Deleite intelectual
"Los mejores, más variados y duraderos placeres, son los de la mente" Arthur Schopenhauer
En su columna
de hoy, Manuel Vicent nos deleita recurriendo al olfato, el cual, según nos dice la neurociencia actual, es el
único sentido, junto con el gusto, cuya información que nos proporciona se procesa, fundamentalmente, en el cerebro
límbico, formado evolutivamente a partir del cerebro reptiliano. La información que proporcionan los otros sentidos
se procesa en el cerebro más evolucionado, en la corteza, la que nos otorga a los humanos el título de Sapiens y nos coloca
en la cima de la escala filogenética como el animal más evolucionado y el único
Homo que existe ya
que todos las demás se han extinguido.
Para elaborar su columna de hoy, tal vez recordó Vicent la magdalena, y dejándose llevar por el “efecto proustiano”de la memoria trasladando la misma y su razón a su infancia y recordando no solamente cosas aisladas sino el contexto compuesto en el que esta tuvo lugar, imitando a Proust en su obra «En busca del tiempo perdido», y describiéndolo a través de los diversos olores que dejaron una huella en su cerebro:
"El olor a linotipia de aquellos cromos de futbolistas y tebeos, el de los lápices Alpino y el de las gomas de borrar con sabor a coco, el del confesionario donde el pecado de la carne se confundía con el aliento a tabaco de picadura que fumaba el confesor, el de la brea de las barcas varadas en la playa, el del jabón Heno de Pravia que se usaba en casa, el del pegamento de los parches en el neumático de la bicicleta, el de las tahonas y confiterías que en los antiguos Sábados de Gloria horneaban las monas de Pascua, el de los salazones en la alacena, el de alcanfor del armario ropero, el del serrín húmedo con que se barría el bar y el cine del pueblo, el de las jaras que te arañaban las pantorrillas en las excursiones por el monte en primavera, el de los pinos mojados después de una tormenta de verano, el del humus de las hojas fermentadas de otoño."
La lista de olores que nos proporciona, describe toda una sociología del olfato dejando que cada cual trasforme las ecuaciones químicas del mismo en ecuaciones simbólicas, e intuya el papel tan importante que desempeña el olor en la interacción social.
La columna de hoy es un buen ejemplo de su capacidad para recordar y relacionar dichos recuerdos con sensaciones y experiencias vividas hace muchos años.
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Nunca deja de sorprenderme la imaginación de Vicent y su gran habilidad de condensar la vida en una columna de 352 palabras, según me dice el contador de palabras del procesador de textos de mi ordenador, o mejor aún, dicho en palabras del mismo Manuel Vicent:
“Para que todo el universo quepa en una columna de
66 líneas a 30 espacios es necesario desechar lo que sobra: planetas,
estrellas, galaxias, el vacío que existe entre ellas con su silencio de piedra
pómez. Hay que quedarse solo con lo esencial: con las grandes pasiones que
mueven al alma de unas hormigas, con las horas infinitas que invierten los
muertos soñando. Una columna de periódico debe ser el reloj de arena que filtre
la memoria de ese deseo que el lector sentirá mañana.”
La imaginación no viene de la nada. Se desarrolla a través de los recuerdos, los cuales al combinarlos con una estructura diferente a como los hemos adquirido, da como resultado final algo nuevo. Es fundamental, pues, tener un buen archivo de recuerdos en nuestra memoria, por eso nosotros estamos convencidos que todo progreso, ya sea personal o social, requiere previamente un cerebro bien abonado y regado de experiencias, conocimientos y sabiduría.
Si en una panadería entran sacos de harina y salieran a su vez como producto final la misma harina, sin aportarle nada, no nos comeríamos la maravillosa bolla de pan. Lo mismo pasa con nuestro cerebro: si entra información en él y no la someto al proceso de pensarla y reflexionarla, saldrá lo que entró y me convertiré en un mero transmisor de ideas de otros. Un ciego de nacimiento será incapaz de imaginar el esplendor de una puesta de sol, porque carece de materiales sobre los cuales pueda actuar su cerebro.
La invitación que nos hace Vicent a complementar la respiración abdominal que el define como "inhalar por la nariz lenta y profundamente el oxígeno del aire para llenarte de energía nueva, llevarlo hasta el fondo de los pulmones, retenerlo lo más posible y exhalar por la boca para liberar la energía vieja convertida en anhídrido carbónico", con lo que él denomina hazaña intelectual: "ser capaz de recuperar con este ejercicio de respiración algunos de los perdidos aromas que a lo largo de la vida se han constituido en una estructura de tu memoria", supondría, a mi juicio una mejora del mismo. No solo mejoraríamos el funcionamiento del diafragma, sino, también, nuestra memoria. También lograríamos la tan ansiada serenidad y calma tan ausente en este mundo tan agitado que tenemos hoy y no tendríamos necesidad de recurrir al Valium, al Prozac o al propranolol o cualquier otro medicamento que amortecen nuestras emociones. Cualquier emoción supone, en mayor o menor grado, signos exteriores, observables por los que nos rodean: temblor de las manos, enrojecimiento de la cara, incapacidad de hablar claro, etc. Esto depende de nuestro forma y ritmo de respirar y se eliminan cuando respiramos con calma que impide que las emociones nos turben profundamente eliminando nuestra claridad mental, con todo lo que ello supone. Aquí dejo la sugerencia para profesionales de Mindfulness.
Yo todo esto lo recuerdo y práctico por haberlo aprendido cuando era un adolescente en un curso que hice a distancia: "Mis 20 lecciones de cultura psíquica". Muchas ideas que aprendí entonces las confirma la neurociencia actual.
“La capacidad de imaginar acontecimientos posibles depende asimismo de aprender y recordar, y es el fundamento para razonar y navegar por el futuro y, más en general, para crear nuevas soluciones de un problema”, nos dice el neurocientífico Antonio Damasio, al cual sigo desde hace muchos años. Nos lo dice en su obra “Y el cerebro creó al hombre”, p.207.
En esto se fundamente el buen hacer profesional de Manuel Vicent, proporcionando a sus lectores un gran deleite intelectual. Sin duda logra reflejar en cada una de sus columnas lo esencial, dando la impresión de que es un metódico y ejemplar seguidor de la máxima de Saint-Exupéry:
“La perfección se logra no cuando no queda nada que agregar, sino cuando ya no queda nada que quitar."
Copio y pego la columna de Vicent por si alguien no
está suscrito a El País y el enlace no le permite acceder a ella:
Respirar
La hazaña espiritual consiste en ser capaz de recuperar con este ejercicio algunos de los perdidos aromas que a lo largo de la vida se han constituido en una estructura de tu memoria
04 ABR 2021
El valor emocional de los olores en la infancia
Aprender a respirar es toda una hazaña espiritual.
En este caso no se trata solo de inhalar por la nariz lenta y profundamente el
oxígeno del aire para llenarte de energía nueva, llevarlo hasta el fondo de los
pulmones, retenerlo lo más posible y exhalar por la boca para liberar la
energía vieja convertida en anhídrido carbónico. La hazaña espiritual consiste
en ser capaz de recuperar con este ejercicio de respiración algunos de los
perdidos aromas que a lo largo de la vida se han constituido en una estructura
de tu memoria. Para la gente de mi generación es el olor a linotipia de
aquellos cromos de futbolistas y tebeos, el de los lápices Alpino y el de las
gomas de borrar con sabor a coco, el del confesionario donde el pecado de la
carne se confundía con el aliento a tabaco de picadura que fumaba el confesor,
el de la brea de las barcas varadas en la playa, el del jabón Heno de Pravia
que se usaba en casa, el del pegamento de los parches en el neumático de la
bicicleta, el de las tahonas y confiterías que en los antiguos Sábados de
Gloria horneaban las monas de Pascua, el de los salazones en la alacena, el de
alcanfor del armario ropero, el del serrín húmedo con que se barría el bar y el
cine del pueblo, el de las jaras que te arañaban las pantorrillas en las
excursiones por el monte en primavera, el de los pinos mojados después de una
tormenta de verano, el del humus de las hojas fermentadas de otoño. Después de
tantos años esos aromas están todavía en el cerebro. Se trata de respirarlos
con el pensamiento y a la hora de exhalarlos liberar también como el anhídrido
carbónico, que los acompañaba, la miseria de postguerra, la represión y el
silencio de cuantos fueron obligados a callar. Inspirar, exhalar, es como
escalar la propia montaña. De subida todo claro, de bajada todo oscuro, así una
y otra vez hasta aprender que tu vida está en el aire.