domingo, 15 de octubre de 2023

RUIDO IDEOLÓGICO

 


RUIDO IDEOLÓGICO

 

Sin conciencia (capacidad de darse cuenta) no hay comprensión.
Sin comprensión (entender) no hay motivación.
Sin motivación (energía) no hay acción.
Sin acción (actividad) no hay evolución.
“Ser es hacer”
 

No tenemos más que prestar un poco de atención a las noticias que nos difunden los medios de comunicación,   para ser más conscientes de lo difícil que es llegar a entendernos con nuestros semejantes y , a su vez, del  tremendo costo que acabamos pagando todos, unos más y otros menos, pero todos,  a consecuencia de esa falta de entendimiento. No creo necesario mencionar los múltiples conflictos que marcan nuestra vida diaria traducidos en guerras abiertas y los enormes costos de todo tipo, que se derivan de las mismas. 

Nos habla hoy Manuel Vicent en su columna, (¿Que pasará?) del futuro:

 "Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción planetaria". 

He escuchado,  durante los ataques israelíes sobre Gaza,  a varios palestinos entrevistados por los medios de comunicación decir que la situación en la que se encontraban les llevaba a envidiar a los muertos que les rodeaban. Ejemplo patético y realista de la  desesperación humana:

"Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles..."

Si le preguntamos a diversas personas por  las causas de este deplorable y pernicioso fenómeno tan extendido, y que nos impide entendernos y resolver los conflictos desde la racionalidad,  nos encontraríamos con una variada lista de causas y  motivos que nos impiden comprendernos. En mi opinión, una posible explicación podría ser la que sigue:    

Arrastramos un profundo déficit en el manejo de argumentos racionales.

Hay que reivindicar una racionalidad que nos permita vivir en la racionalidad y un humanismo que lleve a utilizar la racionalidad para mejorar la vida de todos.

Si te interesa el tema te invito a leer: 

RUIDO

https://neuroforma.blogspot.com/2023/05/ruido.html

 Por otro lado,   siempre estamos dispuestos a manifestarnos con un derroche de emociones,  a veces utilizadas para influir en nuestros escuchantes y, otras  veces,  para generar sentimientos de rechazo y distanciamiento de nuestros oyentes. En el mundo político tenemos incontables ejemplos de personajes que cada vez que salen hablando en los medios de comunicación, sobre todo en las televisiones (en las que adquiere toda su importancia el lenguaje no verbal)   acaban despertando, en los que escuchan, toda una gama de emociones negativas hacia ellos y en consecuencia hacia los partidos que representan. Lo sintetiza, en mi opinión muy bien,  un conocido mío que ante situaciones de este tipo concluye diciendo: "tú forma de ser me grita tanto al oído, que no me deja escuchar lo que dices".  

 


Liderar nuestras emociones es fundamental para dejar de ser víctimas de nosotros mismos.
 

En el primer caso el objetivo está claro e implícitamente adivinado: se trata de perseguir  objetivos personales (a veces no confesables) de forma más visible o camuflada, esperando que llegue la oportunidad que se ambiciona. En el segundo caso el objetivo es, sobre todo, marcar bien las diferencias con los  grupos diferentes no vaya  ser que, “los nuestros,” lleguen a identificarnos con “los otros” y echemos por la borda nuestras camufladas pretensiones de que nos toque la lotería de la “movilidad social” y nos convirtamos en un personaje “importante”. En este perverso juego, no solo vale el ruido ideológico y todo lo que este representa, sino el embarrado en el  fango en el que se ahogan muchos posibles votantes que se dejan llevar por las falacias acompañadas con  todo un cúmulo que recursos lingüísticos  retorcidos y engañosos que no tienen otro propósito que  confundir  a los oyentes, muchos de los cuales caen en la  degradación moral, votando a personas que defienden intereses muy alejados de los suyos.  Todo ello acompañado de un estilo bronco, rudo y altisonante más propicio para promover las emociones que movilicen e impulsen irreflexivamente a sus posibles votantes.   

 "Las cosas  cambian para peor, si no son cambiadas ¡para mejor! a propósito".

Alguien tendría que empezar por  explicarles, sobre todo a los políticos dogmáticos,  que la realidad no existe, que cada persona vive en su realidad construida subjetivamente: cada persona tiene un mapa distinto para interpretar el mundo. A continuación, seguir explicándoles que cuando defendemos nuestro punto de vista y nuestras opiniones, es propio de personas inteligentes hacerlo respetando las de los demás, dejando abiertas opciones a otras posibilidades. Si no lo hacemos así, generamos en los demás bloqueos o “resistencias”. Hablar haciendo juicios definitivos, hacer afirmaciones absolutas, genera tensión e incomodidad en nuestros interlocutores.

Cambiaría, sin duda, la política ¡a mejor! si cada uno de los políticos empezara diciendo su punto de vista con frases como las siguientes:

“En mi opinión...”; “A mi manera de ver...”; “Tal y como yo veo esta situación..." “Según mi experiencia...”. Esta forma de expresarnos no ayuda a no confundir nuestro punto de vista con la verdad.
 

Llegamos, ya hace tiempo,  a un punto en el que a nadie importa lo común, lo colectivo, lo de todos,  como punto de partida que nos permita dialogar generando la posibilidad de  convivir como personas civilizadas en un marco no inamovible sino cambiable, modificable, evolucionable, siempre que lleguemos a ello  a través del consenso de  los mecanismos constitucionales que nos hemos dado como españoles.

Hay que tener comprender y entender que hablamos a través de expresiones lingüísticas y que estas nos permiten llegar a consensos a través del diálogo,  si cumplen con lo siguiente, dejando de lado el fariseísmo y actitudes  propias del camaleón:

que estén  bien construidas de acuerdo con las leyes de la gramática; que contribuyan significativamente a nuestra vida social; que expresen nuestros pensamientos; que representen cosas o estados de hecho.

Llegaríamos de esta forma a generar “Ideas Fuerza” que nos hagan reaccionar, es decir, no sólo pensar lo que queremos hacer, sino hacerlo realmente. Hoy sabemos muchas cosas y hay multitudes de personas  que saben lo que tienen que hacer, pero no hacen lo que saben. Las ideas sin acción constituyen en la mayoría de las situaciones un mero onanismo mental. Ninguna idea tiene valor hasta que no es puesta en marcha. Pasar a la acción es lo que proporciona la posibilidad de paulatinamente irnos  acercarnos al cambio deseado, sin prisas,  pero también sin pausas,  para de esta forma ir construyendo nuestra propia identidad. Esto exige, necesariamente, tener respuesta a la pregunta: 

¿Qué queremos ser?

Identidad según el diccionario de la Real Académia Española: 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

 La máxima existencialista de “Ser es hacer” nos la explica de otra forma Sartre (Sartre, J. P. (2009). El existencialismo es un humanismo. Barcelona, España: Edhasa)  diciéndonos que “la existencia precede a la esencia”. Para él, lo que determina la esencia de la persona es justamente su existencia, más concretamente,  lo que este hace a lo largo de su vida, sus actos,  que acaban configurando el significado que ha tenido su  vida, a través de su autoimagen y del auto concepto que tiene de sí mismo. No hay nada que nos indique como debe ser un humano, primero tiene que existir y luego a lo largo de su vida se va definiendo aproximándose, cada vez más,   a la respuesta a la siguiente pregunta:

¿Quién soy yo?

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COLUMNA

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¿Qué pasará?

Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima

 MANUEL VICENT

15 OCT 2023 - 05:00 CEST

Antes el futuro tardaba mucho en llegar. Hasta hace poco el futuro era ese tiempo o ese espacio que siempre estaba más allá, como el horizonte inaprensible que se aleja a medida que tratas de alcanzarlo. Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción planetaria. ¿Qué pasará? Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles, una nueva pandemia que podría acabar con la humanidad en un par de días; una guerra nuclear a la vuelta de la esquina; un aerolito gigantesco que de pronto aparece en nuestras cercanías y que al principio los más optimistas confundirán con el planeta Venus; una sequía atroz que no cesará hasta que afloren en los pantanos todas las pistolas de asesinos ignorados y, como remate, la inteligencia artificial que por fin se va a apoderar del alma humana. ¿Qué pasará? Del mismo modo que en la ruleta el dedo del crupier impulsa la bola sobre los números del diablo y nadie sabe en qué cubículo, rojo o negro, par o impar, se va a posar, así en cada telediario se inicia la historia gobernada por el azar que puede decidir que el fin del mundo se produzca cualquier lunes a las ocho de la mañana. ¿Qué pasará? Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber, que lo mismo la puede pronunciar un profesor de Harvard que un labriego analfabeto sentado en una solana con la garrota entre las piernas. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima y unos creen que el fin del mundo se produce cada fin de semana y otros se preguntan si volverán las lluvias y habrá trufas y setas. ¿Qué pasará? Vete a saber. Toda la filosofía moderna, la ciencia, el arte y la política se debaten hoy entre esa pregunta y esta respuesta.

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