Poner puertas al mar
“La naturaleza está siempre en acción y condena toda
negligencia”
Goethe
Si no se le pueden poner puertas al campo, por mucho que Trump
se empeñe en levantar muros para parar la marea de emigrantes, ni que decir
tiene que mucho menos se le pueden poner puertas al mar.
La casa de la que nos habla Manuel Vicent, construida con inteligencia
práctica, basada en la “sencillez y humildad, de la que deriva su
increíble fortaleza", no se resistía al mar, le abría la puerta:
“Las veces en que el mar se soliviantaba y comenzaba a invadir la
playa, se le abría la puerta y se le dejaba pasar para recibirlo con la
convicción de que es el amo absoluto del lugar cuyo derecho resulta
insoslayable. Cuando decidía retirarse, se le despedía en el umbral hasta la
próxima visita. Había dejado la casa lavada y desinfectada, con un aroma a alga
y salitre que todavía invade mi memoria.”
https://elpais.com/elpais/2020/01/25/opinion/1579968345_098962.html
Saber reconocer quién es quién y, sobre todo, quien es el amo
absoluto del lugar, es uno de los signos
distintivos de la inteligencia práctica. Los chimpancés, los pollos y cualquier
otra especie que viva en grupos saben detectar los signos de dominio y dar ante
ellos la respuesta oportuna, sabiendo y anticipando las consecuencias de no hacerlo. Parecer
ante el poderoso débil, pequeño y no amenazante, evita muchos problemas. Por eso,
según nos dice el psicólogo, primatólogo y etólogo Frans B.M. de Waal, las
señales de sumisión que utilizan los individuos de bajo rango son similares en
todas las especies. También Jane Goodall sostiene que las formas en las que los
humanos y chimpancés muestran dominio y sumisión son muy similares.
Nuestros conocimientos actuales, muy superiores a los que jamás han
existido, y nuestros rasgos que nos definen como una civilización científica y
tecnológica, nos están llevando, progresivamente, a disminuir de forma alarmante nuestra sabiduría, hasta tal
punto que ya no sabemos reconocer quién es quién.
La egolatría y las carencias afectivas y emocionales que conlleva, se está convirtiendo en el rasgo más característico y definitorio de los humanos del siglo XXI. Nuestra progresiva y creciente soberbia y ambición, nos lleva a competir ya no tan solo con los individuos dentro de un grupo determinado del que formamos parte y también con grupos que compiten con el nuestro por los mismos recursos. Tenemos una percepción tan exagerada de nuestros atributos y cualidades que nos atrevemos a desafiar a la todo poderosa naturaleza.
Si la evolución premió los dos primeros tipos de competencia, los cuales tuvieron ventajas evolutivas y nos permitieron llegar hasta aquí, este último desafío a la naturaleza puede llevarnos al final de nuestra evolución hasta la nada.
La egolatría y las carencias afectivas y emocionales que conlleva, se está convirtiendo en el rasgo más característico y definitorio de los humanos del siglo XXI. Nuestra progresiva y creciente soberbia y ambición, nos lleva a competir ya no tan solo con los individuos dentro de un grupo determinado del que formamos parte y también con grupos que compiten con el nuestro por los mismos recursos. Tenemos una percepción tan exagerada de nuestros atributos y cualidades que nos atrevemos a desafiar a la todo poderosa naturaleza.
Si la evolución premió los dos primeros tipos de competencia, los cuales tuvieron ventajas evolutivas y nos permitieron llegar hasta aquí, este último desafío a la naturaleza puede llevarnos al final de nuestra evolución hasta la nada.
“Al ver con qué
facilidad la reciente borrasca Gloria ha arrasado el litoral mediterráneo y se
ha llevado por delante playas, paseos marítimos con sus farolas y palmeras,
puertos deportivos, yates, puentes, salas de fiestas, restaurantes, bares de
copas, construcciones, al parecer, tan débiles como lo son la prepotencia, el
despilfarro y la codicia humana, vuelvo a pensar en aquella casa de pescadores,
que ha desafiado también esta vez con éxito el formidable oleaje.”
La casa, de la que nos habla Vicent, se construyó por
una mente que no perseguía quimeras, meros sueño e ilusiones fruto de la
imaginación que se empeña en conseguir imposibles.
“No le sobraba nada, no
le faltaba nada. Tenía lo necesario. Sigue siendo como entonces simple y
austera, solo piel y hueso, tal como debe construirse también el espíritu.”
El minimalismo de Mies Van Rohe encerrado en la
fórmula “menos es más”, traspasó los
límites de la arquitectura y generó, a través de la filosofía, el
minimalismo existencial cuyos orígenes
podemos ubicar en Diógenes de Sinope
en el año 410 a.C., el cual, nos dejó
claro que el estatus y el éxito expresado en riquezas, prestigio y fama son
quimeras, ilusiones y engaños al igual
que también lo es poner puertas al mar.
Diógenes nos proponía que para realizarse como humanos, tenemos que
vivir conforme a la naturaleza, de tal forma que ante el convencionalismo
social y sus signos de posición social, bienes materiales y demás indicadores,
tan sólo teníamos que hacernos la siguiente pregunta:
“¿Responde esto a mi naturaleza como ser
racional?
Según nos dice J.A.Carmona en "Estoicos, epicúros, cínicos y
escépticos" por racional Diógenes entendía phronesis,
sabiduría práctica.
Nuestra sociedad actual se basa en la irracionalidad. La falta de sabiduría
práctica nos lleva a la locura de poner puertas al mar y sus
consiguientes consecuencias. Ante nuestra cosmovisión actual, ante nuestro
actuar irracional no tiene muchos sentido la
recomendación que nos hacía Rousseau:
¿Por donde empezar para salir de esta situación?
El octavo hábito de S. Covey consiste en encontrar nuestra relevancia
personal única: La voz, la cual se
manifiesta cuando nos enfrentamos a nuestros mayores desafíos y nos hace estar
a la altura de los mismos.
La voz es fruto de la intersección entre el talento (puntos fuertes), la
pasión (lo que nos motiva e inspira), la
conciencia (nuestra guía interior que orienta a hacer lo correcto) y la
necesidad (las nuestras y las del mundo).
- Incrementar nuestra conciencia, nuestra capacidad de "darnos cuenta".
- Salir de la irracionalidad del egocentrismo.
- Dejar atrás el egocentrismo teniendo en cuenta las necesidades del mundo.
- Tener en cuenta, antes de actuar, la ley del karma que siguen el hinduismo y el budismo, equivalente a la que para nosotros es la ley de causa efecto, y que podemos sintetizar así:
Cosechamos lo que sembramos
Aquella casa
Se llama Villa Alegría y en ella pasé recién nacido el primer verano de mi
vida
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