello que nos lleve
a reflexionarlo , sin duda, nos mejora
como personas y, a su vez, nos debería
llevar a la mejora del mundo si no fuese por "toda la basura política y
moral que existe a su alrededor”. Un componente esencial de la experiencia es
la reflexión: solo tenemos experiencia sobre las cosas que hemos reflexionado.
En cuanto a nuestro punto de vista actual, sobre cualquier cosa, lo podemos tener muy elaborado,
puede ser fruto de un análisis profundo y reflexionado pero, aun así, siempre quedan resquicios que le impiden que
se acerque al mejor punto de vista que podamos llegar a tener sobre esa cuestión, sea esta la que sea. Para esto
se hace necesario que nos centramos, no en
el punto de vista que tenemos nosotros, sino en el punto de vista que nos expone
nuestro interlocutor. Si nuestro punto de vista sobre algo está elaborado a
partir de la anécdota, la paja, lo contingente,
y hablamos o leemos a alguien que lo tiene más elaborado en base a
lo esencial, el grano y un contenido profundo, estamos perdiendo una oportunidad de oro de salir de
allí con un punto de vista muy mejorado y más cerca del óptimo.
Las columnas de Manuel Vicent, mejoran nuestro
punto de vista actual sobre lo que “elabora con ellas un artículo como el
herrero templa un dardo en el yunque después de calentar el hierro en la fragua”
y nos acercan al mejor punto de vista
que podamos llegar tener.
Me imagino a Vicent pensando, con cierta ansiedad,
sobre el tema que va abordar, lo cual se
le hace muy difícil dado la cantidad de musas en las que podría inspirarse sobre cualquier género literario y para
lograr, como siempre, una magnífica
columna que esperan, también con cierta ansiedad, sus lectores: según el psicólogo Barry
Schwartz, caemos en la paradoja de la “parálisis de elección” cuando nos
encontramos ante una situación para la cual disponemos de demasiadas opciones.
Cualquiera
pude hablar y manipular los datos; son muchos los que pueden aportar información
sesgada; muchos menos los que pueden expresarse a través del conocimiento; pero,
solo un reducido grupo de homo sapiens poseen
la suficiente cultura, las exigidas vivencias, conocimiento y experiencia, y, los suficientes componentes reflexivos para
poder expresarse a través de la sabiduría.
Me imagino
que lo primero que viene a la mente de Vicent y seguidamente “Cada dedo es un pequeño martillo sobre el
yunque del teclado”, es la lírica que
luego nos hace revivir a los lectores, que ya tenemos los años suficientes como
para considerarnos viejos, una amplia
gama de emociones y sentimientos tales
como la soledad, alegría, optimismo (funcional no de pandereta), entusiasmo, nostalgia... Sobre todo este último, la
nostalgia en la que aparece la tristeza recordando momentos del pasado los
cuales ya no forman parte de nuestra vida y, sobre todo, que es imposible que
algún día puedan incorporarse a la misma: “donde permanecen todavía intactos los nidos de pájaros,
los tebeos amarillos en un armario, la caja de los gusanos de seda en el
desván, los aromas de la despensa y las primeras lágrimas”.
Es curioso que en los comentarios de los lectores que escribimos en El País, (una gran fuente de
documentación para sacar interesantes conclusiones), en mi opinión, basada en mi observación empírica, cuando la columna trata de inspirar nostalgia lírica, suele haber,
a mi juicio, más comentarios de
reproches al autor: “El artículo
envuelto en una nostalgia lírica se perderá en la nada”.
A mi juicio, dada
la ignominia que nos rodea, cada vez nos
resulta más difícil encontrar “cierto grado de belleza cruzando el espacio
incontaminado”.
No me gusta ni
el peloteo ni la adulación de la cual, soy un convencido, que envilece a quién la
da y a quién la recibe. Sí me gusta y admiro a las personas con un profundo
conocimiento, la meta, a mi juicio, más abalada e importante a la que
podemos aspirar únicamente los humanos.
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Como siempre, a continuación, copio y pego la
columna de Manuel Vicent para que la puedan leer los no abonados a El País, por
no abrirle el enlace.
En mi opinión
(respeto al que piense justamente lo contrario) lo que escribe Manuel Vicent es
auténtica sabiduría, que debería llegar a todo el mundo. Yo con ello pretendo
cumplir lo que digo en mi blog. “Actualmente, mi motivación básica es la
trascendente (" Me gusta lo que hago porque beneficia a muchas
personas"): Hacer de forma altruista mi pequeña aportación al desarrollo
personal y profesional de las personas y a crear una sociedad más justa.”
Sigo siempre el
mismo proceso: Como todos los lectores suscritos a El País,leo la columna de
Vicent el domingo a la mañana cuando me despierto. La reflexiono, e inspirado
en ella, escribo mi comentario y, dos
horas después, lo publico en mi blog.
Posteriormente, si tengo tiempo, le doy otra vuelta y añado cosas que se me ocurren hasta dejarlo
ya definitivamente terminado en mi blog.
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i
Como un dardo
El escritor puede disparar contra la ignominia que le
rodea o apuntar alto para que alcance solo cierto grado de belleza cruzando el
espacio incontaminado
Legado del escritor
Rafael Cadenas en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, el pasado día
25 en Madrid.A, PÉREZ MECA. POOL
(EUROPA PRESS)
Son aproximadamente 325 palabras, que
equivalen a unos 1.880 caracteres con espacios. El escritor elabora con ellas
un artículo como el herrero templa un dardo en el yunque después de calentar el
hierro en la fragua. Cada dedo es un pequeño martillo sobre el yunque del
teclado. Mientras golpea el hierro incandescente para darle una forma muy
aguda, el escritor piensa que ese dardo hecho solo de palabras puede salir del
arco disparado en varias direcciones. El escritor puede mandarlo hacia los
dulces valles de la infancia donde permanecen todavía intactos los nidos de pájaros,
los tebeos amarillos en un armario, la caja de los gusanos de seda en el
desván, los aromas de la despensa y las primeras lágrimas. El artículo envuelto
en una nostalgia lírica se perderá en la nada. El escritor martillea con los
dedos otras palabras. En el yunque del teclado brotan ahora los nombres de
Botticelli y Simonetta Vespucci, de Antonello de Mesina que pintó a una Virgen
que se parecía a Pier Angeli o tal vez de Dante y Beatriz ya viejos paseando
por la orilla del Arno. El escritor los lleva en su memoria
desde aquella primavera cuando fue por
primera vez a Florencia. Ahora trata de cargar el dardo con
historias de navegaciones, de ciudades lejanas, de amores perdidos, de tantos
libros leídos, de tantos viajes y regresos, de éxitos y fracasos. Mientras el
escritor golpea las palabras sobre el yunque no olvida toda la basura política
y moral que existe a su alrededor y por un momento se propone usar ese dardo
como un arma ofensiva solo para salvarse. El trabajo ha terminado. El dardo
está ya tenso en el arco. Esta vez son exactamente 324 palabras que, como
siempre, sirven para luchar o soñar, la eterna cuestión. El escritor puede
disparar el dardo contra la ignominia que le rodea o apuntar alto para que
alcance solo cierto grado de belleza cruzando el espacio incontaminado.
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