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domingo, 26 de enero de 2020

PONER PUERTAS AL MAR












Poner puertas al mar






“La naturaleza está siempre en acción y condena toda negligencia”
Goethe


Si no se le pueden poner puertas al campo, por mucho que  Trump se empeñe en levantar muros para parar la marea de emigrantes, ni que decir tiene que mucho menos se le pueden poner puertas al mar.

La casa de la que nos habla Manuel Vicent, construida con inteligencia práctica, basada en la  “sencillez y humildad, de la que deriva su increíble fortaleza", no se resistía al mar, le abría la puerta:

     “Las veces en que el mar se soliviantaba y comenzaba a invadir la playa, se le abría la puerta y se le dejaba pasar para recibirlo con la convicción de que es el amo absoluto del lugar cuyo derecho resulta insoslayable. Cuando decidía retirarse, se le despedía en el umbral hasta la próxima visita. Había dejado la casa lavada y desinfectada, con un aroma a alga y salitre que todavía invade mi memoria.”                                                                                                                                                                                    https://elpais.com/elpais/2020/01/25/opinion/1579968345_098962.html

 Saber reconocer quién es quién y, sobre todo, quien es el amo absoluto del lugar,   es uno de los signos distintivos de la inteligencia práctica. Los chimpancés, los pollos y cualquier otra especie que viva en grupos saben detectar los signos de dominio y dar ante ellos la respuesta oportuna, sabiendo y anticipando las consecuencias de no hacerlo. Parecer ante el poderoso débil, pequeño y no amenazante,  evita muchos problemas. Por eso, según nos dice el psicólogo, primatólogo y etólogo Frans B.M. de Waal, las señales de sumisión que utilizan los individuos de bajo rango son similares en todas las especies. También Jane Goodall sostiene que las formas en las que los humanos y chimpancés muestran dominio y sumisión son muy similares.














Nuestros conocimientos actuales, muy superiores a los que jamás han existido, y  nuestros rasgos  que nos definen como una civilización científica y tecnológica, nos están  llevando, progresivamente,  a disminuir de forma alarmante nuestra sabiduría, hasta tal punto que ya no sabemos reconocer quién es quién. 





La egolatría y las carencias afectivas y emocionales que conlleva,  se está convirtiendo en el rasgo más característico y definitorio de los humanos del siglo XXI. Nuestra progresiva y creciente soberbia y ambición, nos lleva a competir   ya no tan solo  con los  individuos dentro de un grupo determinado del que formamos parte y   también con grupos que compiten con el nuestro  por los mismos recursos. Tenemos  una percepción tan exagerada de nuestros atributos y cualidades que nos atrevemos a  desafiar  a la todo poderosa naturaleza.  

Si la evolución premió los dos primeros tipos de competencia,  los cuales tuvieron ventajas evolutivas y nos permitieron llegar hasta aquí, este último desafío a la naturaleza  puede llevarnos al final de nuestra evolución hasta la nada.















“Al ver con qué facilidad la reciente borrasca Gloria ha arrasado el litoral mediterráneo y se ha llevado por delante playas, paseos marítimos con sus farolas y palmeras, puertos deportivos, yates, puentes, salas de fiestas, restaurantes, bares de copas, construcciones, al parecer, tan débiles como lo son la prepotencia, el despilfarro y la codicia humana, vuelvo a pensar en aquella casa de pescadores, que ha desafiado también esta vez con éxito el formidable oleaje.”





La casa, de la que nos habla Vicent, se construyó por una mente que no perseguía quimeras, meros sueño e ilusiones fruto de la imaginación que se empeña en conseguir  imposibles.  

“No le sobraba nada, no le faltaba nada. Tenía lo necesario. Sigue siendo como entonces simple y austera, solo piel y hueso, tal como debe construirse también el espíritu.”

El minimalismo de Mies Van Rohe encerrado en la fórmula “menos es más”,  traspasó los límites de la arquitectura y generó, a través de la filosofía,  el  minimalismo existencial cuyos orígenes  podemos ubicar  en Diógenes de Sinope en el año 410 a.C., el cual, nos dejó claro  que el estatus y el éxito expresado en riquezas, prestigio y fama son quimeras, ilusiones y engaños  al igual que también lo es poner puertas al mar.

Diógenes nos proponía que para realizarse como humanos,  tenemos que vivir conforme a la naturaleza, de tal forma que ante el convencionalismo social y sus signos de posición social, bienes materiales y demás indicadores, tan sólo teníamos que hacernos la siguiente pregunta: 

“¿Responde esto a mi naturaleza como ser racional?

 
Según nos dice J.A.Carmona en "Estoicos, epicúros, cínicos y escépticos" por racional Diógenes entendía phronesis, sabiduría práctica.




Nuestra sociedad actual se basa en la irracionalidad. La falta de sabiduría práctica nos lleva a la locura de  poner puertas al mar y sus consiguientes consecuencias. Ante nuestra cosmovisión actual, ante nuestro actuar irracional no tiene muchos sentido la  recomendación que nos hacía Rousseau:


“Es una previsión muy necesaria comprender que no es posible preverlo todo”


¿Por donde empezar para salir de esta situación?

El  octavo hábito de S. Covey  consiste en encontrar nuestra relevancia personal única: La voz, la cual  se manifiesta cuando nos enfrentamos a nuestros mayores desafíos y nos hace estar a la altura de los mismos. La voz es fruto de la intersección entre el talento (puntos fuertes), la pasión (lo que nos motiva e inspira), la conciencia (nuestra guía interior que orienta a hacer lo correcto) y la necesidad (las nuestras y las del mundo).
  1. Incrementar nuestra conciencia, nuestra capacidad de "darnos cuenta".  
  2. Salir de la irracionalidad del  egocentrismo.
  3. Dejar atrás el egocentrismo teniendo en cuenta las necesidades del mundo.  
  4. Tener en cuenta, antes de actuar,  la ley del karma  que siguen el hinduismo y el budismo, equivalente a la que para nosotros  es la ley de causa efecto, y que podemos sintetizar  así:


Cosechamos lo que sembramos








Aquella casa
Se llama Villa Alegría y en ella pasé recién nacido el primer verano de mi vida