RECUERDOS LEJANOS
Santiago Ramón y Cajal
Fui por primera vez consciente de la permanente belleza de la vegetación de mi Galicia natal, cuando el azar del
sorteo me envió a hacer la mili en el Sahara. Desde un destartalado y sucio cuartel
madrileño, de madrugada nos subieron a un avión militar y nos condujeron hasta
el Aaiún y de allí, en camiones, a la
Playa de Aaiún para hacer el campamento. Todo era arena, no se veía vegetación
alguna. El contraste entre el paisaje de Galicia y la desolación de las arenas
del desierto, unido al desafío que suponía hacer la mili, hizo aflorar en mí el primer episodio de
morriña.
Pasado el periodo de 14 meses me licenciaron. Viajé desde el Aiún a Madrid en un avión comercial
con uniforme del ejército. Una azafata
nos asignó a los cinco militares
un asiento tocándome a mí, por azar, uno en la clase business, en el que pude
disfrutar, a medias, de un maravilloso y
distinguido menú, después de un sofisticado aperitivo. Mis expectativas se
centraban en llegar pronto a Galicia para contemplar su verdor.
De Madrid a Orense en tren. Recuerdo la ansiedad que sentí porque este
entrara en Galicia para empezar a contemplar su vegetación.
Nunca pensé que el paisaje de Galicia, algún día, pudiera, convertirse en negras cenizas.
Recurriré, buscando consuelo, al poema de William Wordsworth tratando de
recordar el esplendor de la hierba."
Conservamos nuestra personalidad a través del recuerdo (pasado) haciendo que lo vivido permanezca y una el pasado con el presente. No sólo eso, también engrandece nuestra percepción actual asociando lecciones aprendidas del pasado con la percepción actual, enriqueciéndola. Sobre la importancia de conocer el pasado, que no es lo que ya pasó, sino lo que quedó conformando el presente actual, podemos dar muchas razones, pero para mí, la principal, es la de que no se puede entender el presente si no se conoce y asume el pasado: el tiempo que pasó y las cosas que en el sucedieron, ayudan a comprender y vivir, de forma más plena y equilibrada, en el presente. Y no olvidemos que el futuro se construye desde el presente.
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Como siempre, a continuación, copio y pego la columna de Manuel Vicent para que la puedan leer los no abonados a El País, por no abrirle el enlace.
En mi opinión (respeto al que piense justamente lo contrario) lo que escribe Manuel Vicent es auténtica sabiduría, que debería llegar a todo el mundo. Yo con ello pretendo cumplir lo que digo en mi blog. “Actualmente, mi motivación básica es la trascendente (" Me gusta lo que hago porque beneficia a muchas personas")
'Hacer de forma altruista mi pequeña aportación al desarrollo personal y profesional de las personas y a crear una sociedad más justa'.
Sigo siempre el mismo proceso: Como
todos los lectores suscritos a El País,leo la columna de Vicent el domingo a la
mañana cuando me despierto. La reflexiono, e inspirado en ella, escribo
mi comentario y, dos horas después, lo publico en mi blog.
Posteriormente, si tengo tiempo, le doy otra vuelta y añado cosas que se
me ocurren hasta dejarlo ya definitivamente terminado en mi blog.
OPINIÓN
i
Cenizas
Un día volveremos a ver la gloria entre las flores del
valle de la Marina, aunque ahora apenas se pueda distinguir bajo el resplandor
del fuego
MANUEL VICENT
11 SEPT 2022 - 05:00 CEST
En ese valle los almendros florecían ya con el sol de enero; a
continuación, llegaba la helada y a veces su arriesgada gloria quedaba en nada.
La cosecha se perdía. Durante muchos años los amigos subíamos al valle de Ebo
de la Marina para contemplar aquella proeza suicida. Una compañera de
excursión, la más sabia, que ya pervive en el estanque dorado de la memoria,
iba dando nombre autóctono a cada planta silvestre que encontrábamos en el
camino; añadía las propiedades benéficas de cada una y también nos alertaba si
alguna era venenosa, que solía ser la que echaba las flores más bonitas. Luego
entre marzo y abril en ese valle florecían los cerezos y algunos de nosotros,
sin ser japoneses, también celebrábamos el milagro de
su frágil belleza tan fugaz. Ahora en la terraza del bareto junto al mar
caían algunas cenizas de un incendio que estaba convirtiendo en una inmensa
carbonera toda la gloria de ese valle en el que durante tantos años nuestra
juventud se midió frente a sus tortuosos y perfumados senderos. En alguno de
sus barrancos y acantilados habrían quedado los ecos de nuestras voces, que
también se estarían quemando. Desde la orilla del mar de Denia se veía el
cordón de fuego que siluetea el perfil de varias montañas cuyo resplandor no
era muy distinto del de tantos crepúsculos que había contemplado desde este
mismo lugar. De regreso a la ciudad, después del verano, pienso en el poema de
William Wordsworth en que recomienda no afligirse por
la belleza perdida porque los tiempos de esplendor en la hierba siempre quedarán
en el recuerdo. En la terraza del bar, un niño sentado a mi lado lloraba
al ver aquel incendio. No llores —le dije— porque un día volverás a ver de
nuevo la gloria entre las flores del valle de la Marina, aunque ahora apenas se
pueda distinguir el resplandor de esta hermosa puesta de sol del que procede
del fuego de ese infierno.
ODA: INSINUACIONES DE INMORTALIDAD DE
TEMPRANA INFANCIA
IX
¡Júbilo! ¡En tus
rescoldos
todavía hay algo que
vide,
y la naturaleza aún
recuerda
aquello que fue tan
fugitivo!
Pensar en nuestros
años pasados despierta en mí
una bendición
perpetua: que no se dirige
hacia lo más digno de
veneración:
el regocijo y la
libertad, el credo simple
de la infancia, cuando
se mueve o descansa,
con la esperanza
recién desplegada todavía agitándose en su pecho:
no es por todo esto
que yo elevo
mi canto de
agradecimiento y alabanza;
sino por esas
obstinadas interrogaciones
sobre el sentido y las
cosas fuera de nuestro alcance,
porque lo que se
desprende de nosotros, se desvanece;
por los miedos
confusos de una criatura
que se desplaza por
mundos que todavía no se han realizado,
instintos elevados
ante los cuales
temblaba nuestra
naturaleza mortal
culpable, sorprendida;
por esos primeros
efectos,
esos recuerdos imprecisos
que, fuesen lo que
fuesen,
no han dejado de ser
la fuente de luz de nuestros días,
la luz maestra de
cuanto alcanzamos a ver;
que nos sostiene y
acoge, y tiene poder suficiente para
convertir nuestros
ruidosos años en instantes del ser
del silencio eterno;
verdades que despiertan
para no morir nunca;
¡que ni la apatía, ni
los esfuerzos excesivos,
ni el hombre ni el
muchacho,
ni todo cuanto está
enemistado con la alegría
puedan suprimirlo ni
destruirlo por completo!
Que durante las
estaciones de clima más sosegado
aunque estemos
alejados, tierra adentro
tengan nuestras almas
una visión de ese mar inmortal
que nos trajo hasta
aquí,
puedan en un instante
viajar allá,
y ver a los niños
jugar cerca de la orilla,
y oír a las poderosas
aguas correr eternamente.
* William Wordsworth (1770-1850). Poema
recogido en el libro La abadía de Tintern (editorial Lumen), que
recoge una selección de algunos de los mejores poemas breves y menos
difundidos, y ahora editados por Lumen en una nueva traducción a cargo de Gonzalo
Torné.
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