Las emociones en las relaciones
con los compañeros de trabajo (2)
El salario emocional.
Lo propio del ser humano es demostrar su valía y competencia para de este modo fortalecer su autoestima. Esto lo logra teniendo éxito en aquella actividad que realiza. El éxito consiste en alcanzar metas que previamente se han definido y está ligado a alcanzar los objetivos en nuestro trabajo.
Para esto es necesario considerar las necesidades emocionales de las personas de tal forma que se les garantice un salario emocional lo más digno posible. El salario emocional lo constituye todo aquello que sirve para satisfacer nuestras necesidades emocionales.
En la búsqueda de este salario el propio individuo, y el propio grupo tiene mucho que ver. Cada uno tiene en su mano hacer más atractivas las consecuencias de trabajar y crearse una percepción más grata del trabajo, mediante una estrategia mental concreta.
En función del salario emocional que tú des a los demás, así tú recibirás y tendrás influencia en los otros. También es una forma de crecer en autoestima. ¿Cómo?: Si tú eres la causa de felicidad de otro, la causa no puede ser menor que el efecto, por lo tanto serás más feliz. Si uno es la causa de la desgracia del otro, la causa no puede ser menor que el efecto... Por otro lado:
Si das a una persona más de lo que le pides
tu capacidad de influir está garantizada.
¿Qué pagos emocionales das a los demás?
Dependerá de tu “estilo afectivo”.Para tomar conciencia del mismo te invitamos a seguir el Método de Muestreo de Emociones: Chequea tu estado emocional para tomar conciencia de cuales son las emociones que sueles sentir con más frecuencia y como estas pueden estar relacionadas con determinadas horas y momentos del día. No solamente adquirimos hábitos psicomotores; también tenemos hábitos emocionales. De aquí que se diga que una persona a los treinta y algo años tiene la cara que se merece. Así, por ejemplo, si una persona tiene el hábito emocional de la ira, con el tiempo se le configuran en su cara ciertas expresiones y arrugas que llevan a los demás a etiquetarlo de « persona avinagrada ». Él mismo ha construido su propia cara.
Contagio y me contagias
El contagio emocional es recíproco: yo te contagio a ti y tú me contagias a mí. También es, la mayor parte de las veces, inconsciente: transmitimos a los demás y los demás nos transmiten a nosotros un estado de ánimo de forma no consciente y sin control alguno por nuestra parte. Fruto de ese contagio, cada uno va forjando una idea de los otros a través de los sucesos contagiosos y, finalmente, le ponemos una etiqueta a cada cual. La imagen que los demás tienen de ti es una consecuencia de los balances emocionales que han tenido contigo.
No solo operamos con números y establecemos balances en nuestras cuentas bancarias. También establecemos balances emocionales: en lugar de operar con números, operamos con emociones y sentimientos que nos llevan a establecer balances emocionales fruto de los cuales tomamos decisiones del siguiente orden: me divorcio o no me divorcio, trabajo a gusto en esta empresa o no trabajo a gusto, esta persona me cae bien o mal, etc.
Mejorando nuestra comunicación emocional.
Para mejorar lo que transmitimos lo primero es convertir el proceso del contagio emocional en consciente. ¿Cómo? Reflexionando sobre qué es lo que contagiamos y que efecto tiene sobre la gente.
La conciencia es un espacio que creamos entre lo que nos sucede y cómo reaccionamos a ello. Los animales tienen instintos a través de los cuales dan respuestas a los estímulos del entorno. El Homo Sapiens aprende como responder a ellos de un proceso de socialización en una cultura determinada.
No es justo andar por ahí contagiando nuestras frustraciones y mal humor a todos los que se encuentran con nosotros. No es justo que si cuando vamos a trabajar tenemos un altercado con otro conductor, con los atascos o con quién sea, transmitamos nuestro enfado y mal humor a todos los compañeros de la oficina. No es justo que si has tenido una bronca con tu jefe, lo paguen tus hijos cuando llegues a casa. Recuerda: “
« Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.
Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto,
En el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto,
eso, ciertamente, no resulta tan sencillo »
Aristóteles
Por eso, la dificultad de trato de muchas personas no está en que les falte afabilidad o cordialidad, sino en que no saben compartimentar. Al permitir que sus frustraciones contaminen otras situaciones distintas de la causante originaria, hacen pagar por ellas a quienes no tienen nada que ver con el origen de sus males. Ese tipo de personas sufre con facilidad muchas decepciones, porque se ven arrastradas por sus estados de desánimo, crispación o euforia. Son un poco simples, se lee en ellos como en un libro abierto, y son por eso muy vulnerables: el que sepa captar sus cambios de humor jugará con ellos como con una marioneta, con sólo saber tocar los puntos oportunos en el momento oportuno.
Lógicamente, para hacer el proceso de contagio emocional consciente, lo primero es estar en contacto con tus sentimientos. Te invitamos a realizar de vez en cuando el ejercicio “Informe metereológico interior”. Dedicar un tiempo cada día a escucharte un poco por dentro identificar el estado emocional en el que te encuentras será muy rentable.
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Cómo manejar la
palanca
Ante el peligro que ofrece este perro mundo no cabe
otra solución que la huida
Recordaba como un momento estelar en su vida aquella
vez que le plantó cara al abusón en el patio del colegio y le dio una patada en
los huevos. También pudo tratarse de aquella noche en que después de bailar a
la luz de la luna la chica de sus sueños le besó por primera vez con los labios
salados a la orilla del mar. No creo que haya nadie, por muy desgraciado que se
sienta, que no recuerde que hubo una vez en que dio la talla y se comportó como
un valiente o a quien la vida no dejó de regalarle al menos un instante de
felicidad. El placer en este caso tiene también un grado de fortaleza. En
cualquier hecho del que uno se sienta orgulloso es en el que debe apoyar la
pértiga para dar el gran salto adelante. “Dadme un punto de apoyo y moveré el
mundo”, dijo Arquímedes. Pero sucede que este mundo está a punto de romperse en
pedazos y no conviene moverlo más. Por un lado, ahí tienes a Donald Trump, un gañán de color calabaza que
gobierna el imperio con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, como un
Diocleciano hortera, a merced de los impulsos con su cerebro testicular. Por
otro, está Putin, ese chulángano de
cantina que se sienta siempre espatarrado como si los brazos de su poltrona
estuvieran más allá de las fronteras de Rusia. Este par de matones se han
puesto a jugar al tres en raya de una hipotética guerra nuclear, mientras
Europa busca en vano una silla para sumarse a la partida. Ante el peligro que
ofrece este perro mundo no cabe otra solución que la huida. Hay que ser muy
audaz y huir hacia dentro de uno mismo con la pértiga en la mano en busca de un
punto de apoyo para preservarse del lodazal de la política, de la basura
mediática, del ruido espantoso de este circo. Hasta el más desgraciado es capaz
de encontrar aquel momento de rebeldía en que dijo no, o en el que mereció un
placer con el que se siente recompensado. Fija en ese punto la palanca y salta.
Si este mundo no tiene arreglo, al menos habrás salvado la cara dejando toda
esa mierda atrás.