domingo, 15 de octubre de 2023

RUIDO IDEOLÓGICO

 


RUIDO IDEOLÓGICO

 

Sin conciencia (capacidad de darse cuenta) no hay comprensión.
Sin comprensión (entender) no hay motivación.
Sin motivación (energía) no hay acción.
Sin acción (actividad) no hay evolución.
“Ser es hacer”
 

No tenemos más que prestar un poco de atención a las noticias que nos difunden los medios de comunicación,   para ser más conscientes de lo difícil que es llegar a entendernos con nuestros semejantes y , a su vez, del  tremendo costo que acabamos pagando todos, unos más y otros menos, pero todos,  a consecuencia de esa falta de entendimiento. No creo necesario mencionar los múltiples conflictos que marcan nuestra vida diaria traducidos en guerras abiertas y los enormes costos de todo tipo, que se derivan de las mismas. 

Nos habla hoy Manuel Vicent en su columna, (¿Que pasará?) del futuro:

 "Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción planetaria". 

He escuchado,  durante los ataques israelíes sobre Gaza,  a varios palestinos entrevistados por los medios de comunicación decir que la situación en la que se encontraban les llevaba a envidiar a los muertos que les rodeaban. Ejemplo patético y realista de la  desesperación humana:

"Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles..."

Si le preguntamos a diversas personas por  las causas de este deplorable y pernicioso fenómeno tan extendido, y que nos impide entendernos y resolver los conflictos desde la racionalidad,  nos encontraríamos con una variada lista de causas y  motivos que nos impiden comprendernos. En mi opinión, una posible explicación podría ser la que sigue:    

Arrastramos un profundo déficit en el manejo de argumentos racionales.

Hay que reivindicar una racionalidad que nos permita vivir en la racionalidad y un humanismo que lleve a utilizar la racionalidad para mejorar la vida de todos.

Si te interesa el tema te invito a leer: 

RUIDO

https://neuroforma.blogspot.com/2023/05/ruido.html

 Por otro lado,   siempre estamos dispuestos a manifestarnos con un derroche de emociones,  a veces utilizadas para influir en nuestros escuchantes y, otras  veces,  para generar sentimientos de rechazo y distanciamiento de nuestros oyentes. En el mundo político tenemos incontables ejemplos de personajes que cada vez que salen hablando en los medios de comunicación, sobre todo en las televisiones (en las que adquiere toda su importancia el lenguaje no verbal)   acaban despertando, en los que escuchan, toda una gama de emociones negativas hacia ellos y en consecuencia hacia los partidos que representan. Lo sintetiza, en mi opinión muy bien,  un conocido mío que ante situaciones de este tipo concluye diciendo: "tú forma de ser me grita tanto al oído, que no me deja escuchar lo que dices".  

 


Liderar nuestras emociones es fundamental para dejar de ser víctimas de nosotros mismos.
 

En el primer caso el objetivo está claro e implícitamente adivinado: se trata de perseguir  objetivos personales (a veces no confesables) de forma más visible o camuflada, esperando que llegue la oportunidad que se ambiciona. En el segundo caso el objetivo es, sobre todo, marcar bien las diferencias con los  grupos diferentes no vaya  ser que, “los nuestros,” lleguen a identificarnos con “los otros” y echemos por la borda nuestras camufladas pretensiones de que nos toque la lotería de la “movilidad social” y nos convirtamos en un personaje “importante”. En este perverso juego, no solo vale el ruido ideológico y todo lo que este representa, sino el embarrado en el  fango en el que se ahogan muchos posibles votantes que se dejan llevar por las falacias acompañadas con  todo un cúmulo que recursos lingüísticos  retorcidos y engañosos que no tienen otro propósito que  confundir  a los oyentes, muchos de los cuales caen en la  degradación moral, votando a personas que defienden intereses muy alejados de los suyos.  Todo ello acompañado de un estilo bronco, rudo y altisonante más propicio para promover las emociones que movilicen e impulsen irreflexivamente a sus posibles votantes.   

 "Las cosas  cambian para peor, si no son cambiadas ¡para mejor! a propósito".

Alguien tendría que empezar por  explicarles, sobre todo a los políticos dogmáticos,  que la realidad no existe, que cada persona vive en su realidad construida subjetivamente: cada persona tiene un mapa distinto para interpretar el mundo. A continuación, seguir explicándoles que cuando defendemos nuestro punto de vista y nuestras opiniones, es propio de personas inteligentes hacerlo respetando las de los demás, dejando abiertas opciones a otras posibilidades. Si no lo hacemos así, generamos en los demás bloqueos o “resistencias”. Hablar haciendo juicios definitivos, hacer afirmaciones absolutas, genera tensión e incomodidad en nuestros interlocutores.

Cambiaría, sin duda, la política ¡a mejor! si cada uno de los políticos empezara diciendo su punto de vista con frases como las siguientes:

“En mi opinión...”; “A mi manera de ver...”; “Tal y como yo veo esta situación..." “Según mi experiencia...”. Esta forma de expresarnos no ayuda a no confundir nuestro punto de vista con la verdad.
 

Llegamos, ya hace tiempo,  a un punto en el que a nadie importa lo común, lo colectivo, lo de todos,  como punto de partida que nos permita dialogar generando la posibilidad de  convivir como personas civilizadas en un marco no inamovible sino cambiable, modificable, evolucionable, siempre que lleguemos a ello  a través del consenso de  los mecanismos constitucionales que nos hemos dado como españoles.

Hay que tener comprender y entender que hablamos a través de expresiones lingüísticas y que estas nos permiten llegar a consensos a través del diálogo,  si cumplen con lo siguiente, dejando de lado el fariseísmo y actitudes  propias del camaleón:

que estén  bien construidas de acuerdo con las leyes de la gramática; que contribuyan significativamente a nuestra vida social; que expresen nuestros pensamientos; que representen cosas o estados de hecho.

Llegaríamos de esta forma a generar “Ideas Fuerza” que nos hagan reaccionar, es decir, no sólo pensar lo que queremos hacer, sino hacerlo realmente. Hoy sabemos muchas cosas y hay multitudes de personas  que saben lo que tienen que hacer, pero no hacen lo que saben. Las ideas sin acción constituyen en la mayoría de las situaciones un mero onanismo mental. Ninguna idea tiene valor hasta que no es puesta en marcha. Pasar a la acción es lo que proporciona la posibilidad de paulatinamente irnos  acercarnos al cambio deseado, sin prisas,  pero también sin pausas,  para de esta forma ir construyendo nuestra propia identidad. Esto exige, necesariamente, tener respuesta a la pregunta: 

¿Qué queremos ser?

Identidad según el diccionario de la Real Académia Española: 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

 La máxima existencialista de “Ser es hacer” nos la explica de otra forma Sartre (Sartre, J. P. (2009). El existencialismo es un humanismo. Barcelona, España: Edhasa)  diciéndonos que “la existencia precede a la esencia”. Para él, lo que determina la esencia de la persona es justamente su existencia, más concretamente,  lo que este hace a lo largo de su vida, sus actos,  que acaban configurando el significado que ha tenido su  vida, a través de su autoimagen y del auto concepto que tiene de sí mismo. No hay nada que nos indique como debe ser un humano, primero tiene que existir y luego a lo largo de su vida se va definiendo aproximándose, cada vez más,   a la respuesta a la siguiente pregunta:

¿Quién soy yo?

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COLUMNA

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¿Qué pasará?

Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima

 MANUEL VICENT

15 OCT 2023 - 05:00 CEST

Antes el futuro tardaba mucho en llegar. Hasta hace poco el futuro era ese tiempo o ese espacio que siempre estaba más allá, como el horizonte inaprensible que se aleja a medida que tratas de alcanzarlo. Pero hoy el futuro se vive como una catástrofe inminente que se acerca con la amenaza de caernos encima convertido en un arma de destrucción planetaria. ¿Qué pasará? Esta es hoy la pregunta reiterativa, mezcla de terror y curiosidad, que el ciudadano se hace a sí mismo ante la inquietante baraja abierta a todas las desgracias posibles, una nueva pandemia que podría acabar con la humanidad en un par de días; una guerra nuclear a la vuelta de la esquina; un aerolito gigantesco que de pronto aparece en nuestras cercanías y que al principio los más optimistas confundirán con el planeta Venus; una sequía atroz que no cesará hasta que afloren en los pantanos todas las pistolas de asesinos ignorados y, como remate, la inteligencia artificial que por fin se va a apoderar del alma humana. ¿Qué pasará? Del mismo modo que en la ruleta el dedo del crupier impulsa la bola sobre los números del diablo y nadie sabe en qué cubículo, rojo o negro, par o impar, se va a posar, así en cada telediario se inicia la historia gobernada por el azar que puede decidir que el fin del mundo se produzca cualquier lunes a las ocho de la mañana. ¿Qué pasará? Ante esta pregunta solo hay una respuesta certera, vete a saber, que lo mismo la puede pronunciar un profesor de Harvard que un labriego analfabeto sentado en una solana con la garrota entre las piernas. Lo único cierto es que el futuro se nos ha echado encima y unos creen que el fin del mundo se produce cada fin de semana y otros se preguntan si volverán las lluvias y habrá trufas y setas. ¿Qué pasará? Vete a saber. Toda la filosofía moderna, la ciencia, el arte y la política se debaten hoy entre esa pregunta y esta respuesta.

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domingo, 1 de octubre de 2023

DAGUERROTIPOS DE MANUEL VICENT

 


DAGUERROTIPOS DE MANUEL VICENT


El domingo pasado (24-09-2023) publiqué, como casi todos los domingos en mi blog, el artículo de rigor que  titulé ‘PURA IMPOSTURA’ y que comencé de la siguiente forma:  

Para contextualizar la columna de hoy de Manuel Vicent  invito a leer una Tribuna  muy antigua pero muy ilustrativa:

 Felipe y la computadora

https://elpais.com/diario/1982/10/30/espana/404780428_850215.html

En los comentarios que los lectores hacemos sobre el artículo, que previamente leemos, varias personas me dieron las gracias por acordarme de  algo escrito por Manuel Vicent  en el año 1982 y que efectivamente contextualiza muy bien, a mi juicio, la evolución del personaje. Esta es la razón por la que hoy copio y pego, más abajo, el artículo  completo que en su día escribió Manuel Vicent. Su gran sabiduría, que siempre le caracterizó, se pone de manifiesto, una vez más, aquí, a través de su capacidad de predecir (pre + decir: lo que ha dicho previamente), la evolución del personaje, dándonos a sus lectores toda una lección de geopolítica de la época. 

Puede que Felipe Gonzalez,  en sus inicios,  estuviera convencido de que el fin del ordenamiento político, en un  Estado de derecho tiene como fin  proteger a los débiles de los más fuertes. Lo que sí no admite dudas es que el  neoliberalismo y la globalización  se ocupan de aumentar la riqueza de los muy ricos  privatizando  los beneficios y socializando  las pérdidas sin  olvidarse de repartir las oportunas  prevendas  con  personajes  que superen sin tropiezos la necesaria  domesticación que era supervisada por "el  señor gordito de Nueva York" y que describe magistralmente Manuel Vicent:  

-Lo queremos totalmente suave.

-¿Más todavía?

-Nada de marxismo.

-Eso se arregló hace dos años.

-Que venda ética. Sólo ética.

-¿Como si fuera un jabón de tocador?

-Exacto. 

A muchos nos engañó el Sr. Gonzalez con su chaqueta de pana y con su  dialéctica de encantador de serpientes, diciéndonos, en aquel entonces, exactamente lo que nos gustaba oír, con lo que no nos quedaba otra postura que la de estar de acuerdo con él. La gran pregunta es la siguiente:

 ¿Era el Sr. Gozalez como se manifestaba o hacía simplemente una representación  teatral perfecta?


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Comparto hoy el artículo completo por si a alguíen no le abre el enlace

TRIBUNA

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Felipe y la computadora

 

MANUEL VICENT

30 OCT 1982 - 00:00 CET

Hacía más de un año que en la planta 72 de aquel rascacielos de Nueva York la computadora estaba funcionando, conectada directamente con otro ordenador instalado en un despacho del Pentágono en Washington. Las dos máquinas formaban triángulo con un condensador de órdenes en la cancillería de Bonn y entre ellas se mandaban impulsos electrónicos con un diálogo cifrado que, traducido en plata, venía a decir:-Un joven andaluz, vestido de pana progresista, anda por España vendiendo ética como si fuera jabón fino de tocador.

-¿Qué hacemos con él?

-Parece buen chico, fuma puros y cree en la bondad universal.

-¿Nada más?

-También juega a la petanca los domingos en Miraflores.

-Que siga.

En aquella planta 72 del rascacielos de Nueva York habita un dios rubio que come palomitas de maíz, asomado al ventanal ahumado. Desde allí divisa La Meca rodeada de pollinos cargados con cajas de caca colas, controla la espuela vengativa de Pinochet o Ia gomina del bigote del último general argentino, regula la tripa llena de oscuros humores del judío Ariel Sharon y le cambia los pañales al heredero de un jeque del desierto. Cualquier madre patria nace en este piso 72 del rascacielos de Nueva York, donde ahora mismo está sentado en la poltrona ese dios gordiflón y geopolítico, que picotea palomitas de maíz en un cucurucho mientras acaricia con la diestra, blanda y anillada, un globo terráqueo. La madre patria arranca de su mesa y pasa por las Azores, seguida de cerca por la VI Flota, se adentra en Portugal, cruza la Península Ibérica, se va por Italia hacia Grecia y Turquía con un ramal en dirección a Arabia, atraviesa Pakistán, India, Australia y Japón. Allí le espera la VII Flota, con más acorazados. Y así hasta dar la vuelta al mundo para volver a la planta 72 del rascacielos de Nueva York y caer en el cucurucho de palomitas del regazo de ese señor gordito en forma de dividendos, que son los únicos valores eternos cotizados en la Bolsa de Wall Street. El triángulo de computadoras se envía entre sí latidos de rayos láser con interrogantes herméticos.

-¿Cree usted que ese tal Felipe González lo sabe?

-Con toda seguridad.

-Procure que no se salga de la ética.

-No hay peligro. El chico está bien aleccionado.

-¿Quién se ha encargado de eso?

-Nuestro criado, el señor Willy Brandt.

-Okey.

En cambio, hay todavía muchos patriotas. Son precisamente aquellos que no se han enterado de que la patria sólo es un oleoducto y andan por ahí dando palos de ciego con el bate de béisbol en busca de un salvador de opereta. Pero el Gobierno no es más que una estación de seguimiento, la Moncloa o Robledo de Chavela, gestores del paso de las multinacionales o de una cápsula espacial por un determinado territorio de la geopolítica. Existe un piloto automático. No hay que tocar nada. En cierto modo, gobernar consiste en hacer alguna leve corrección de vuelo y vigilar la posición correcta de las agujas o las señales luminosas del panel.

-Júrame que Felipe González lo sabe.

-Te lo juro. El sólo habla de moral.

-¿Y eso qué es?

-La moral es un aceite refinado que sirve para que funcione bien la máquina del capitalismo.

-Me quitas un peso de encima.

Los políticos se dividen en dos: los que saben que la patria ha muerto y los que aún lo ignoran. Franco no lo supo hasta 1959, cuando se lo contó Ullastres en una cacería. Déjese de autarquías, excelencia, y abra los lindes de su finca a Persil activado, Avón llama a su puerta, ding-dong. Franco, que fue el primer antipatriota, con las virtudes menores del olfato muy desarrolladas, cayó en la cuenta en seguida. A partir de entonces se decide a disparar contra todo lo que se movía: rebecos, demócratas, perdices, masones, conejos, rojos, ciervos, cachalotes, palomas de correos y a echar un vistazo cada trimestre al piloto automático, dirigido ya desde aquella planta de Nueva York.

En aquel tiempo Felipe González era un muchacho de ceño concentrado, que estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. Tenía esa pureza de sangre, un poco ruda, que se deriva del pueblo llano. Ya se sabe. Otros se dejaban la piel a tiras en la clandestinidad más dura, los comunistas eran piezas muy cotizadas y recibían las patadas directamente en el paquete intestinal o en la otra bolsa que pende un poco más abajo, y en los sótanos de la tortura se entraba por riguroso escalafón, se exigía mucho protocolo para subir al potro. Pero había también otra clase de oposición, no demasiado subterránea. Era aquella leva de estudiantes rebeldes, con pantalón de pana rayada y matinal de cineclub, lectores de Antonio Machado, que husmeaban la trastienda de las librerías buscando La peste, de Albert Camus, aquellos que un día adoptaron el acto heroico de dejarse barba inconformista.

Unos rojos un poco dulces

Ellos también jugaban con una multicopista secreta, fabricaban panfletos, y corrían delante de los guardias. Eran unos rojos un poco dulces, muy inofensivos, aunque apaleados igualmente en las algaradas por la libertad. Llevaban una pastoral censurada en el bolsillo, redactaban manifiestos, firmaban cartas de protesta y ejercían el marxismo sólo como hipótesis de trabajo. Podría decirse que se sentían casi felices bajo los golpes. Después de una carga policiaca, ellos se refugiaban en una tasca para enumerarse entre sí las leves moraduras con la vanidad de la herida y narraban hermosas historias de martirio, que siempre les sucedían a otros.

-A un amigo mío le han puesto electrodos en los testículos.

-¡Qué horror!

-Y a un auxiliar de Sociología lo han ahogado en la bañera.

-No sigas.

-A un delegado de la Perkins le han partido la espina.

-¿Qué van a tomar?

-Traiga un vino con una ración de boquerones.

-Marchando.

Cuando la democracia rompió aguas apareció el rostro de Felipe González. Tenía una pinta de macho sureño, con la nariz pellizcada hacia arriba y el hocico inflamado, la ceja espesa, el antebrazo peludo, una nobleza de novillo en la mirada y esa forma de hablar según la escuela andaluza, que utiliza un tono medio para decir verdades suaves, pero a medias, con una melodía pegadiza como una canción de verano, agradable de oír y fácil de tragar si se ayuda con un rosado clarete. Entonces el socialismo no era nada. Sólo una marca comercial que había prescrito en el registro político y un sentimiento difuso de bondad en la calle. El rostro de Felipe González sintetizó muy pronto esa pasión colectiva. Y después de algunos meses de mercado ya se podía afirmar sin error que el socialismo era sólo él.

Alrededor de su imagen comenzaron a aglutinarse aquellos muchachos de pana y cineclub, los penenes- de barba y jersey de punto gordo, las chicas de poncho peruano, oficinistas rebeldes, funcionarios cabreados, técnicos que entendían de resistencia de materiales y habían leído a Neruda, mujeres de clase media que lo encontraban hermoso, e incluso obreros con nevera y lavaplatos, aparte de la nostalgia de cuantos oyeron contar a sus padres la guerra desde el otro bando. Pero el primer problema nacional consistía en dilucidar la famosa alternativa, o sea, si realmente Felipe era más guapo que Adolfo Suárez. Cada uno «tenía sus partidarios, según gustos, entre la belleza de un pillete de billar o el atractivo de un cortijero agreste. Así estaban las cosas.

Era un gozo supremo ver a esta pareja durante el entreacto de una sesión parlamentaria en el ángulo oscuro de un salón. Felipe y Adolfo componían la escena política del sofá, se musitaban amores y cuitas, tú me das un pedazo de ética y yo te doy un trozo de consenso, todo iluminado por los relámpagos de los fotógrafos. Pero eso sucedía en los momentos más bellos, porque el amorío establecido entre los dos galanes estaba sujeto a una corriente alterna con algún chispazo que fundía los plomos. A veces se sonreían mutuamente, como diciendo: somos jóvenes y hermosos, somos los amos del cotarro, este asunto hay que arreglarlo entre amigos, aunque a la semana siguiente se miraban como si ambos estuvieran solos en medio de la plaza del poblado, la mano tentando la culata, atentos a cualquier gesto sospechoso, para que todo el mundo pudiera comprobar quién era más rápido. Era una ficción del Oeste.

El señor gordito de Nueva York ha tenido la ficha técnica de Felipe González todo el año sobre su mesa y en ella ha ido anotando las sucesivas correcciones. Si un día este muchacho tan puro podía quitarle la sardina de la boca a la derecha española, había que pulirlo un poco más. A veces apretaba el botón de la computadora, unida a otro ordenador del Pentágono, y en el condensador de órdenes instalado en la cancillería de Bonn los dígitos, salían en pantalla con la última voluntad del amo.

-Lo queremos totalmente suave.

-¿Más todavía?

-Nada de marxismo.

-Eso se arregló hace dos años.

-Que venda ética. Sólo ética.

-¿Como si fuera un jabón de tocador?

-Exacto.

Últimamente te levantas de la cama y, de repente, te encuentras con un día histórico. El 28 de octubre ha sido la fecha señalada desde hace siglos para que alcancen su sueño de oro aquellos chicos que jugaban con la multicopista, leían a Machado, vestían zamarra y bufanda de barrio latino, asistían a la matinal de cineclub y llevaban a una novia, con los dedos manchados de bolígrafo, a ver la película Nueve cartas a Berta. La mañana era radiante y había un sol románico sobre las hojas de otoño, con todos los ruidos cotidianos: se oyó al tendero levantar el cierre a las nueve, el tintineo de las botellas de leche sonó en el rellano a la hora justa, el alarido del chatarrero, que compra colchones y hierro viejo, pasó con el pollino sorteando los atascos de coches. Los gritos rituales con que se animan las primeras luces se habían producido a su debido tiempo. La calzada estaba llena de papeles con todos los augurios políticos. Fue el día en que, después de mil años, a la derecha española se le cayó la sardina de la boca. La llevaba entre los dientes desde el tiempo de Recaredo y se la ha arrebatado un chico de pana, que juega a la petanca los domingos en Miraflores.

A Felipe González se le veía en el cartel con los ojo! soñadores bajo el entrecejo obstinado mirando un horizonte incierto, lleno de cacerolas. Había sido vendido como un producto moral según las técnicas más sofisticadas del mercado, el hijo de un lechero sevillano convertido ahora en símbolo de honestidad. En las paredes de la ciudad había más carteles con la imagen de otros políticos junto a las vallas publicitarias de nuestra patria verdadera. Fraga y la Westinghouse, Felipe y la Standard, Carrillo y la Philips, Landelino Lavilla y Persil activado, Adolfo Suárez y Unilever. El ciudadano se ha puesto en la cola del colegio electoral. Después de una breve espera se ha metido detrás de unas cortinas de ducha donde había un taburete para pensar, pupitre para escribir y un estante con las papeletas de su destino. Se ha limitado a votar por el aire puro.

El dios gordito de Nueva York ha pulsado otra vez la computadora, conectada con el Pentágono, y ha mandado las últimas señales a Bonn.

- Recuérdenle a ese muchacho cuál es su papel.

-Felipe ya lo sabe.

-Aquí manda la máquina. Que se entere bien.

-Okey.

-Lo suyo es la moral.

Felipe González ha sido invitado por el dios gordito a sentarse frente al piloto automático en una pequeña terminal de Occidente. Sólo tendrá que vigilar las agujas y poner un poco de ética, a modo de aceite, para que la máquina funcione con más suavidad. Pero en este país la ética simple aún puede ser revolucionaria.

SOBRE LA FIRMA

 

Manuel Vicent

Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.


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COLUMNA

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Audacia

La buena racha en el juego es un viento que pasa. Hay grandes partidas de póquer que las gana el que aguanta más tiempo sin levantarse de la mesa a mear

 

MANUEL VICENT

01 OCT 2023 - 05:00 CEST

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Adolfo Suárez fue aquel político a quien los franquistas llamaban traidor, la derecha culta lo tenía por analfabeto, los socialistas lo calificaban de tahúr de Misisipi y los comunistas, salvo Carrillo que intuyó su coraje, lo despreciaban por arribista. Adolfo Suárez es el que hoy da nombre al aeropuerto de Barajas y con él podría compartir Pedro Sánchez, junto con la audacia, la granizada de insultos que recibió durante su mandato. En su tiempo el político más zaherido fue Azaña y después, por este orden, Suárez, Felipe González, Zapatero y Rubalcaba, pero a la hora de acopiar agravios no hay quien bata el récord que ostenta Pedro Sánchez. No es ningún misterio. Sentado a la mesa de póquer, Sánchez ya lleva tres partidas ganadas. La primera la ganó cuando, después de dimitir de secretario general y renunciar a su escaño, recorrió España en busca de los militantes del partido y con el veredicto favorable de la base derrotó a la vieja guardia. La segunda fue el envite por sorpresa con que se jugó el resto a una carta al plantear la moción de censura al Gobierno del Partido Popular con una disyuntiva inapelable, sí o no, frente a la corrupción. La tercera ha sucedido después de la derrota del Partido Socialista en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. Apenas dejó que el Partido Popular gozara de su victoria. En un quiebro inesperado, dio por terminada la legislatura y convocó elecciones generales, que, por cierto, las volvió a ganar para poder formar gobierno. Ese rasgo de audacia de Pedro Sánchez es similar al peligro con que Suárez gobernaba siempre al borde del abismo. Por talante son los políticos que más se parecen. Ahora comienza su jugada frente a los independentistas catalanes. La buena racha en el juego es un viento que pasa. Hay grandes partidas de póquer que las gana el que aguanta más tiempo sin levantarse de la mesa a mear.

 

 

  

 

 

 

domingo, 24 de septiembre de 2023

PURA IMPOSTURA

 


 Para contextualizar la columna de hoy de Manuel Vicent  invito a leer una columna muy antigua pero muy ilustrativa:

 Felipe y la computadora

https://elpais.com/diario/1982/10/30/espana/404780428_850215.html

 

PURA IMPOSTURA


"LLAMAR LA ATENCIÓN A TODA COSTA: Todo se juzga por la apariencia; lo que no se ve no tiene valor. Por lo tanto, no es bueno perderse entre la muchedumbre ni quedar en el olvido. Hay que destacar. Llamar la atención a toda costa. Hay que convertirse en un imán que atrae la atención porque parece más grande, más colorido, más misterioso que las masas tímidas y blandas.

 Cuando se está en una mala situación, con pocas posibilidades de llamar la atención, un truco muy eficaz es atacar a la persona más visible, más famosa  y con más poder que se pueda encontrar".

'Las 48 leyes del poder'  (bestseller internacional),  Robert Greene  anuncia la ley 6 “Llamar la atención a toda costa”. 


Se ha podido ver, esta semana que termina, la fotografía  en muchos medios de comunicación de  Felipe González y Alfonso Guerra presentando el libro de Guerra en el Ateneo de Madrid. Ya es difícil ver a estos dos personajes juntos  pero, lo relevante,  no es lo que se ha podido ver sino lo que se ha escuchado salido de sus respectivas bocas.

No podemos ubicar sus palabras en ninguno de los odios de los que nos habla Manuel Vicent: ni en el teológico,  ni en el de eruditos y científicos, ni mucho menos en el que tiene lugar entre poetas; posiblemente ninguno de los dos hayan sentido, en toda su larga vida,  la “emoción estética”. La cualidad del sentir de ambos, no da para tanto: los juicios que hacemos sobre lo estético correlacionan con nuestros juicios intelectuales. Nunca se le ha reconocido al Sr. González  altura intelectual. Sí  pretendía tenerla el Sr. Guerra, pero a estas alturas ya sabemos que era una pura impostura.

Ambos disimularon en sus inicios  políticos que no les interesaba el dinero. Ambos adoraron siempre al becerro de oro y ahora ya no lo disimulan exhibiendo su vida de lujo.

“Este país viene de una larga pobreza y de un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el resentimiento y en el cabreo político. Se trata de ese secreto placer que a unos viejos políticos, que fueron insignes en otro tiempo, hoy descatalogados, les produce el que un joven líder de su mismo partido acabe siendo derrotado.” Manuel Vicent

 Hay resentimientos breves, de corta duración y resentimientos duraderos. En el primer caso estamos ante una emoción que forma parte de las que se relacionan con la ira.  En el segundo caso, cuando dura mucho tiempo, a veces toda la vida, estamos ya hablando de otra cosa. Algunas  lacras sociales, algunos dramas personales, algunas patologías  mentales, tienen sus raíces en el resentimiento de largo alcance. Grandes  obras de la literatura y de la historia y personajes famosos,  se construyeron a partir del   resentimiento.  Está pues presente en el trascurrir de la vida diaria, y también, en grandes acontecimientos históricos.

El coctel del resentimiento, con todos y cada uno de sus ingredientes, es una mezcla que nos “emborracha”, nubla nuestro raciocinio no facilitándonos una vida saludable. Tiene un alto coste emocional y físico para quien lo lleva encima impidiéndole sentirse libre, con la sensación de que controla su vida, con proactividad y sentido de logro. Va por la vida sintiéndose víctima con todos los sentimientos negativos que ello conlleva.

En cuanto a la envidia, que era definida por Santo Tomás de Aquino, en su Suma de Teología como “tristeza de los bienes ajenos y que  el mismo Santo Tomás  nos dice que solamente se da envidia de aquellos con los que el hombre quiere igualarse o aventajarles en gloria”, según nos señala el psiquiatra Castilla del Pino,  no se da en todo resentimiento.

Si te interesa el tema puedes leer:

¿INDIGNADOS O RESENTIDOS? (2)

https://neuroforma.blogspot.com/2017/06/cambio-depreguntas-4-cambiar-de.html

En otros  muchos resentimientos sí está presente la envidia, si bien son procesos diferentes. El envidioso busca disminuir la gloria ajena y tiene la esperanza de que en un futuro lo logrará y conseguirá el desprestigio público del envidiado. El resentido no tiene esperanza de lograr nada, se ve impotente ante lo que le sucede.

Sobre  la lealtad de estos dos personajes no vamos a extendernos, simplemente decir que se visualiza la auténtica lealtad cuando las cosas van mal, en las adversidades. Estamos ahora mismo en un contexto muy propicio para poner a prueba el nivel e intensidad de Lealtad que tenemos. Si nos damos cuenta que la cosa pinta fatal, de que la lealtad no está ni se la espera, lo importante es no caer en el optimismo de pandereta y sus recetas, que no harán otra cosa que mirar para otro lado y tratar de enmascarar la realidad.

 

Si te interesa el tema puedes leer:

LOS seis PILARES de la MORAL - 7: LEALTAD-2

https://neuroforma.blogspot.com/2020/05/los-seis-pilares-de-la-moral-7-lealtad-2.html


 Ambos personajes (entes ficticios) se han convertido en dos propagandistas de PP que lo único que logran es incrementar la cohesión del PSOE en torno a  la persona sobre la que canalizan su resentimiento, sobre Pedro Sánchez, el cual con la ayuda de estos dos personajes, más algunos otros,  gobernará cuatro años más.



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Un sucio calzón

Este país viene de una larga pobreza y de un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el resentimiento y en el cabreo político

 

MANUEL VICENT

24 SEPT 2023 - 05:00 CEST

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El alma humana exuda tres clases de odios extremadamente puros. El más acendrado, el que más sangre ha provocado a lo largo de la historia es el odio teológico. La religión ha ido unida innumerables veces a la daga, a la horca, a la hoguera, a la guerra a degüello, todo en nombre de Dios. En segundo lugar, está el odio entre eruditos y científicos, que lleva a despreciar públicamente el trabajo de investigación de otros colegas, pese a que en esa labor hayan quemado su vida. Esa rivalidad intelectual no produce tantos estragos como causa la fe con sus sectas y herejías, pero inunda de pasiones envenenadas las cátedras y los laboratorios. Finalmente está el odio entre poetas, que nace de una distinta emoción estética y no va más allá del encono y maledicencia en alguna tertulia. Estos tres odios son muy desinteresados, solo buscan el reconocimiento, en ellos el dinero no cuenta para nada. En un estrato más superficial del alma, el odio se transforma en envidia e involucra a escritores, artistas, profesionales y políticos cuyo éxito en su profesión repercute directamente en la cuenta corriente o en la fama y la popularidad. La envidia es el dolor o enojo que produce el bien ajeno, un vicio, según parece, genuinamente español. Aunque, bien mirado, lo nuestro no es la envidia, que algunas veces puede provocar una sana emulación, sino el resentimiento, una de sus facetas más tenebrosa, que consiste en alegrarse del mal ajeno. Este país viene de una larga pobreza y de un secular rencor en su lucha a muerte por una miserable sardina, que hoy se traduce en el resentimiento y en el cabreo político. Se trata de ese secreto placer que a unos viejos políticos, que fueron insignes en otro tiempo, hoy descatalogados, les produce el que un joven líder de su mismo partido acabe siendo derrotado. Así es el alma española puesta a secar como un sucio calzón en un tendedero.