SER ES HACER
"Ser es hacer" Máxima existencialista
Todo un
lujo leer, escrito por Manuel Vicent, un resumen de la psicología evolutiva de
un humano o, según algunos, un Autorretrato.
Lo cierto
es que a la temprana edad en la que se hace la primera comunión, comprender que
“Dios, creador del universo, había poseído su
cuerpo” puede ser planteado como un deseo, pero nunca como un objetivo.
Este se hace inalcanzable, ya no tan sólo por las
limitadas cualidades pedagógicas del cura, sinó, además, por falta del cumplimiento de
los años suficientes del niño para completar su desarrollo cognitivo hasta
llegar a la etapa de las “operaciones formales” de Piaget. Fue el maestro el
que le motivó regalándole el atlas que activó su
imaginación y le permitió viajar con ella a países lejanos.
La exposición de Vicent activa en mí, un viejo
recuerdo de la infancia, más concretamente, en la etapa pre operacional de Piaget: todos los domingos
me llevaban a la iglesia para asistir a la obligatoria misa que, en aquel
entonces, se entendía debía ser cumplida por toda persona de bien. En un
momento dado,el párroco, D. Herminio, decía la frase de “pídase la gracia que se desea
alcanzar”. Yo me imaginaba, entonces, la
gracia como distancia y pedía “de aquí a...”, desde la iglesia al pueblo
en el que se encontraba el ayuntamiento, sobre 8 Km. Debería
parecerme una distancia suficiente.
La acción de ir en bicicleta a la playa (etapa de las operaciones concretas de Piaget) y la brisa fresca cargada de sal activó, a partir de lo que escuchó, tocó y experimentó, el raciocinio suficiente para tener la sensación de haber “sustituido a Dios”.
No sé si en aquellos tiempos los 25 años podían
considerarse, desde el punto de vista social, una adolescencia tardía o una principiante
juventud, en la que tuvo lugar una tormenta
hormonal, que comienza en la pre adolescencia, que le
llevó a aceptar el desafío, poniendo de relieve el poder de los instintos, y materializar el primer acto en cumplimento
de la sagrada ley de la evolución: "la supervivencia del más apto” de Darwin, que no era el más
fuerte, sino aquel que dejaba, en su paso por el planeta tierra, más genes propios extendidos.
Optar por luchar con la pluma (con el teclado diríamos hoy) y soñar con la
utopía, entendida esta como un proyecto pendiente de realizar es, a mi juicio,
una buena forma de dejar nuestra huella en el planeta tierra.
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Como siempre, a continuación, copio y pego la
columna de Manuel Vicent para que la puedan leer los no abonados a El País, por
no abrirle el enlace.
En mi opinión
(respeto al que piense justamente lo contrario) lo que escribe Manuel Vicent es
auténtica sabiduría, que debería llegar a todo el mundo. Yo con ello pretendo
cumplir lo que digo en mi blog. “Actualmente, mi motivación básica es la
trascendente (" Me gusta lo que hago porque beneficia a muchas
personas"): Hacer de forma altruista mi pequeña aportación al desarrollo
personal y profesional de las personas y a crear una sociedad más justa.”
Sigo siempre el
mismo proceso: Como todos los lectores suscritos a El País,leo la columna de
Vicent el domingo a la mañana cuando me despierto. La reflexiono, e inspirado
en ella, escribo mi comentario y, dos
horas después, lo publico en mi blog.
Posteriormente, si tengo tiempo, le doy otra vuelta y añado cosas que se me ocurren hasta dejarlo
ya definitivamente terminado en mi blog.
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ARTÍCULO DE MANUEL VICENT
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Melancolía
Eligió la acción, pero supo muy pronto que su esfuerzo
por cambiar el mundo no serviría de nada
Un niño
elige un libro en la Feria del Libro de Madrid.SANTI BURGOS
Cuando tomó la primera comunión, el cura
le dijo que Dios, creador del universo, había poseído su cuerpo, pero a ese niño le producía más
emoción tumbarse en el suelo boca abajo, abrir el atlas que le había regalado
el maestro y realizar con el dedo a modo de la proa de un barco una travesía
que lo llevaba a los mares del Sur. A los 11 años fue por primera vez en
bicicleta a la playa y al llegar empapado de sudor tuvo la sensación de que la
brisa fresca cargada de sal que penetró por su cuello y le infló la camisa
había sustituido a Dios. A los 15 años supo que todos los mares del Sur, el de los
piratas, el de las islas misteriosas, eran el mismo mar que se veía desde casa,
tumbado en la hamaca leyendo a Stevenson, a Julio Verne y a Salgari. A los 25 años le sorprendió la forma cómo le miraba
aquella muchacha. Entendió que esa mirada era un mar tormentoso en el que podía
naufragar y aun así aceptó el desafío. Comenzaron a navegarse los cuerpos como
quien rema con furia contra la tempestad y cada uno pensaba que encontraría un
tesoro en el cuerpo del otro, pero al final se produjo el naufragio y la marea
arrojó sus cuerpos en una playa distinta, ambos victoriosos e igualmente
derrotados. A los 30 años este joven se enfrentó a la misma duda de Hamlet: luchar o soñar. Eligió la acción, pero supo muy
pronto que su esfuerzo por cambiar el mundo no serviría de nada. El fracaso de
la lucha le llevó a la melancolía. Ahora, a los 75 años, frente al mismo mar de
su infancia piensa qué habría pasado si en lugar de luchar hubiera soñado. En
ese caso habría creado a su imagen un mundo con todas las ruinas de la historia
llenas de lagartijas asomadas por las grietas, con higueras en lo alto de los
castillos y templos derruidos cuya semilla habían depositado los pájaros, un
mundo maravilloso como el que canta Louis Armstrong. Ahora desde la hamaca veía
la isla de Sumatra.
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