domingo, 29 de julio de 2018

¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?





¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?




“Las cosas cambian para peor espontáneamente
si no son cambiadas para mejor a propósito”.Francis Bacón






La perspectiva moderna sostiene que la humanidad  evoluciona a través de un proceso lineal,   en el cual las formas de ser, saber y actuar se van perfeccionando. Así, desde esta perspectiva podemos describir la historia de la humanidad como un constante progreso logrado mediante la desaparición de las formas de ser, saber y actuar menos perfeccionadas y apareciendo unas más perfectas, superiores y mejoradas.

Sin duda es una perspectiva equivocada. Desde una perspectiva postmoderna,  que mira más allá del progreso,  se sostiene que la anterior no tiene ninguna validez ni legitimación objetiva alguna.


Siempre puede aparecer, de forma aleatoria, algún elemento capaz de desestabilizar lo que existe en un tiempo dado,  y crear formas de ser, saber y actuar inferiores a las que ya había.


Estos episodios de involución, quitan la razón al enfoque moderno y su idea teleológica de la evolución de la sociedad, y da la razón  a la perspectiva postmoderna.

 Los propósitos o fines que se buscan no son siempre los mejores para la sociedad en general.
 

La columna de Vicent en el País del domingo de hoy, nos invita a imaginar
Leer:
Imagina
En ese extraño país la democracia parece estar tutelada aun por ese dictador desde su tumba


sábado, 28 de julio de 2018

EL PODER DEL DINERO





EL PODER DEL DINERO



 

“Habrá un periodo en el que solo los más ricos podrán pagar los nuevos fármacos contra el cáncer” Antoni Ribas

 


EL PODER DEL DINERO


La ciencia, de la que decimos que no genera verdades absolutas, sino “verdades provisionales”,  no cree en los dogmas,  pero,  si cree en el dinero. Esta última creencia, cuya consecuencia directa es la mercantilización de la misma, genera unos efectos perversos y dañinos de gran alcance.

El saber positivo y objetivo que de ella salía, se está convirtiendo en sospechoso  de no buscar  ya, ni de ofrecer, una imagen objetiva del mundo y la realidad tal  y como esta es.

La ciencia ya no genera un saber neutro y desinteresado. Su fin ya no es buscar la descripción objetiva de lo que ocurre, sino manipular en función de  los intereses económicos que la promueven.

Lyotard, en su obra ‘La condición postmoderna’, se pregunta: 

¿quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir?

El saber canalizado a la obtención de plusvalía,  genera efectos como el  que se señala en el artículo que adjunto:

Leer:
 “Habrá un periodo en el que solo los más ricos podrán pagar los nuevos fármacos contra el cáncer”

El saber se mercantiliza al mismo tiempo que se privatiza. Se cambian las reglas de juego de la ciencia, en el sentido de que el saber ya no es apreciado en sí mismo; ya no es distribuido públicamente de tal forma que todos podamos tener acceso  al mismo; solamente se investiga aquello que prometa generar rentabilidad.

 Desde un enfoque propio de un optimista funcional (contrario al optimismo de pandereta) creo que  los nuevos eslóganes    que ya están  en buena medida implantados  son,   y serán  cada vez más,  los  siguientes:

“EL saber para quién pueda pagarlo”


“Los avances que proporcione la ciencia para quienes puedan comprarlos”



domingo, 22 de julio de 2018

Cuando la ESTÉTICA influye más que la ÉTICA




Cuando la ESTÉTICA  influye más que la ÉTICA.




Nicolás Maquiavelo titula el capítulo XIV de su obra El Príncipe” así: DE LAS OBLIGACIONES DEL PRÍNCIPE EN LO CONCERNIENTE AL ARTE DE LA GUERRA.
Nos dice, en este capítulo,  que lo que se espera del que manda es que se dedique, en cuerpo y alma, a cultivar el arte de la guerra. Es de tanta utilidad ésta, que ya “no solamente mantiene en el trono a los que nacieron príncipes, sino que también hace subir con frecuencia a la clase de hombres de condición privada. Por una razón opuesta, sucedió que varios príncipes, que se ocuparon más de las delicias de la vida que en las cosas militares, perdieron sus Estados”.

Hoy, los que mandan parece que para llegar al poder y mantenerse en él, lo que prima es que sean guapos y jóvenes. Muchos votantes confundes ambos términos y  creen que la ética trata de lo bello y lo feo, y que la estética se ocupa de discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo permitido y lo que  no, en lo referente a una acción o a una decisión, es decir, aclarar lo que nos conviene como especie y sociedad.  

Nos dice Manuel Vicent en su colunma en el Pais de hoy, que  “Si un político no sabe enfrentarse a este pequeño problema que tiene su cabeza por fuera (una incipiente calvicie), no esperes que pueda resolver los que tenga por dentro su cerebro y menos los de todo un país a la hora de gobernar”.

¿Nos irá mejor con gobernantes  bien parecidos físicamente y desconocedores de la moral,   que con gobernantes que se rigen por códigos éticos?

 Leer: 

Al pelo

https://elpais.com/elpais/2018/07/20/opinion/1532099156_823417.html






domingo, 15 de julio de 2018

LA UTILIDAD DE LOS PARADIGMAS CIENTÍFICOS





LA UTILIDAD  DE LOS  PARADIGMAS CIENTÍFICOS




En cursos, conferencias, charlas y foros varios, se utiliza con profusión el término de “Paradigma”. Cada uno lo explica y aplica a su manera, en función del contexto en el que se ubica.

Fue el gran filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn, el que lo utilizó en su obra “La estructura de las revoluciones científicas”. Lo cierto es que como el término no gustó a los críticos, que lo etiquetaron de excesivamente vago y esquivo, posteriormente lo sustituyó por el de “matriz disciplinaria”.

Kuhn sostuvo que la ciencia avanzaba a través de dos fases totalmente diferentes la una de la otra. Hay un periodo, que él llama de “ciencia normal”, y un periodo que él denomina de “ciencia revolucionaria”.

Así, por ejemplo, si nos referimos a la astronomía, el periodo de ciencia normal que desarrollo la astronomía ptolemaica o geocéntrica duró dos mil años, desde el siglo V a.C. hasta mediados del siglo XV. Posteriormente el periodo de ciencia revolucionaria, desterró la idea de que la tierra permanecía fija en el centro del universo y que todos los astros, sol incluido, giraba en círculos alrededor de ella. 

Después de un periodo de ciencia revolucionaria, que costó a algunos grandes sacrificios (recordemos a Galileo), hoy aceptamos, como verdad científica,  la astronomía heliocéntrica, es decir, fue desterrado el paradigma anterior y reemplazado por el nuevo paradigma.

Kuhn decía que hay cuatro elementos que componen un paradigma (generalizaciones simbólicas, modelos, valores normativos, ejemplares).
El elemento denominado valores normativos trata de criterios de valoración que los investigadores utilizan para evaluar las teoría y los resultados empíricos que la ciencia consigue. Utiliza tanto criterios internos a la propia ciencia, como externos a la misma y,  entre estos, 

utiliza parámetros que valoran la utilidad social y económica de la teoría propuesta y también, la compatibilidad de la teoría con determinadas concepciones ideológicas, metafísicas o incluso religiosas aceptadas por la comunidad.

La columna  de Manuel Vicent  publicada hoy, como todos los domingos en  El País, termina así:

“Quim Torra, acompañado de otros viajeros anónimos, volvió por la tarde en el AVE a Barcelona y aunque fuera había un sol radiante él solo veía sombras a través de la ventanilla, pero el convoy iba hacia Cataluña como una lanzadera de telar fabricando con los sueños y las pasiones de los pasajeros un recio tejido vital que no se podrá rasgar sin tragedia”.





Yo,  leyendo a Vicent,  me preguntaba si sería útil a los políticos utilizar los modelos de la ciencia para avanzar y aportar a la sociedad muchas utilidades

¿Cuál es el paradigma político de  Quim Torra?



¿En qué periodo estamos en Cataluña: periodo de “política normal” o de “política revolucionaria”?



domingo, 1 de julio de 2018

VENDEDORES DE HUMO: ¿SABEMOS DETECTARLOS?



VENDEDORES DE HUMO: ¿SABEMOS DETECTARLOS?


  


Hoy, mi admirado Manuel Vicent no publica, como todos los domingos, su columna en El País. Supongo que estará de vacaciones. 

Comparto uno de los daguerrotipos que escribió en los años 1982 y 1983 sobre los políticos de la transición, en este caso, sobre Felipe González. 


Su gran sabiduría, que siempre le caracterizó, se pode de manifiesto, una vez más, aquí, a través de su capacidad de predecir (pre + decir: lo que ha dicho previamente), la evolución del personaje. A muchos nos engañó con su chaqueta de pana y con su gran dialéctica de encantador de serpientes, diciéndonos, en aquel entonces, exactamente lo que nos gustaba oír, con lo que no nos quedaba otra postura que la de estar de acuerdo con él. 

La gran pregunta es la siguiente: 

¿él era así o hacía simplemente una representación teatral perfecta?


Los actores representan un papel, ya sea en el teatro o en las películas, y todos somos conscientes de que es algo que tan sólo interpretan, que no es verdad. Puede llegar a fascinarnos la película o la obra de teatro pero, una vez que termina, nos queda muy claro que tan sólo se trataba de algo que se representaba.


En aquel entones, muchos creíamos que Felipe González era así, tal y como se manifestaba. Hoy ya sabemos, con certeza, que no era así, sino, simplemente un buen actor. 

Manuel Vicent, es este artículo, nos escribe el siguiente diálogo: 

“El señor gordito de Nueva York ha tenido la ficha técnica de Felipe González todo el año sobre su mesa y en ella ha ido anotando las sucesivas correcciones. Si un día este muchacho tan puro podía quitarle la sardina de la boca a la derecha española, había que pulirlo un poco más. A veces apretaba el botón de la computadora, unida a otro ordenador del Pentágono, y en el condensador de órdenes instalado en la cancillería de Bonn los dígitos, salían en pantalla con la última voluntad del amo.
Lo queremos totalmente suave.
-¿Más todavía?
-Nada de marxismo.
-Eso se arregló hace dos años.
-Que venda ética. Sólo ética.
-¿Como si fuera un jabón de tocador?
-Exacto”. 

El señor gordito de Nueva York estará contento: 

ya no vende, desde hace mucho tiempo, ni siquiera ética.


Leer artículo de Vicent completo :  
                                       

Felipe y la computadora

MANUEL VICENT

30 OCT 1982 - 00:00 CET

Hacía más de un año que en la planta 72 de aquel rascacielos de Nueva York la computadora estaba funcionando, conectada directamente con otro ordenador instalado en un despacho del Pentágono en Washington. Las dos máquinas formaban triángulo con un condensador de órdenes en la cancillería de Bonn y entre ellas se mandaban impulsos electrónicos con un diálogo cifrado que, traducido en plata, venía a decir:-Un joven andaluz, vestido de pana progresista, anda por España vendiendo ética como si fuera jabón fino de tocador.

-¿Qué hacemos con él?

-Parece buen chico, fuma puros y cree en la bondad universal.

-¿Nada más?

-También juega a la petanca los domingos en Miraflores.

-Que siga.

En aquella planta 72 del rascacielos de Nueva York habita un dios rubio que come palomitas de maíz, asomado al ventanal ahumado. Desde allí divisa La Meca rodeada de pollinos cargados con cajas de caca colas, controla la espuela vengativa de Pinochet o Ia gomina del bigote del último general argentino, regula la tripa llena de oscuros humores del judío Ariel Sharon y le cambia los pañales al heredero de un jeque del desierto. Cualquier madre patria nace en este piso 72 del rascacielos de Nueva York, donde ahora mismo está sentado en la poltrona ese dios gordiflón y geopolítico, que picotea palomitas de maíz en un cucurucho mientras acaricia con la diestra, blanda y anillada, un globo terráqueo. La madre patria arranca de su mesa y pasa por las Azores, seguida de cerca por la VI Flota, se adentra en Portugal, cruza la Península Ibérica, se va por Italia hacia Grecia y Turquía con un ramal en dirección a Arabia, atraviesa Pakistán, India, Australia y Japón. Allí le espera la VII Flota, con más acorazados. Y así hasta dar la vuelta al mundo para volver a la planta 72 del rascacielos de Nueva York y caer en el cucurucho de palomitas del regazo de ese señor gordito en forma de dividendos, que son los únicos valores eternos cotizados en la Bolsa de Wall Street. El triángulo de computadoras se envía entre sí latidos de rayos láser con interrogantes herméticos.

-¿Cree usted que ese tal Felipe González lo sabe?

-Con toda seguridad.

-Procure que no se salga de la ética.

-No hay peligro. El chico está bien aleccionado.

-¿Quién se ha encargado de eso?

-Nuestro criado, el señor Willy Brandt.

-Okey.

En cambio, hay todavía muchos patriotas. Son precisamente aquellos que no se han enterado de que la patria sólo es un oleoducto y andan por ahí dando palos de ciego con el bate de béisbol en busca de un salvador de opereta. Pero el Gobierno no es más que una estación de seguimiento, la Moncloa o Robledo de Chavela, gestores del paso de las multinacionales o de una cápsula espacial por un determinado territorio de la geopolítica. Existe un piloto automático. No hay que tocar nada. En cierto modo, gobernar consiste en hacer alguna leve corrección de vuelo y vigilar la posición correcta de las agujas o las señales luminosas del panel.

-Júrame que Felipe González lo sabe.

-Te lo juro. El sólo habla de moral.

-¿Y eso qué es?

-La moral es un aceite refinado que sirve para que funcione bien la máquina del capitalismo.

-Me quitas un peso de encima.

Los políticos se dividen en dos: los que saben que la patria ha muerto y los qué aún lo ignoran. Franco no lo supo hasta 1959, cuando se lo contó Ullastres en una cacería. Déjese de autarquías, excelencia, y abra los lindes de su finca a Persil activado, Avón llama a su puerta, ding-dong. Franco, que fue el primer antipatriota, con las virtudes menores del olfato muy desarrolladas, cayó en la cuenta en seguida. A partir dé entonces se decide a disparar contra todo lo que se movía: rebecos, demócratas, perdices, masones, conejos, rojos, ciervos, cachalotes, palomas de correos y a echar un vistazo cada trimestre al piloto automático, dirigido ya desde aquella planta de Nueva York.

En aquel tiempo Felipe González era un muchacho de ceño concentrado, que estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. Tenía esa pureza de sangre, un poco ruda, que se deriva del pueblo llano. Ya se sabe. Otros se dejaban la piel a tiras en la clandestinidad más dura, los comunistas eran piezas muy cotizadas y recibían las patadas directamente en el paquete intestinal o en la otra bolsa que pende un poco más abajo, y en los sótanos de la tortura se entraba por riguroso escalafón, se exigía mucho protocolo para subir al potro. Pero había también otra clase de oposición, no demasiado subterránea. Era aquella leva de estudiantes rebeldes, con pantalón de pana rayada y matinal de cineclub, lectores de Antonio Machado, que husmeaban la trastienda de las librerías buscando La peste, de Albert Camus, aquellos que un día adoptaron el acto heroico de dejarse barba inconformista.

Unos rojos un poco dulces

Ellos también jugaban con una multicopista secreta, fabricaban panfletos, y corrían delante de los guardias. Eran unos rojos un poco dulces, muy inofensivos, aunque apaleados igualmente en las algaradas por la libertad. Llevaban una pastoral censurada en el bolsillo, redactaban manifiestos, firmaban cartas de protesta y ejercían el marxismo sólo como hipótesis de trabajo. Podría decirse que se sentían casi felices bajo los golpes. Después de una carga policiaca, ellos se refugiaban en una tasca para enumerarse entre sí las leves moraduras con la vanidad de la herida y narraban hermosas historias de martirio, que siempre les sucedían a otros.

-A un amigo mío le han puesto electrodos en los testículos.

-¡Qué horror!

-Y a un auxiliar de Sociología lo han ahogado en la bañera.

-No sigas.

-A un delegado de la Perkins le han partido la espina.

-¿Qué van a tomar?

-Traiga un vino con una ración de boquerones.

-Marchando.

Cuando la democracia rompió aguas apareció el rostro de Felipe González. Tenía una pinta de macho sureño, con la nariz pellizcada hacia arriba y el hocico inflamado, la ceja espesa, el antebrazo peludo, una nobleza de novillo en la mirada y esa forma de hablar según la escuela andaluza, que utiliza un tono medio para decir verdades suaves, pero a medias, con una melodía pegadiza como una canción de verano, agradable de oír y fácil de tragar si se ayuda con un rosado clarete. Entonces el socialismo no era nada. Sólo una marca comercial que había prescrito en el registro político y un sentimiento difuso de bondad en la calle. El rostro de Felipe González sintetizó muy pronto esa pasión colectiva. Y después de algunos meses de mercado ya se podía afirmar sin error que el socialismo era sólo él.

Alrededor de su imagen comenzaron a aglutinarse aquellos muchachos de pana y cineclub, los penenes- de barba y jersei de punto gordo, las chicas de poncho peruano, oficinistas rebeldes, funcionarios cabreados, técnicos que entendían de resistencia de materiales y habían leído a Neruda, mujeres de clase media que lo encontraban hermoso, e incluso obreros con nevera y lavaplatos, aparte de la nostalgia de cuantos oyeron contar a sus padres la guerra desde el otro bando. Pero el primer problema nacional consistía en dilucidar la famosa alternativa, o sea, si realmente Felipe era más guapo que Adolfo Suárez. Cada uno «tenía sus partidarios, según gustos, entre la belleza de un pillete de billar o el atractivo de un cortijero agreste. Así estaban las cosas.

Era un gozo supremo ver a esta pareja durante el entreacto de una sesión parlamentaria en el ángulo oscuro de un salón. Felipe y Adolfo componían la escena política del sofá, se musitaban amores y cuitas, tú me das un pedazo de ética y yo te doy un trozo de consenso, todo iluminado por los relámpagos de los fotógrafos. Pero eso sucedía en los momentos más bellos, porque el amorío establecido entre los dos galanes estaba sujeto a una corriente alterna con algún chispazo que fundía los plomos. A veces se sonreían mutuamente, como diciendo: somos jóvenes y hermosos, somos los amos del cotarro, este asunto hay que arreglarlo entre amigos, aunque a la semana siguiente se miraban como si ambos estuvieran solos en medio de la plaza del poblado, la mano tentando la culata, atentos a cualquier gesto sospechoso, para que todo el mundo pudiera comprobar quién era más rápido. Era una ficción del Oeste.

El señor gordito de Nueva York ha tenido la ficha técnica de Felipe González todo el año sobre su mesa y en ella ha ido anotando las sucesivas correcciones. Si un día este muchacho tan puro podía quitarle la sardina de la boca a la derecha española, había que pulirlo un poco más. A veces apretaba el botón de la computadora, unida a otro ordenador del Pentágono, y en el condensador de órdenes instalado en la cancillería de Bonn los dígitos, salían en pantalla con la última voluntad del amo.

-Lo queremos totalmente suave.

-¿Más todavía?

-Nada de marxismo.

-Eso se arregló hace dos años.

-Que venda ética. Sólo ética.

-¿Como si fuera un jabón de tocador?

-Exacto.

Ultimamente te levantas de la cama y, de repente, te encuentras con un día histórico. El 28 de octubre ha sido la fecha señalada desde hace siglos para que alcancen su sueño de oro aquellos chicos que jugaban con la multicopista, leían a Machado, vestían zamarra y bufanda de barrio latino, asistían a la matinal de cineclub y llevaban a una novia, con los dedos manchados de bolígrafo, a ver la película Nueve cartas a Berta. La mañana era radiante y había un sol románico sobre las hojas de otoño, con todos los ruidos cotidianos: se oyó al tendero levantar el cierre a las nueve, el tintineo de las botellas de leche sonó en el rellano a la hora justa, el alarido del chatarrero, que compra colchones y hierro viejo, pasó con el pollino sorteando los atascos de coches. Los gritos rituales con que se animan las primeras luces se habían producido a su debido tiempo. La calzada estaba llena de papeles con todos los augurios políticos. Fue el día en que, después de mil años, a la derecha española se le cayó la sardina de la boca. La llevaba entre los dientes desde el tiempo de Recaredo y se la ha arrebatado un chico de pana, que juega a la petanca los domingos en Miraflores.

A Felipe González se le veía en el cartel con los ojo! soñadores bajo el entrecejo obstinado mirando un horizonte incierto, lleno de cacerolas. Había sido vendido como un producto moral según las técnicas más sofisticadas del mercado, el hijo de un lechero sevillano convertido ahora en símbolo de honestidad. En las paredes de la ciudad había más carteles con la imagen de otros políticos junto a las vallas publicitarias de nuestra patria verdadera. Fraga y la Westinghouse, Felipe y la Standard, Carrillo y la Philips, Landelino Lavilla y Persil activado, Adolfo Suárez y Unilever. El ciudadano se ha puesto en la cola del colegio electoral. Después de una breve espera se ha metido detrás de unas cortinas de ducha donde había un taburete para pensar, pupitre para escribir y un estante con las papeletas de su destino. Se ha limitado a votar por el aire puro.

El dios gordito de Nueva York ha pulsado otra vez la computadora, conectada con el Pentágono, y ha mandado las últimas señales a Bonn.

- Recuérdenle a ese muchacho cuál es su papel.

-Felipe ya lo sabe.

-Aquí manda la máquina. Que se entere bien.

-Okey.

-Lo suyo es la moral.

Felipe González ha sido invitado por el dios gordito a sentarse frente al piloto automático en una pequeña terminal de Occidente. Sólo tendrá que vigilar las agujas y poner un poco de ética, a modo de aceite, para que la máquina funcione con más suavidad. Pero en este país la ética simple aún puede ser revolucionaria.

 





jueves, 7 de junio de 2018

EL VALOR DE LA PALABRA




EL VALOR DE LA PALABRA

“¡La confianza es buena; el control mejor!"


Nos hemos acostumbrado a que los políticos, en general,  nos den gato por liebre. Hemos tolerado,  e incluso  justificado,  que los políticos, en general, representen un “papel” que luego, a la larga (algunos a la corta), no son capaces de mantener.

Cuando digo “los políticos, en general”, doy por supuesto que no “todos son iguales” y que, como en todas las profesiones,  hay una amplia gama de perfiles.

Los actores representan un papel, ya sea en el teatro o en las películas,  y todos somos conscientes de que es algo que tan sólo  interpretan, que no es verdad. Puede llegar a fascinarnos la película o la obra de teatro pero,  una vez que termina,  nos queda muy claro que tan sólo se trataba  de algo que se representaba.


Parece elemental que deberíamos exigirles a nuestros políticos,  primero,  que crean en lo que dicen;  segundo, que actúen en                          consecuencia.


 ¿Es tal vez exigirles demasiado?

Claro que posiblemente, antes de exigirles a los políticos  que no utilicen la máscara,  que no fabriquen un falso yo para actuar, tal vez tendríamos que empezar por nosotros mismos y auto exigirnos,  cada uno así mismo,  que bajo ningún concepto nos dejaremos engañar.

¿Es tal vez exigirnos demasiado?


Toda transformación  empieza con un cambio de mentalidad

No podemos cambiar a los demás pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismo.  
¿Qué pasaría si empezamos por tener en cuenta aquello de León Tolstoi:
“Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”,  y nos ponemos manos a la obra.
A mi juicio, uno de las cosas urgentes en las que deberíamos poner el foco,   sería en el papel que esta sociedad nos hace representar como ciudadanos y cambiarlo radicalmente.



Vivimos en una sociedad etiquetada, en la que se fomenta una tipología de ¿ciudadanos? más parecidos a ovejas mudas y ciegas que a otra cosa, en la que abundan robots humanos programados por múltiples fuentes pero, todas coincidentes en el mismo objetivo:  en que no pensemos  por cuenta propia, sino lo que nos dicen que pensemos.  En una sociedad en la que se impone lo convencional que nos lleva a  establecer con los demás unas relaciones basadas en la hipocresía. Una sociedad en la que se impone  lo igual, lo clónico y la consiguiente expulsión del diferente.






¿Somos conscientes de la etiqueta bajo la que vivimos?
¿Cuántas veces al día nos hacemos el ciego,  ignorando acontecimientos que deberían impulsar nuestra acción?
¿Con qué frecuencia  reímos la gracia o asentimos ante alguien que manifiesta una opinión con la que discrepamos en el fondo y en la forma?
¿Qué causas nos impiden discrepar asertivamente?
¿Dónde se  creó y programó  el algoritmo que marca nuestras pautas de actuación?


Darse cuenta



En la medida en que incrementemos nuestra conciencia,  entendida  como los conocimientos que un ser tiene de sí mismo, de los demás y de su entorno,  y que le permiten “darse cuenta” de lo que ocurre en su interior, de lo que le ocurre a los demás y de lo que sucede en el medio en el que se desenvuelve, estaremos incrementando también nuestra autogestión y proactividad.

 La proactividad, desde el punto de vista práctico,   nos permite dar respuestas elegidas por nosotros mismos a los estímulos que nos presentan,  y no respuestas reactivas promovidas por el estímulo o por convencionalismos más inconscientes,  que marcan lo políticamente correcto fomentando unas relaciones superficiales y puramente instrumentales. 


La proactividad nos permite fomentar el “arte de ser uno mismo”, y comportarnos en todo momento de acuerdo a                  decisiones propias tomadas previamente.



La autogestión consiste en  gestionar la propia  vida, y pasa por el gobierno de uno mismo, por practicar,  con todas las consecuencias,  un lema que llevo años y años repitiendo en diversos y variados foros: “tu conduces tu vida, tú decides”. Para el gobierno de uno mismo hemos propuesto, en varios artículos de este mismo blog,  una gran coalición entre lo intelectual y lo emocional, entre el pensar y el sentir, entre el pensamiento  crítico y el optimismo funcional.

Poner el foco en lo que acabamos de reseñar, acelera el cambio de mentalidad de las personas, el cual fue la causa determinante de cualquier transformación social a lo largo de la historia.
 Un cambio de mentalidad que estamos viviendo actualmente y que referido a los políticos podíamos sintetizarlo así:



Principios y valores declarados, determinarán los comportamientos practicados. Cuando no sea así, entrará en funcionamiento ese eslogan que fue  tan mencionado: “El que la hace la paga”.



Entendiendo por “el que la hace”, ya no solamente el que roba o se corrompe a través de las múltiples formas que existen, sino también, el que promete una cosa y luego hace la contraria, el que nos “vende” un programa y luego, una vez en el gobierno se olvida del mismo. El que pretende darnos gato por liebre.

Este cambio de mentalidad  hará que sea imposible que los corruptos,  cuando toman la decisión basada en el coste-beneficio con miras a  lograr su enriquecimiento personal, esta no le salga a cuenta, como hasta ahora, de tal forma que después de ir unos cuantos años a la cárcel le quedan por delante largos años para vivir a cuerpo de rey.

El cambio de mentalidad tiene que llevar a crear un entorno en el que si alguien cae en la corrupción, primero devuelva lo robado, segundo cumpla los años de cárcel que le correspondan y, después que “haga la calle”.

En cuanto a los que prometen y luego no cumplen,  hay que recordarles que la ontología del lenguaje sostiene que el lenguaje humano no sólo describe la realidad de forma pasiva: también genera realidad de forma activa. El lenguaje es acción y crea realidades de forma continua.

Todo lo que hablamos da como resultado “productos lingüísticos”, los cuales los podemos clasificar, según Rafael Echeverría,  así:

Afirmaciones, declaraciones, PROMESAS, ofertas y peticiones.
Cuando hacemos una afirmación,  nos comprometemos a la veracidad de lo que afirmamos.
Cuando hacemos una declaración, nos comprometemos a la validez y a lo adecuado de lo declarado


Cuando hacemos una promesa, una petición o una oferta, nos comprometemos a la sinceridad de la promesa enunciada. Cuando nos comprometemos a cumplir una promesa nos comprometemos, también, a tener la competencia para cumplir con las condiciones de satisfacción estipuladas.

Referido a nosotros mismos, ese cambio de mentalidad, nos llevará a dejar atrás la famosa resignación tan predicada. A entender que resignarse es una aceptación sin acción previa, con lo cual aceptar y resignarse ante un hecho que nos daña,  lo único que genera es un mayor sufrimiento. Un ejemplo  paradigmático de este cambio de mentalidad es el de  los pensionistas actuales, sus luchas y sus logros, los cuales les abalan para poder decir de sí mismos: hemos cambiado el mundo, cambiemos ahora nosotros.

Termino este artículo  con el  lema  con el que lo empiezo. Se atribuye  a Lenin, sacándolo tal vez un poco o incluso un mucho  de contexto, para aplicarlo aquí,  sin el sentido cínico en el que es probable que se aplicara el original. Lo utilizo  aquí para decir que no debemos caer, ni siquiera los que militan en algún partido político,  en una “confianza ciega” en los políticos. Tenemos que lograr que vivan desde la verdad y no desde la mentira, de tal forma que sus votantes sepan lo que pueden esperar de ellos, y no permitan que los políticos, en general, caigan  en aquello de
  “ Dar gato por liebre”.