CARPE DIEM
¡A VIVIR QUE SON DOS DÍAS!
La vida nos condiciona, por lo que es muy importante, a mi juicio, entender el contexto en el que nos desenvolvemos y las circunstancias personales de cada uno de nosotros: la edad, el contexto social, laboral, familiar, nuestra procedencia, nuestras expectativas de futuro, los objetivos y proyectos personales que pretendemos realizar. Todo ello genera muy distintas y diversas tipologías de personas. La diversidad es una de las características relevantes de nuestra especie. Cada uno de nosotros es único e irrepetible.Si desde el punto de vista genético hay personas idénticas, que tienen exactamente el mismo ADN (hermanos gemelos monocigóticos, mismo óvulo y mismo espermatozoide), aún en estos casos son diferentes en su filosofía de vida, intereses, proyectos etc.
De toda esta
diversidad podíamos extraer dos variables relevantes, bajo las cuales,
partiendo de las características individuales, llegar a conformar dos grupos de
personas: Las que planifican su vida,el antes,el ahora, el después y las que '¿viven la vida?', sin más.
Leer, si estás interesado en el tema y quieres profundizar:
https://neuroforma.blogspot.com/2024/12/plan-estrategico-personal-1.html
A pesar de
nuestra peculiar individualidad, somos
animales sociales por lo que muchos de nuestros comportamientos individuales
son fruto del comportamiento social colectivo dado en un específico entorno.
Nuestro comportamiento social nos hace desperdiciar mucho de nuestro tiempo: Nuestra capacidad de “darnos cuenta” arrastra déficits peligrosos...
Dice la leyenda que había un hombre que peregrinaba por el mundo fijándose en todo aquello que veía. Un día llegó a un pueblo de Kammir. Antes de entrar en él vio un camino que le llamó la atención por el hecho que estaba cubierto de árboles y flores. Cogió aquel desvío y llegó a una valla con una puerta de bronce entreabierta, como invitándole a entrar. El hombre pasó el umbral y comenzó a andar lentamente entre unas piedras blancas que estaban distribuidas verticalmente entre los árboles, como por azar. No tardó en deducir que se encontraba en el humilde cementerio del pueblo. Muy despacio se agachó a mirar la inscripción tallada en una de las lápidas y leyó: «Abdul Tareg – Vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días».El hombre sintió pena por el niño muerto tan joven y con curiosidad fue leyendo las lápidas de alrededor. Cuál sería su sorpresa al descubrir que la persona que había vivido más tiempo de las que allí se encontraban enterradas sólo había vivido once años. Terriblemente abatido se sentó a la salida del lugar y reflexionó sobre qué extraño suceso o desgracia podía haber sido la causante de la muerte de tantos niños. Un anciano del lugar se acercó a él y le preguntó qué les pasaba y les hizo las preguntas que le inquietaban:
– ¿Qué pasó en este pueblo?
¿Por qué tantos niños están enterrados en este lugar?
¿Cuál es la terrible maldición que habéis sufrido?
- Serénese buen hombre- dijo el viejo-. No existe tal maldición. Lo que sucede es que en nuestra cultura, cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta como la que yo llevo. A partir de esa edad, cada vez que goza intensamente de alguna cosa, o vive un momento especial o intenso, siente amor, paz mental o felicidad, anota en el cuaderno esta vivencia indicando lo que siente y cuánto tiempo se prolonga. Así lo vamos haciendo todos y, cuando morimos, se suma el tiempo vivido con plenitud, sentido y consciencia por esa persona y se anota en su lápida: Este es, amigo mío, el único y verdadero tiempo vivido.
Y tu libreta, ¿cuánto tiempo tiene al día de hoy?
Vive la vida a plenitud, para que esa libreta que todos llevamos por dentro sea la que tenga mas años de
«VERDADERO TIEMPO VIVIDO»
Leer, si estás interesado en el tema y quieres profundizar:
https://neuroforma.blogspot.com/2020/12/nuestra-incierta-vida-anormal.html
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Contemplo en directo cómo se reducen a escombros las
ciudades en Gaza y Ucrania. Mientras, dos aves construyen su nido en la terraza
de mi casa, y no sé qué hacer
Aunque para vivir con cierta dignidad uno trate de
sacudirse de encima la basura mediática, no puedes evitar que te ensucie la
mente dado que impregna la atmósfera que te ves obligado a respirar. Después de
contemplar en vivo y en directo cómo mueren cientos de niños bajo
las bombas, cómo se reducen a escombros las ciudades, cómo se
halla este perro mundo a merced de un soberano idiota, uno
intenta refugiarse en la música, en la lectura o volver al mar poniendo tierra
por medio. Camino del mar a través de la espléndida primavera que han dejado
las pasadas lluvias y del paisaje con todos los verdes en llamas, al final de
la huida me he reencontrado con el puerto, con los barcos de pesca y el oleaje
contra esas calas que uno lleva siempre en
la memoria. Por un momento me creí a salvo, pero al llegar a la
casa cerrada desde el pasado verano he visto que una pareja de golondrinas
estaba construyendo su nido en una de las vigas de la terraza interior. En sus
idas y venidas con una bola de barro en el pico estaban a medias en su afanosa
tarea de construir su nido en la vertical de la mesa donde solemos reunirnos la
familia y los amigos en las comidas durante las vacaciones. Hasta ese momento
la pareja de golondrinas habría hecho más de dos mil viajes con unos diez días
de trabajo. Un nido de golondrinas en casa suele dar una sensación de
felicidad, pero si ese nido llegara a buen término me obligaría a retirar los
muebles y dejar la terraza exenta para evitar que los polluelos echaran sus
excrecencias sobre nuestros platos. De pronto, se me planteó un problema de
conciencia. Acababa de ver en los telediarios la destrucción de las casas en Gaza y
en Ucrania, cómo una
vivienda en la que una familia ha vivido varias generaciones era abatida por
unos soldados israelíes. Ahora estaba en mis manos destruir la casa de unas de
golondrinas. Llevo dos días viendo cómo construyen su nido. No sé qué hacer. Me
pregunto qué haría Gustavo Adolfo Bécquer en
este caso.