“Cambiar
de respuesta es evolución. Cambiar de pregunta es revolución”
Jorge
Wagensberg
¿INDIGNADOS O RESENTIDOS? (1)
La idea del darwinismo de la supervivencia del más apto, tal vez
podemos enunciarla, hoy en día, así:
“Superviven
los indignados, se extinguen los resentidos”
NUESTRA REALIDAD EMOCIONAL
A estas alturas, ya casi todos somos conscientes de que el conocimiento
de las emociones es fundamental. Lo curioso es
que en la formación que hemos
recibido a lo largo de nuestra vida, ninguna se ocupara de nuestra
alfabetización emocional. La educación formal estaba enfocada, en exclusiva, a potenciar y
desarrollar los procesos intelectuales y cognitivos ignorando las emociones.
Hoy la formación emocional ya no se relega solamente el ámbito privado, al propio individuo y a la
familia; ya se ocupan de ella las
escuelas, las universidades y las empresas. Y esto es así, dado que una escasa inteligencia emocional y
su correspondiente analfabetismo emocional,
genera problemas y dificultades de todo tipo en el orden individual,
familiar, social, escolar y laboral.
Solemos definir a algunas personas como “nerviosas” y a otra como
“tranquilas”. ¿Quiere esto decir que
existen perfiles emocionales? Cada uno de nosotros tiene su propio estilo emocional, una identidad emocional que nos diferencia de todos los demás igual que las
huellas dactilares. Este estilo emocional es el responsable, en buena parte,
de la forma, la cantidad y la
intensidad con la que manifestamos nuestro sentir. Configura, también,
nuestro bienestar o malestar.
Nuestro sentir lo manifestamos,
básicamente, a través de las emociones y
los estados de ánimo. [1] Aunque ambas cosas
conllevan sentimientos son distintas. Las emociones son breves: surgen y se van
en cuestión de segundos o minutos. Los estados de ánimo duran más tiempo. También
se diferencian en que en las emociones, cuando surgen, podemos identificar el acontecimiento que
provoca la emoción concreta, mientras que en los estados de ánimo es raro que
identifiquemos cual es la causa que lo provoca.
Según nos dice Paul Ekman “un estado de ánimo activa emociones
concretas. Cuando estamos irritables, buscamos una oportunidad para enfadarnos;
interpretamos el mundo de forma que nos permita, o incluso nos exija,
enfadarnos. Nos enfadamos sobre asuntos que normalmente no nos provocan enfado,
y es probable que, cuando lo hacemos, la ira sea más virulenta y que dure más
que si no estuviésemos sumidos en un estado de ánimo no irritable”. [2]
¿Qué conoces
de tu realidad emocional?
¿Qué sabes
acerca de tu propio estilo emocional?
EL VALOR INFORMATIVO DE LAS
EMOCIONES
Las emociones son una gran fuente de información para cada uno de
nosotros. El saber “leerlas” y aprovecharnos de la valiosísima información que
nos transmiten es uno de los rasgos de la inteligencia emocional.
Si desde el punto de vista somático lo normal es que tengamos una
temperatura de 36,5 grados, desde el
punto de vista mental, lo normal es que nos encontremos
a gusto, tranquilos, optimistas e
ilusionados.
Si las emociones que sientes son
otras, distintas y negativas, es señal
de que tienes un problema que resolver. Un problema que puede estar localizado
dentro o fuera de uno mismo, o incluso
en los dos sitios a la vez.
Las emociones son un sistema de evaluación que nos
informa de nuestra realidad dándole una carga afectiva. Su función es premiar
las conductas adaptativas, aquello que hacemos bien y nos favorece (lo que nos conviene) mientras que
nos hacen llegar un feedback negativo cuando nuestra actuación es inadecuada
(lo que no nos conviene). Si nuestros antepasados no hubiesen tenido la
capacidad de aprender y recordar todo aquello asociado a sus emociones y, a través de este mecanismo, saber seleccionar que conductas y respuestas
eran adaptativas y cuáles no, hoy no estaríamos aquí.
¿Sabemos
“leer” la información que nos transmiten las emociones?
¿Tenemos en
cuenta esta información para planificar nuestra actuación, nuestras acciones y comportamientos?
LA INDIGNACIÓN: LA EMOCIÓN DE MODA
Hay
bastante unanimidad, por parte de los expertos, en indicar que la indignación
es una emoción “vitalizadora”, vinculada a la percepción de injusticia y a la ira.
La
injusticia atenta contra la sociedad que tenemos montada. Sin justicia no hay libertad.
“Todos somos siervos de la ley para poder ser libres” nos dice Cicerón.Si a esto añadimos los que nos decía Pericles de que la libertad tiene que estar unida a la valentía, es fácil comprender actualmente que la indignación esté muy presente en nuestra sociedad.
La
ira es una de las emociones básicas.
Las emociones básicas o primarias, son muy visibles y están muy definidas. Aun
cuando hay varias clasificaciones de las mismas, Damasio menciona las
siguientes: miedo, ira, asco sorpresa,
tristeza y felicidad. [3]
Son
universales, fácilmente identificables en personas de diversas culturas, y
también en animales. Es decir, están presentes en diversas culturas, en
diversas especies y en la especie humana en los niños y en los adultos.
Son
las más representativas de lo que entendemos por emociones y fue su estudio el
que proporcionó la base para el desarrollo de la neurobiología de las
emociones. Las expresamos a través del lenguaje no verbal y las podemos
identificar en otra persona en décimas de segundo.
Las emociones
básicas o primarias tienen un carácter adaptativo. Cumplen una función natural.
Así, por ejemplo, cuando sentimos miedo, es que anticipamos una amenaza o
peligro que produce ansiedad, incertidumbre e inseguridad. Entre otras muchas
cosas que nos suceden, nos ponemos pálidos dado que la sangre se retira del
rostro, dirigiéndose a los músculos y piernas. Es decir, se prepara el
organismo para dar una respuesta de huir o luchar.
Con la ira, sentimos rabia, enojo, furia e
irritabilidad. La sangre fluye a las manos y se incrementa el ritmo cardíaco y
el nivel de adrenalina. Se prepara el organismo para realizar una acción enérgica, destructiva.
Debemos
considerar aquí dos cuestiones. La primera, que conservamos las mismas
emociones que nuestros más remotos antepasados. Apenas han variado a lo largo
de la evolución. La segunda, que lo que
sí ha evolucionado es la forma en que las manifestamos y, también, la forma en
que las satisfacemos. Podemos sentir ira
hacia un compañero de trabajo y no por ello atacarlo hasta seccionarle la
yugular.
Las
emociones son un mecanismo de alarma que se dispara cada vez que se presenta
ante nosotros una situación peligrosa o crítica. En situaciones extremas toman
el control y deciden qué acciones son ejecutadas de forma impulsiva sin dejar
intervenir ni la voluntad ni la razón. Se produce un “eclipse mental”: reacción
emocional inmediata y muy fuerte que provoca una serie de respuestas tales como
paralización, huida, ataque, etc. Nuestros antepasados, los primeros humanos,
confiaban en estas reacciones para sobrevivir cuando se enfrentaban a un
peligro. Darwin sostenía que somos los descendientes de los antepasados que
utilizaron la reacción con éxito y sobrevivieron, a diferencia de los que no lo
hicieron. Esto nos trajo hasta aquí, con unas emociones que nuestros
antepasados seleccionaron muy bien pagando un alto precio en ese aprendizaje. Y
aquí estamos nosotros con unas necesidades emocionales y una lógica de las
emociones.
Considerada
desde el punto de vista individual, los psicólogos del desarrollo
que estudian la ira, saben que la
situación más típica para provocar ira en los niños es sujetarles los brazos de
forma que no puedan soltarse. La interferencia física es uno de los
desencadenantes más eficaces de la ira.
Nos pasa a los adultos: cuando alguien
interfiere en lo que queremos hacer y si resulta que esta interferencia es a
propósito, no accidental ni solicitada, aumenta nuestra ira.
Otro de los desencadenantes de la ira es
cuando una persona, especialmente si está en nuestro círculo que personas
queridas, nos decepciona con su comportamiento. Un motivo de esto es el que
estas personas nos conocen íntimamente y saben de nuestros temores y debilidades,
y lo que más puede herirnos.
Hay otros desencadenantes, distintos para diferentes personas y, también, sostiene Ekman, “distintas posibles causas de la ira no provocan la misma intensidad ni tipo de ira. (…) “es importante que la gente se plantee cada uno de estos elementos como un desencadenante y que determine cuál de ellos es el más potente, el más sensible, respecto a su propia rabia”. [4]
Sentir
indignación requiere que previamente nos sintamos dignos. No somos puros
animales, sino que nuestro proceso de humanización supuso una larga y fuerte
lucha para constituirnos como una especie noble y regida por normas justas. Si
estas normas justas se saltan, nos sentimos humillados, ofendidos, despreciados
y no reconocidos como seres que tenemos unas aspiraciones legítimas. Toda
alteración de lo justo provoca una respuesta sentimental de indignación.
Con
todo el esfuerzo que supuso combatir la miseria, la ignorancia, el miedo, el
dogmatismo y el odio. Con el precio que muchos han pagado para dotarnos a los
demás de una serie de derechos. Con el atroz desmantelamiento de muchas de las mejores ideas y proyectos que
los hombres se habían dado a sí mismos. Con todo lo que nos
está sucediendo, se crea un
ambiente que nos intoxica a todos
y nos hace, en parte, colaboracionistas
por dejadez.
¿Estamos perdiendo la función adaptativa de las
emociones?
¿Será que hemos
desvirtuado la indignación llegando está a ser generadora de una ira farisaica?
RECONOCIÉNDONOS DIGNOS
La
indignación parte de un antecedente que es el de reconocerse como digno de
algo, merecerlo.
¿No merecerá un joven tener un derecho a la educación holística que lo prepara para la vida?¿No merecerá un enfermo tener derecho a la asistencia médica?¿No merecerá un adulto el poder planificar su vida de acuerdo a las leyes existentes y saber que estas no serán cambiadas arbitrariamente?¿No merecerá un viejo cobrar una pensión que no pierda poder adquisitivo para la cual cotizó largos años?¿No merecerá…?“La indignación aparece cuando algo que considero mío, porque lo poseo o porque lo merezco, me es arrebatado o no me ha sido dado nunca” [5]
“¿Por qué?. Preguntará tal vez un lector estricto. Porque si no lo hace se caerá el edificio. ¿Por qué tenemos que tener derechos y respetarlos? Porque, de lo contrario, no tendremos felicidad pública, ni paz, ni justicia, ni libertad. La historia de las invenciones morales había llegado por muchos caminos a esta conclusión.” [6]
Si no lo hacemos así, acabaremos en el resentimiento (no adaptativo), el cual, en palabras de Scheler “Es una autointoxicación psíquica que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones normales y pertenecientes al fondo de la naturaleza humana” [7]
Al
resentimiento dedicaremos la próxima entrada de este blog. Anticipar hoy, sobre
el mismo, una frase de Nietzsche:
“El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud”
¿Qué información nos
está trasmitiendo la indignación?
¿Qué acontecimientos
provocan esta indignación?
¿Cómo utilizamos esta
información para determinar las acciones
adecuadas que nos permitan volver a un
estado normal de serenidad y satisfacción?
¿Estamos respondiendo
de forma adaptativa a la indignación que sentimos?
Referencias bibliográficas
[1] IGLESIAS RODRÍGUEZ, Julio.: Variables y reguladores del estado de ánimo.
Edición Digital. Vigo 2005.
[2] Ekman, Paul.: ¿Qué dice ese gesto? RBA
Integral. Barcelona 2004, p.75
[3] Damasio,
Antonio R.: Y el cerebro creó al hombre.
Destino. Barcelona 2010, p. 194.
[4] Ekman,
Paul.: ¿Qué dice ese gesto? RBA Integral. Barcelona
2004, p.149
[5] MARINA
José Antonio y LOPEZ PENAS Marisa.:
Diccionario de los sentimientos. Editorial Anagrama, S.A., Barcelona 1999, p.199
[6] MARINA, José Antonio y DE LA VÁLGOMA María (1999): La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad
política. Editorial Anagrama, S.A., Segunda edición. Barcelona 2001, p.213
[7] SCHELER, Max.: El
resentimiento en la moral. Editorial: S.L. CAPARROS EDITORES. 1993